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Mujica Lainez, Manuel – El Escarabajo - Lengua, Literatura y ...

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debajo de una ollita en la cual hervía el agua, destinada presuntivamente a la<br />

preparación de lo que iban a comer. Simaetha y Myrrhina revistieron holgadas túnicas<br />

transparentes, de un blanco que, cuando lo observé con más luz, probó lo maculado y<br />

pecoso de su blancura; se enroscaron los collares susodichos, como guirnaldas, a las<br />

cabelleras; y cargadas con la olla y demás elementos, regresamos a la principal<br />

habitación, donde el terceto estático, en cueros, componía una escultura singular, con el<br />

viejo a quien sus nietos, alzándolo de ambos costados por las axilas, sustentaban en pie.<br />

Inmediatamente debió destruirse el plástico grupo, porque los menores fueron requeridos<br />

a colaborar en la tarea. A mí me dejaron por el momento encima de los cojines.<br />

La ollita de agua burbujeante fue colocada en el centro de la estancia, y Simaetha indicó<br />

a uno de los muchachos que se situase a un lado, levantando el candil, y al otro que se<br />

colocase en el opuesto. Luego me correspondió a mí el turno: me cogió y ordenó al<br />

segundo que me sostuviera sobre su ingle. Hízolo éste, y la meretriz, luego de apartar la<br />

mano del doncel, me fue cubriendo, al tiempo que anunciaba lo que recibía de Myrrhina,<br />

con su voz más campanuda:<br />

—Divino Min: ligo al <strong>Escarabajo</strong> que te consagro, con filamentos de byssus, del sacro<br />

mejillón.<br />

Me ligó, efectivamente, y por desgracia yo no podía temblar, porque me hubiera hecho<br />

bien. Prosiguió la voz grave su cadencioso canturreo:<br />

—Una banda de lino, tejida con dieciséis hebras... cuatro blancas... cuatro verdes...<br />

cuatro azules... y cuatro rojas... atadas hasta constituir una sola faja... Las salpico con la<br />

sangre de la tórtola que lleva un penacho de plumas eréctiles en la cabeza... así... y<br />

sujeto al <strong>Escarabajo</strong>, ¡oh Min, senos propicio...! a la cintura de un adolescente puro...<br />

Pese a la superposición de filamentos y de tiras de lino, las telas eran tan leves que yo<br />

conseguía columbrar a través el desarrollo de la desazonante ceremonia. Amait<br />

continuaba a la espera, él sí tiritando y columpiando su ósea armazón; un nieto a la<br />

izquierda de la ollita, con la lámpara; el otro a la derecha, conmigo y muy envainado.<br />

Detrás del recipiente esfumábanse las meretrices. Al arrimarse a la luz, se les traslucían<br />

las rollizas carnes, por la liviandad de las vestiduras.<br />

—Divino Oxirrinco —proclamó Simaetha—, ayúdanos. Te consagro el filtro que restaurará<br />

el vigor y la vida del Gran Dormido.<br />

Y, como hiciera con anterioridad, fue anunciando, a medida que hundía los ingredientes<br />

en la olla:<br />

—<strong>El</strong> Satyrión de hojas suaves y rosadas y doble raíz... el Serapias, con hojas en forma de<br />

pera y cuya raíz evoca al humano testículo... el Erilhraicón, que basta rozar con la diestra<br />

para que se encienda el deseo... Cebolla.. Pimienta... (continuó, tornándose francamente<br />

culinaria)... y un chorro de antiguo vino de Chipre (¿lo sería?, ¿no provendría de uno "de<br />

nuestros oasis?)... ya está... Divino Min, divino Oxirrinco, que ostentas en la cabeza el<br />

uraeus, la sierpe faraónica: te ofrezco, en nombre de Amait, esta libación.<br />

Dobláronse Simaetha y Myrrhina, y la primera hundió en el brebaje un cuenco de barro,<br />

extrajo un líquido bastante dudoso, y lo derramó piadosamente, con lo cual nació del piso<br />

un ligero vaho. Luego se dirigió al viejo artesano de Tebas:<br />

—Acércate, privilegiado, elegido, con religioso respeto y con masculina humildad, a gozar<br />

el beneficio que los dioses te otorgan.<br />

Se acercó Amait, como fluctuando; cayó de rodillas; le presentó Simaetha el colmado<br />

cuenco; Myrrhina le enderezó con ambas manos la cabeza oscilante y, mientras ambas<br />

garganteaban simultáneamente una invocación incomprensible, por la cual pasaban,<br />

misturados, Isis, los designados ya y una serie de fálicos dioses, hasta terminar en el<br />

demonio Bebón, pegado por un sortilegio al vientre de su amiga, Amait sorbió el caliente<br />

mejunje.<br />

—Sólo falta —concluyó Simaetha— la danza omnipotente, el prodigioso Sicinnis.<br />

Myrrhina empezó a batir el parche de un pandero y a entonar una lánguida melodía, que<br />

ante el asombro del abuelo conocían los muchachos, pues en breve le hicieron coro.<br />

Simaetha dejó deslizar su sucinta vestidura y, pieza a pieza, echó al aire lo insignificante<br />

que debajo conservaba, y expuso su plenitud hecha de globos y ondulaciones<br />

<strong>Manuel</strong> <strong>Mujica</strong> Láinez 39<br />

<strong>El</strong> escarabajo

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