Mujica Lainez, Manuel – El Escarabajo - Lengua, Literatura y ...
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extranjero afincado en el Ática.<br />
—¡Son mentiras!<br />
—¡Ay, Aristófanes, querido Aristófanes! —arrullaron como palomas las meretrices—. ¡Qué<br />
mal empieza nuestro encuentro y cuánto difiere del que soñamos! ¡Ni una vez más te<br />
mencionaremos a Naucratis, si lo prefieres así! ¡Ni una vez más! ¡Naucratis no existe!<br />
¡Mira, mira lo que te hemos traído de regalo! ¡Un escarabajo, Aristófanes, querido,<br />
queridísimo Aristófanes! ¡Un escarabajo, un amuleto que te dará mucha suerte!<br />
Al oírlas, alteróse la expresión del rostro del poeta. Se volvió hacia el pintor Agatharkos y<br />
murmuró:<br />
—¡Qué insólito! ¡Qué casual! ¡Un escarabajo! Precisamente cuando estoy escribiendo<br />
acerca de un escarabajo... de un escarabajo gigante...<br />
Dicho lo cual se aproximó a las hembras, quienes le tendían la arqueta conmigo en su<br />
interior. Me tomó, me examinó y se dulcificó su cara.<br />
—Es muy hermoso —les dijo—. ¿Cuánto queréis por él?<br />
—¡Nada, nada! —trinaron las mujeres—. ¡Ni una dracma sola! ¡Un regalo! ¡Es un regalo!<br />
¡Aristófanes, querido Aristófanes! ¡Tu amistad, tu benevolencia: eso es lo que te<br />
pedimos!<br />
Hurgó éste bajo el himatión que una fíbula sostenía en su hombro, y extrajo una moneda<br />
de plata, con una grabada lechuza. Le pareció poco, giró hacia Alcibíades y éste le alargó<br />
dos más.<br />
—Aquí tenéis —decidió el autor—: tres lechuzas a trueque de un escarabajo. No os<br />
podéis quejar.<br />
—¿Y la amistad? —lloriqueó Simaetha—. ¿Y el verte y acompañarte?<br />
—¿Y visitar tu casa? ¿Y estar con tus amigos? —gimió Myrrhina.<br />
—Con la gente de Atenas... las fiestas... los banquetes... el arte... las letras... ser uno de<br />
los tuyos...<br />
—Con los caballeros y escritores de Atenas...<br />
Las lágrimas les descomponían los maquillajes pringosos; surcos negros les araban el<br />
ajamiento de las mejillas... ¡Qué desilusión! ¡Qué injusticia! ¿Era éste el muchachito<br />
suave cuya castidad birlaron como se roba una flor? ¿Este mismo hombre que se alejaba<br />
riendo, camino de la Acrópolis, con sus compañeros que reían también, y a quienes les<br />
exhibía el escarabajo ceñido a su índice, me mostraba a mí, que chisporroteaba de gozo<br />
bajo el sol primaveral y hacía frente con mi azul al terso azul del cielo de Grecia?<br />
Prorrumpieron ambas en una vociferación de inmundicias; los tacharon de pederastas, de<br />
afeminados, de prostitutos, de cobardes, de egipcios (¡como si fuese, oh dioses, una<br />
ofensa!). A Aristófanes lo tildaron de tinoso y pelón por vergonzosas enfermedades, y le<br />
compararon la cabeza con la parte del cuerpo masculino cuya función es generativa y<br />
desaguadora. Igual entusiasmo al que dedicaran a exaltarlo, ejercieron para su injuria:<br />
son incalculables los extremos de indecencia ilustrada que puede lograr la capacidad<br />
imaginativa de una puta; de haber un premio a la invención soez, lo hubiese ganado ese<br />
día la «Dulzura de Naucratis». Y los insultados continuaron su marcha, indiferentes y<br />
jubilosos, con el can que no movía la cola pues carecía de la prolongación imprescindible.<br />
Partieron por el opuesto rumbo las dos defraudadas, quienes trataban de reconstruir el<br />
húmedo trastorno de sus trenzas y sus rasgos, sin abandonar el doble recurso consolador<br />
del llanto y de las palabrotas. Entonces la eran dama que había permanecido al margen<br />
del litigio y de su grosería, pacientemente sentada en la escalera, apoyado en las palmas<br />
el mentón, se colocó una guirnalda de hiedra en la cabeza; se miró en el cubo de agua<br />
que abandonara el esclavo, acomodándose y retocándose la corona de hojas, como si<br />
fuese un sombrero a la moda; metió debajo del brazo izquierdo una máscara risueña,<br />
que en la intimidad del peplo encubría, " echó a trotar hasta alcanzar a nuestro grupo<br />
bullicioso, cuando nos hallábamos delante del teatro de Dionisos.<br />
La primera impresión que de Atenas tuve, aquella mañana, fue la de la alegría de vivir.<br />
Después supe que hacía diez años que duraba la guerra que los historiadores llamaron<br />
«del Peloponeso»; una disparatada guerra, fruto de pequeñas ambiciones, resquemores<br />
y envidias, que enconó a ciudades, a aldeas, a archipiélagos y a islotes, estremeciéndolos<br />
<strong>Manuel</strong> <strong>Mujica</strong> Láinez 45<br />
<strong>El</strong> escarabajo