Mujica Lainez, Manuel – El Escarabajo - Lengua, Literatura y ...
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pústula, lepra u otra porquería.<br />
Y giró el cuerpo muy acariciado, aproximándolo a la lampara.<br />
—Pero... pero... —susurró Sir Cecil Thompson Trump, rojo como el tapizado escarlata de<br />
los muebles—, no comprendo...<br />
La Bisignano de Bruselas relinchó una imprevisible risa estridente, y mostró con<br />
desenfado su dentadura equina, y la Duquesa, asombrada al principio como los demás,<br />
rió también, sanamente, contagiosamente, como corresponde a una norteamericana de<br />
South Carolina y de clase media inferior, mientras que Mrs. Vanbruck medía los pausados<br />
ademanes, y revestía una vez más la obra maestra de cirujanos conspicuos que un<br />
minuto antes exhibiera, tornaba & cerrar los broches de diamantes que en los hombros<br />
sujetaban sus tirillas, se inclinó y, prolongada su figura por la breve cola celeste, se alejó<br />
como un ave majestuosa. Maggie fue tras ella, disimulando la hilaridad, y Mrs. Dolly salió<br />
por una de las puertas laterales, evitando despedirse de los demás invitados. Jamás<br />
sabré si el partido de bridge continuó; supe, sí, que Lord Vernon sufrió esa noche un<br />
ataque de nervios, mas que se recuperó al día siguiente. Y el día siguiente, la Duquesa<br />
de Brompton irrumpió en el departamento del «Savoy Hotel», donde rodeaba a Mrs.<br />
Vanbruck su equipaje listo para la partida inmediata.<br />
Estremecida aún por las carcajadas, la abrazó y logró pronunciar:<br />
—Dolly querida, estuviste espléndida, gloriosa. ¡Qué audaz, qué loca eres! Yo jamás me<br />
hubiese atrevido a tanto. Ahora sí, haces bien en partir. Cuentan que Lord Vernon está a<br />
punto de perder la razón. También yo me iré por un tiempo, porque no pude evitar<br />
reírme demasiado. ¡Te juro que te admiré! Pero no vayas a París, a helarte de frío. Ven a<br />
Egipto; tengo una dahabieh en Alejandría. ¿Sabes qué es una dahabieh?<br />
—No. ¿Una mujer de por allá? Estás cambiando, Maggie.<br />
—¡Qué tonta! Yo no cambiaré nunca, a Dios gracias. Es un barco para navegar por el<br />
Nilo. Mide unos treinta metros; cuenta con seis remeros y una gran vela cuadrada.<br />
Podemos ir por el río hasta Asuán.<br />
Fue a causa de esa invitación que volví a mi país. Y la Duquesa nos ofreció, desde que<br />
subimos a bordo, la prueba física de que sus gustos no se modificaban, porque con ella<br />
trajo a Currito Linares, el torerito, un andaluz que rezumaba simpatía. <strong>El</strong> programa<br />
hubiera funcionado ejemplarmente de haber hecho Mrs. Vanbruck otro tanto, pero cruzó<br />
la planchada sin más compañía que la de su mucama francesa. Para mí, el navío de<br />
redonda popa evocó, en versión muy civilizada y fastuosa, al que me llevó de Tebas a<br />
Naucratis, con Amait y sus dos nietos quinceañeros, en medio de un constante frotarse y<br />
mugir de vacunos. De haberse provisto Mrs. Dolly del galán imprescindible para la<br />
excursión, sus resultados hubieran sido otros, pero no le alcanzó el tiempo que la<br />
selección requería. Había despachado al último, un noruego gimnasta, una semana atrás.<br />
Es lástima que luego de su espectacular desquite británico viajara sola, ya que la<br />
organización de la vida, en la dahabieh, era notable, y en lugar de vacas y terneros la<br />
poblaban los servidores vestidos, con cierta fantasía, a usanza de Oriente, que<br />
comandaba, severo como un cómitre, el mayordomo idéntico al cuarto Rey Felipe; y el<br />
barco, cuando pasaba lentamente a lo largo de las aldeas, de los sembradíos y de las<br />
filas de muías y camellos animadores de las márgenes, era saludado con gritos<br />
entusiastas por los fellahs semidesnudos, a quienes debía fascinar, como un espejismo<br />
surgido de los tradicionales relatos, la visión del sereno bogar de aquella mole, impulsada<br />
por rítmicos remos, en cuya proa dos tendidas mujeres multicolores, cubiertas de joyas<br />
titilantes, eran abanicadas con hojas de palmera por sendos negros de Sudán, y que<br />
dejaba al irse una suave estela de música. De noche se iluminaba la embarcación entera,<br />
y largos mosquiteros la protegían. Entonces la pequeña orquesta que de día interpretaba<br />
sosegadas adaptaciones egipcio-greco-turcas, para felicidad de la tripulación, atacaba los<br />
shimmies y los tangos impuestos por la moda, y Currito se turnaba conduciendo a ambas<br />
señoras al compás de las nuevas cadencias. Yo recorría el puente, ceñido por los dedos<br />
morenos del andaluz, y mecánicamente sacudido por las síncopas del two-step o<br />
balanceado por las sensuales figuras del tango, ausente mi imaginación del baile que<br />
enloquecía a las norteamericanas, y miraba hacia arriba, hacia el cielo de estrellas<br />
innúmeras que habían atestiguado, en ese mismo río, el nacer de mi amor por la Reina.<br />
252 <strong>Manuel</strong> <strong>Mujica</strong> Láinez<br />
<strong>El</strong> escarabajo