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Mujica Lainez, Manuel – El Escarabajo - Lengua, Literatura y ...

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izquierda, y con la derecha bendecía; el de Fiero della Francesca, de Perusa, era quizás el<br />

más sereno, el más compenetrado de la gravedad de su mensaje; corría el de Melozzo da<br />

Forli, con la premura de dar la buena nueva; y los dos venecianos de la Escuela de San<br />

Rocco, el de Ticiano y el de Tintoretto, dramáticos, escenográficos, avanzaban hacia la<br />

Madonna bajo orlas de querubes, o atravesando muros en pos de la Paloma divina, para<br />

completar la ronda que Mr. Low había convocado, fervorosamente, en el curso de sus<br />

viajes. Cerraba el bibliotecario la carpeta, y durante buen espacio flotaba en el aire un<br />

rumor de alas. Se me ocurría, entonces, que el poeta cedería a las voces melodiosas que<br />

susurraban a su oído, y en efecto, aprontaba papeles y pluma, pero el adentrado sentido<br />

del deber podía más que las sugerencias de la iluminación pasajera, y cuando yo<br />

imaginaba que su alma se echaría a volar con los vocablos sagrados del Anuncio, lo veía<br />

en cambio entregarse a organizar la conferencia sobre Milton, o a adaptar las<br />

«Consideraciones sobre la Imitación de las Obras Griegas en Pintura y Escultura», de<br />

Winckelmann, a las distraídas mentes de Master John y de Master Sebastián, a quienes<br />

su padre deseaba formar, desde la adolescencia, en el culto del arte.<br />

He querido y admirado mucho a Mr. William Low, los escasos años en que fue mi dueño.<br />

Era un caballero cabal; la poesía que adentro llevaba, y que su exagerado sentido de la<br />

responsabilidad hacia los otros, le impedía ayudar a florecer, le hacía descartar la<br />

responsabilidad hacia sí mismo, precisamente hacia la poesía que aguardaba a flor de<br />

piel. Pero la Poesía estaba ahí, y su presencia, al aparecer en una palabra o en una<br />

actitud, confería a Mr. Low una calidad extremadamente sutil, que no lograba anular su<br />

aprendido empaque de dómine. A Lord Withrington, a pesar de la diferencia de<br />

situaciones, lo unía una amistad especial. También es cierto que Lord Withrington<br />

escapaba a las clasificaciones habituales. Pasaba largas horas en el piso superior de la<br />

«ruina gótica» que en el parque había hecho levantar, y que tenía al ermitaño por<br />

morador de la planta baja. Mr. William fue, contadas veces, a hablar con Lord James en<br />

su refugio y yo, como es natural, con él. Eso me permitió entrever de paso al anacoreta,<br />

que había engordado groseramente y me incliné a suponer que bebía de sobra, en su<br />

mística celda provista de una calavera, un Cristo, un libro de oraciones, un banquillo, un<br />

jergón y un reloj de arena roto. Le daba por canturriar letanías, como a Su Majestad la<br />

Reina Doña Mariana de España, pero, sin decir agua va, se descompaginaban, y barajaba<br />

lo muy pío con lo muy obsceno. Sonaban en ese caso los arados chistidos del noble señor<br />

de arriba, y el eremita retomaba la vía beata. En verdad, como ermitaño, era<br />

impresentable.<br />

Lord Withrington había instalado, en la torre de la ruina su taller, incorporándole una<br />

vidriera nada ojival, del lado del crepúsculo. Caballetes, telas, bastidores, paletas,<br />

pomos de pinturas, pinceles y frascos, distribuidos con minucioso orden, abarrotaban la<br />

limpia habitación, cada uno en su lugar. Allí, lejos de todo y de todos, sin más<br />

compañía (cuando había impuesto serenidad al contratado anacoreta) que el panorama y<br />

el trinar dulcísimo de los ruiseñores, Lord James pintaba. Pintaba, insistentemente, el<br />

mismo paisaje : una suave ondulación desnuda, sobre la cual el cielo ofrecía sus<br />

cromáticas combinaciones estupendas; su navegar despacioso de nubes como escuadras<br />

de veleros; o el levantarse de nubes esculturales, como rebozadas danzarinas que<br />

inmovilizó un hechizo; o su letargo soñador, si quedaban suspendidas como<br />

inmensos aerolitos blancos en el éter. Dijérase que un mago imperceptible, por medio de<br />

ligeros toques, utilizando los elementos invariables, pintaba antes lo que Lord<br />

Withrington debía pintar, y era tan vasta la gama de tonos y semitonos, del glauco<br />

y el aceitunado al índigo y al opalino, del amoratado al celeste y del granate al coral y al<br />

róseo, pasando por la escala de los negros, los blancos y los amarillos, que aunque el<br />

artista repetía el tema obsesionante del cielo, la comba bóveda, protectora de Great<br />

Malvern, de su condado, de Inglaterra y de sus islas, recompensaba al pintor,<br />

brindándole en un solo lugar infinitos paisajes. La felicidad del refinado Lord<br />

Withrington, en aquella celda que sobrepasaba en realidad a la del vecino ermitaño, era<br />

todavía mayor que en la biblioteca bienamada. A mí me fascinaban sus cielos, los cielos<br />

cambiantes de Lord James. Los tengo presentes ahora, como las pocas veces que los vi<br />

colgados de las paredes del taller, y no dudo de que los ángeles de las Anunciaciones<br />

216 <strong>Manuel</strong> <strong>Mujica</strong> Láinez<br />

<strong>El</strong> escarabajo

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