07.05.2013 Views

Mujica Lainez, Manuel – El Escarabajo - Lengua, Literatura y ...

Mujica Lainez, Manuel – El Escarabajo - Lengua, Literatura y ...

Mujica Lainez, Manuel – El Escarabajo - Lengua, Literatura y ...

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

Papastratos invariables, que encendía el uno con el otro, y saludando a diestro y a<br />

siniestro, hasta fondear en una mesa vecina al busto del héroe Conduriotis. Pedía allí un<br />

vaso de ouzo y uno de agua, y aguardaba, soñadora y segura, perdida la mirada en el<br />

humo del cigarrillo, como Madame Sarah Bernhardt. Diez minutos después la rodeaba,<br />

de pie o en arrimadas sillas, una docena de personas. Se desarrollaba en esa<br />

oportunidad la ceremonia de la presentación de los extranjeros que valían la pena, a<br />

quienes traían de las mesas cercanas o lejanas, murmurándoles que era imposible pasar<br />

por Hydra sin conocer a Madame Penelópe Lampikis y gozar de su hospitalidad. Y Kyria<br />

Penelópe resplandecía, con metálico sonar de collares y ajorcas, como Madame Sarah (de<br />

nuevo) en «Cleopatra», parpadeando para que se valorase, en la penumbra del<br />

sombrero, el brillo de sus ojos cambiantes, ya negros, ya verdes, los cuales ojos miraban<br />

con golosa franqueza a los hombres jóvenes, pero (esto lo descubrí después) no porque<br />

aspirase a la directa y física intimidad de su trato, como Mrs. Dolly Vanbruck, eso jamás,<br />

que yo sepa, sino porque su sensualidad se nutría del detallado erotismo de los otros, y<br />

se inflamaba persiguiendo las confidencias lascivas. Compartía su vida, en la isla, en<br />

Atenas y de cuando en cuanto en París, con su marido, Demetrius Lampikis, un hombre<br />

bastante mayor, que había sido buen mozo y retenía aún cierta apostura. Habíanse<br />

casado hacía muchos años, durante los cuales (éste es chisme de las criadas) Demetrius<br />

fue mantenido sucesivamente por la abuela de su mujer, la madre de su mujer y, en la<br />

actualidad, por su mujer, aplicando desde el principio la exclusiva suma de sus energías,<br />

no bien asomaba la primera estrella, a apuntar un telescopio al cielo que se iba cubriendo<br />

de chispas plateadas, y a anotar en un cuaderno columnas de números, acaso mágicos.<br />

Kyria Penelópe Lampikis se enamoró de mí en cuanto me vio en el anular izquierdo de<br />

<strong>El</strong>ephteris Lukatis. Por la familiaridad con que se dirigió al pescador, no obstante su<br />

patente condición de soberana isleña, deduje que lo conocía desde la niñez. <strong>El</strong>ephteris<br />

fue cortés, pero rehusó considerar la perspectiva de que nos separasen. Inútilmente<br />

insistió la señora en diversas ocasiones, pasando del coqueteo adulador a la frustración<br />

colérica, pues su soberbia no concebía que la afrentaran con rechazos. <strong>El</strong>igió simular<br />

desentenderse, y cortarle el saludo a Lukatis, lo que no nos engañó ni al <strong>Escarabajo</strong> ni a<br />

su dueño. Desaparecido —por lo menos aparentemente— el tozudo opositor a que yo<br />

fuese suyo, Kyria Penelópe inició una campaña similar contra Jakomakis, y tuvo el<br />

simpático desconcierto de enterarse en seguida de que yo estaba a su disposición, puesto<br />

que mi flamante propietario sólo deseaba servirla. Regateó (todo griego regatea) y me<br />

compró, sin duda por menos de lo que Jakomakis esperaba, ya que ante él se impuso la<br />

personalidad de la famosa señora que trataba amistosamente a incontables<br />

norteamericanos, ingleses, etc., fumaba incontables Papastratos, disponía de montañas<br />

de dracmas, y daba órdenes a la entera población de la isla, ahora que el altivo<br />

<strong>El</strong>ephteris, su único contrincante, se había retirado del campo visual. Ésas fueron las<br />

circunstancias que me hicieron ingresar en la casa de Kyria Penelópe Lampikis, en la isla<br />

de Hydra.<br />

La señora se ufanaba de su casa, con razón. Albergaba sus dos colecciones, la de objetos<br />

azules y la de pinturas y modelos de barcos, realizados por tripulantes en cumplimiento<br />

de votos formulados durante las tempestades, o para aliviar el tedio, enjaulándolos en<br />

botellas. Desde su terraza se abarcaba el puerto, hasta las antiguas residencias de los<br />

patriotas turbulentos que admiraba Byron. Había en ella cuartos decorados a la moda<br />

turca, con profusión de cojines, de narguilés, de sahumadores y de alfombras, y<br />

habitaciones solemnizadas por los retratos repetidos de la familia real, a la cual Kyria<br />

Penelópe era muy adicta; y los visitantes circulaban de una sala a la siguiente, alabando<br />

y velando que los pliegues sueltos de sus vestidos y la libre y liviana anchura de sus<br />

mangas no provocaran desastres, pues allá nada había que no fuera frágil y que no<br />

estuviese en el camino Maravillábanse los huéspedes, con una tacita azul de caf'e o un<br />

vaso de agua dulce en las prudentes manos, del fluir torrencial de palabras, en francés o<br />

en inglés (menos bueno) con que la señora anecdóticamente los remojaba y bañaba, y<br />

yo la oía de la vitrina a la cual me había destinado, un resumido bazar confortable, en el<br />

que no se admitía cerámica, porcelana, vidriado, esmalte, piedra, faja, medalla,<br />

<strong>Manuel</strong> <strong>Mujica</strong> Láinez 259<br />

<strong>El</strong> escarabajo

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!