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Mujica Lainez, Manuel – El Escarabajo - Lengua, Literatura y ...

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comboloi, libro, abanico, joya o imagen, que como yo mismo no evidenciara ser resuelta<br />

y orgullosamente azul.<br />

¡Cuánta gente desfiló aquel caluroso verano y aquel tibio otoño, por la casa de Madame<br />

Lampikis! Kyria Penelópe precedía a los invitados y a los espontáneos pegadizos, en la<br />

ringlera de los aposentos, declamando el monólogo invariable, al tiempo que en sus<br />

manos gordezuelas las pulseras sonoras marcaban el ritmo de las indicaciones. Su voz de<br />

bajo profundo derrotaba la distancia, como si correspondiera a un recitativo de ópera.<br />

Cuando se paraba frente a mi vitrina, su amplísimo vestido flotante se agitaba unos<br />

segundos en torno, como si Kyria Penelópe se moviese dentro de una nube crepuscular.<br />

Entonces señalaba a los principales moradores del escaparate, y me reiteraba que su<br />

amor por mí nunca pasó la etapa del antojo, porque ahí dentro yo era uno de tantos<br />

azules.<br />

Comencé a ganar consideración, a raíz de que un matrimonio de egiptólogos suecos, los<br />

Profesores Olaf y Dagmar Uggla, fue alojado en el curso de un fin de semana, por la<br />

señora. Olaf me descubrió y obtuvo que Kyria Lampikis me depositase en su mano, y<br />

permitiese a la pareja estudiarme con su microscopio y sus lupas. Hablaban entre ellos<br />

en sueco, pero en francés con mi dueña, de modo que entendí el motivo de su asombro.<br />

Estaban ambos de acuerdo en que yo había sido hallado en el rnar, pues no obstante que<br />

<strong>El</strong>ephteris me frotó, limó, cepilló y pulió cuanto pudo, retenía mi engarce rastros de<br />

adherencias (producto de esas infernales colonias de «animales musgo» o briozoos, que<br />

suelen parecer un encaje blancuzco de mallas apretadas) las cuales analizadas,<br />

testimoniaban su origen submarino. Ese engarce, el de los lirios de plata que para mí<br />

había creado Émile Gallé por encargo de Robert de Montesquiou, los perturbaba tanto<br />

que les quitaba el sueño, según confesaron. Averiguaron mi procedencia, y luego<br />

transmitieron a la halagada Kyria Penelópe el fruto de sus investigaciones: por Jakomakis<br />

y Theodoros habían conseguido saber que su padre, mi poseedor previo, intervino en las<br />

tareas recuperadoras del Poseidón y el Jinete del cabo Artemisio e infirieron que yo había<br />

sido hallado allí, lo que prueba su sagacidad. Menos sagaces fueron en lo vinculado con<br />

mi engarce, en cuya estructura pensaron fundar su gloria arqueológica ya que partiendo<br />

de él se les ocurrió plantear la peregrina tesis de que en Egipto (donde todo existió en<br />

esencia), reinando Ramsés II, fue elaborado un elemento estético que se debe considerar<br />

como un pronóstico, como un antecedente desconocido e indiscutible del Art Nouveau.<br />

Olaf Uggla defendió la proposición en «Zeitschrift für /Egyptische Sprache und<br />

Alterthumskunde», un periódico de especialistas, y Greta Uggla lo hizo en la «Bibliotheca<br />

Orientalis» del Nederlands Instituut Voor Het Nabije Osten (Leyde), con el título de «A<br />

puzzling XIX Dynasty Scarab». Por supuesto, el asunto suscitó controversias y fui<br />

fotografiado varias veces. <strong>El</strong> Profesor de l'Acre replicó en los «Comptes Rendus de<br />

l'Académie des Inscriptions», sosteniendo que soy falso, moderno, y que quizás habría<br />

sido creado por Lalique, Gallé, Mucha o algún discípulo, es decir ignorando mi ilustrísimo<br />

origen. Hubo una australiana y un danés que apoyaron a los Uggla, y la idea de que el<br />

Art Nouveau nació en la corte de Ramsés el Grande tiene aún hoy campeones, tanto que<br />

existen indicios de que los profesores suecos preparan un volumen documentado, que<br />

expone el tema desde su punto de vista, con argumentos irrefutables.<br />

Los Lampikis se fueron a Atenas y cerraron su casa de Hydra, mientras que revistas<br />

internacionales se empezaban a ocupar de mí. Quedé en la isla, y me llamó la atención<br />

que no me llevaran con ellos, dado el interés que había despertado, pero está claro que<br />

la quisquillosa Kyria Penelópe no toleraba la desorganización de sus simétricas vitrinas,<br />

cada una de las cuales estaba ordenada con absoluta exactitud. La soledad, como<br />

se sabe, no me asusta, y forma parte de mi rutina, por lo que aguardé el regreso de mis<br />

dueños sin alarmarme. Los postigos consentían, a ciertas horas, el ingreso de la<br />

pálida claridad invernal. Los días de sol, atravesaba el cuarto una larga y estrecha<br />

columna de luz, vibrante por el polvillo dorado de los corpúsculos; alrededor, las formas<br />

se apagaban, hasta que, al habituarme a esa tiniebla, como en la tumba de Nefertari,<br />

como en la tumba de Giovanni di Férula, despaciosamente reconquisté el moblaje y los<br />

objetos y, siendo azul cada cosa, lo que para mí se restableció fue la atmósfera del Egeo<br />

con su variedad de azules, pero de un Egeo que hubiese sido embrujado e<br />

260 <strong>Manuel</strong> <strong>Mujica</strong> Láinez<br />

<strong>El</strong> escarabajo

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