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Mujica Lainez, Manuel – El Escarabajo - Lengua, Literatura y ...

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ciudadanas, él seguía adelante sin volver la cabeza. Vivía en una pensión hasta cuya<br />

modestia llegaban las cartas de su madre, enviadas desde Yerba Buena, un caserío de su<br />

provincia argentina situado entre su capital y las montañas, y mientras Gabriel las leía y<br />

contestaba, húmedos los ojos luminosos, ante mí surgían, en soleadas imágenes, los<br />

cascos de las estanzuelas, los candentes sembrados fecundos, los vacunos esparcidos y,<br />

en la finca de los Iturri, los altos naranjos y los laureles gigantescos, cercados por cactus<br />

enormes, precursores de la vecina selva virgen que enloquecían los loros y su incesante<br />

charlotear. Como conjurando tales visiones, Gabriel escapaba al punto hasta la calle<br />

Florida y su opulencia, y espiaba allí la entrada y salida de la gente principal, en los<br />

remedos de mansiones palaciegas que empezaban a enriquecer a Buenos Aires. Tendría<br />

algo menos de dieciocho años, y era clarísimo que hacía lo posible por llamar la atención<br />

de esas personas admiradas, luciéndome y acariciando con la diestra, en la que fulgía yo,<br />

su atrayente lunar, pero nadie se fijaba en él, y regresaba a la pensión o al Colegio,<br />

desilusionado y cariacontecido, probablemente bajo la amarga impresión de que su vida<br />

era injusta.<br />

Sin embargo, esa vida mediocre y ansiosa experimentó por entonces uno de sus cambios<br />

fundamentales cuando, accediendo a sus súplicas, un presbítero, Vaughan, combinó con<br />

sus padres que el amanerado y acicalado Iturri lo acompañara en su viaje a Europa,<br />

donde lo dejaría en Lisboa durante dos años, entregado a destrozar el idioma de<br />

Shakespeare, de Milton y de Mr. Low, en un establecimiento educacional inglés. Gracias a<br />

esa determinación volví al viejo mundo, de la mano de quien indudablemente ya<br />

maduraba su conquista. Mi amo no quedó mucho ni en Portugal ni en el aula: apenas<br />

tardé en cerciorarme de que su meta era París, y a París, metrópoli de la elegancia, nos<br />

encaminamos, llevando la esperanza por todo equipaje, aparte de ciertos ingredientes de<br />

astucia. Tampoco transcurrió largo tiempo sin que Gabriel (que ahora firmaba Yturri con<br />

«y», y se había enterado de que Iturri, en vasco, equivale a «manantial») estuviese<br />

vendiendo corbatas en el ultrachic «Carnaval de Venise» del bulevar de la Madeleine,<br />

donde más de un señor pudiente, entre corbata y corbata, con el pretexto de verme de<br />

cerca, retuvo entre las suyas su bella mano. De tantas manos ofrecidas, Gabriel Yturri<br />

eligió la del corpulento Barón Doazan (barón desde el reciente reinado de Louis-Philippe),<br />

y aunque no abandonó todavía al prestigioso corbatero y camisero, fue transparente para<br />

sus perfumados colegas de la Madeleine que su situación financiera había mejorado.<br />

Empero, yo sentía (y esto habla en su favor, no obstante lo indisputablemente<br />

reprochable de su conducta) que Gabriel pretendía establecer un vínculo sólido con<br />

alguien que detentase una calidad muy superior a la del ruidoso Doazan, y una nobleza<br />

que de lejos aventajara en antigüedad y nombradía la de dicho Barón flamante. <strong>El</strong><br />

fenómeno del snobismo, tantas veces analizado, es uno de los más poderosos que<br />

regulan las relaciones humanas; otorga fuerzas y energía al frágil; en la lucha por el<br />

éxito mundano, si triunfa, reproduce la hazaña de David, vencedor de Goliat; su piedra y<br />

su honda son la tenacidad y la sutileza; empujó a un mozo ignaro y bonito de la<br />

campesina Yerba Buena, en el extremo de la América del Sur, al asedio y apoderamiento<br />

de la sociedad más aristocrática y difícil que entonces existía. Y lo alcanzó utilizando un<br />

encanto que se asentaba en el ambiguo garbo criollo de su figura; en el lustroso ébano<br />

de sus ojos ardientes; en el dibujo del bigote que por contraste hacía resaltar su<br />

juventud; en una exagerada cortesía que no vacilaba en arrostrar las graduaciones y<br />

peligros de la adulación; y en el francés inventado y disparatado que chapurreaba lenta y<br />

obsequiosamente; todo lo cual componía un personaje exótico, saturado de amabilidad y<br />

de méritos físicos, que desconcertaba y engolosinaba a un tipo peculiar de público.<br />

<strong>El</strong> muchacho, ya veinteañero, recorrió con el Barón los meandros de un París que<br />

participaba de las seducciones de la moda, del arte, de las conexiones sociales y de<br />

ámbitos de inconfesable frecuentación. Los acompañé doquier, y junto a Gabriel recogí<br />

(yo a edad bastante más avanzada) detalles propios de las mudanzas en la historia de<br />

las costumbres, que para mí evocaron, cambiando los matices, aspectos de mi asociación<br />

con Febo di Poggio y la Florencia de Buonarroti, y con la Nápoles dieciochesca de los<br />

alrededores de la capilla del Príncipe Raimondo de Sangro. Yturri miraba y absorbía,<br />

<strong>Manuel</strong> <strong>Mujica</strong> Láinez 229<br />

<strong>El</strong> escarabajo

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