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Mujica Lainez, Manuel – El Escarabajo - Lengua, Literatura y ...

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abuino y el fénix y el pájaro y el escorpión y, por supuesto, el escarabajo Khepri, que<br />

quizás acentuaba su presión al tocarme. Se iban, mezclados, desordenados, pero casi sin<br />

rumores, recortando suavemente un instante sus sombras sobre las paredes desde las<br />

cuales los acechaban otros dioses pintados, y entre ellos estaba, inmensa, la Vaca<br />

engualdrapada, celeste madre del Sol, que se meneaba con majestuoso ritmo. Al<br />

esfumarse, se intensificaban mi soledad, mi quietud y mi alta noche. Me dedicaba a<br />

vigilar, maravillado y despechado, hasta que a la larga me adormecía: quedaba así como<br />

bajo un sueño hipnótico, tal vez durante meses, y al improviso, cuando ya imaginaba que<br />

para siempre la había perdido, la fabulosa comitiva tornaba a surgir, precedida por<br />

tenues susurros, y se repetía la escena de la Reina atenta, la Reina con su blanca túnica<br />

de ceremonia y un redondo vaso de vino en cada mano, la Reina que se sumaba a los<br />

dioses caminantes, a quienes probablemente se agregarían las demás reinas y los reyes<br />

sepultados en ambos valles, para cumplir el bisbisante recorrido de la necrópolis.<br />

«Aquí lo único que hay es tiempo... lo único que hay es tiempo...», se lamentó Poseidón<br />

cuando me narraba su existencia submarina y me auguraba lo que aquí, en el Egeo, a<br />

cuarenta metros de la superficie, será mi espera. Estoy habituado a esperar; he esperado<br />

mucho en mi vida, y en la tumba de Nefertari ¿cuánto, cuánto habré esperado que algo<br />

sucediese y quebrase la monotonía de mi aislamiento?, ¿tres, cuatro, cinco siglos? ¿Más?<br />

Dije ya que allí el tiempo no existía, lo que equivale a que allí lo único que había era<br />

tiempo. Y yo era, lo valoro al evocarlo, feliz... feliz hasta cierto punto o desde cierto<br />

punto; feliz porque mi modorra se prolongaba cerca de la que me inspiró este amor que<br />

el tiempo contribuyó a fijar y enriquecer, porque tanto pensé en Nefertari, tanto la recreé<br />

en mi mente saturada de incomunicación y de clausura, que no sé si la Nefertari que amo<br />

es la Nefertari auténtica o si ha sido modelada por el Tiempo con mi fantasiosa<br />

complicidad. Lo que sí aseguro es que avizoraba su paso callado y tardío, entre los pasos<br />

sigilosos de los dioses, y que la reiterada escena de su procesión se volvía más y más<br />

espaciada, a medida que el tiempo... el tiempo... el tiempo indolente se gastaba, se<br />

deterioraba y languidecía.<br />

Hasta que un día aconteció lo insólito. Por primera vez en centurias, hubo ruido, hubo<br />

golpes y hubo voces; ásperas voces hombrunas y golpes de hacha, de maza o de<br />

martillo, repercutieron con ecos retumbantes, de cámara en cámara, en nuestro interior.<br />

Atónito, oí caer bloques de piedra, oí deslizamientos y pisadas, y finalmente varias<br />

antorchas se precipitaron en la habitación de los cuatro pilares, la de la sepultura,<br />

despertando a las figuras hieráticas de los muros, que cobraron, luego de tan extensa y<br />

amasada oscuridad, una súbita coloración estridente, como si relampagueasen. La vivida<br />

claridad cegadora ocultaba a quienes las blandían; al cabo de un rato, distinguí a sus<br />

portadores, que las paseaban veloz y ávidamente sobre los tesoros distribuidos en el<br />

aposento. Hablaban con tal rapidez que al principio no entendí lo que decían. Luego los<br />

entendí demasiado y colegí lo que eran: eran ladrones; tres ladrones, y a mi recuerdo<br />

acudieron, remotas, las anécdotas de robos de tumbas reales o de funcionarios, que<br />

había escuchado en el palacio de Tebas. En la Corte referían que, pese a los guardias y a<br />

los sacerdotes encargados de la custodia, ocurrían robos constantes. Se musitaba que los<br />

culpables podían contar con la ayuda de los propios cuidadores y que seguramente<br />

procedían de la vecina aldea, donde moraban los artesanos especializados en cavar y<br />

decorar las tumbas, a las que conocían como ninguno. Nos habían tolerado y eximido a<br />

nosotros, no obstante que el esplendor del fúnebre desfile de Nefertari informó<br />

detalladamente sobre la importancia de las alhajas y de los muebles que se encerrarían<br />

en su hipogeo, y a la postre sonaba la hora de nuestro turno, y los depredadores se<br />

afanaban ahí.<br />

¿Por dónde andaban los dioses, y cómo no acudían a sembrar el terror? <strong>El</strong> Babuino, la<br />

Gata y el Escorpión y los Halcones ¿por dónde andaban? ¿Y el <strong>Escarabajo</strong> terrible? Ni uno<br />

se presentó, y los tres bandidos se entregaron al pillaje. De su jerga deduje que eran<br />

albañiles. Procedieron con exagerada brutalidad, quizá porque evidentemente tenían<br />

miedo. Mientras, usando como palanca una viga aguzada en cuña, desplazaban la maciza<br />

tapa del sarcófago, lanzaban en torno, hacia las imágenes de las paredes, ojeadas<br />

medrosas. Por fin, la tapa de granito cayó con estruendo y se quebró en múltiples<br />

30 <strong>Manuel</strong> <strong>Mujica</strong> Láinez<br />

<strong>El</strong> escarabajo

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