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Mujica Lainez, Manuel – El Escarabajo - Lengua, Literatura y ...

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están. La mujer, dirigiéndose al marido:<br />

—¿Ves, George? Es como yo te decía. Compra libros como nosotros compramos tapices.<br />

Para abrigarse y para adornar la casa. ¿Hace mucho frío aquí?<br />

—Sí, Milady, en Navidad, en enero, en febrero.<br />

—¿Se puede ver al ermitaño?<br />

—No está aquí, Sir Arthur; hay que salir al parque y preguntar por la ruina gótica.<br />

Otro, un viejo malhumorado al que recuerdo perfectamente:<br />

—¿Todos estos libros son comprados por Lord Withrington?<br />

—Una parte, Lord Brompton; los hay que proceden de las bibliotecas de su padre y de su<br />

abuelo.<br />

—¿Viene a menudo por aquí?<br />

—Constantemente.<br />

—¡Qué extraño! ¡En verdad, Lord Withrington es un hombre extraño! Teniendo una casa<br />

tan grande y tan cómoda, y un parque tan espléndido, venir sin razón a un lugar tan<br />

triste. A mí, perdóneme que se lo diga, los libros me entristecen. ¿Nunca lo entristecen a<br />

usted?<br />

—Al contrario, Lord Brompton, me alegran.<br />

Y Mr. William tornaba a correr y ascender la escalera portátil, o a sacar una caja de<br />

manuscritos; o a anotar algo concerniente a la visita de la Reina <strong>El</strong>izabeth y Robert<br />

Dudley Conde de Leicester, a Wilhrington Hall; o a examinar un torso grecorromano; o a<br />

renegar porque había aceptado disertar ante las señoras de la parroquia de Great<br />

Malvern, sobre la poesía de Miltón., y a apuntar, a apuntar... a escribir... a subir y bajar,<br />

a bajar y subir... y a preparar una versión latina: «Mali comités nocent semper pueros...»<br />

¡ah, ah, ah...! ¡Si hubiera podido negarse; si hubiese sabido manejar el mecanismo que<br />

se requiere para responder resueltamente que no, que no...!<br />

¿Y la Poesía? ¿Dónde se había ocultado la Poesía, entre ese cúmulo sofocante de<br />

obligaciones, que en vez de reducirse crecían año a año? Dos decenios atrás, Mr. Low<br />

había publicado una selección de poemas, con el título de «The Secret Island». <strong>El</strong> Amor<br />

los había inspirado, y eran profundamente sensibles y musicales. Fueron encomiados y<br />

recitados; supusieron los críticos que su camino sería ése. Lady Rowena, que aún no<br />

conocía a su autor, murmuraba de repente una estrofa del que comienza:<br />

La sombra de la noche<br />

prolonga para mí el jardín de tu memoria.<br />

Después, Mr. Low se bahía llamado a silencio. ¿Qué requería su Musa? ¿Otro amor, otro<br />

gran amor? Creo que la multitud de tareas dispares que lo asediaba, le impedía distinguir<br />

con nitidez en su interior, donde trozos de ñolas referentes a tales textos, a tales<br />

mármoles, a tales reyes de Inglaterra y Escocia, etc., interceptaban pedantescamente la<br />

pureza de sus visiones. Fui aprendiendo, poco a poco, que hacía mucho que Mr. Low<br />

planeaba escribir un largo poema sobre el tema misterioso de la «Anunciación».<br />

Pacientemente había recopilado estampas y diseños, algunos de los cuales encargó él<br />

mismo, que copiaban pinturas célebres, sugeridas por la escena maravillosa. Espaciadas<br />

y solitarias veladas, cuando lograba conjurar la fatiga y las preocupaciones, abría la<br />

carpeta que contenía esas figuras, en un jardín que no era el de la sombra de la noche,<br />

sino el más escondido de la Poesía, y que únicamente ocupaban dos personajes<br />

fundamentales, un Ángel y una Virgen <strong>El</strong> Ángel arcaico de Bernardo Daddi iniciaba el<br />

prodigio de las manifestaciones, seguido por un segundo, de hinojos como él, que<br />

reiteraba la piedad de su imagen; el de Simone di Martino se coronaba de hojas y llevaba<br />

una rama en la mano, como si de los bosques celestes acudiera; el exquisito de Fra<br />

Angélico, de Cortona, hacía pensar en que una Virgen de alas multicolores se dirigía a la<br />

Virgen, la cual, cruzadas las manos, acababa de suspender su devota lectura; el de<br />

Memling saludaba a una Virgen suntuosa, la caída de cuyo ropaje era sostenida por dos<br />

ángeles más, mientras que el Espíritu Santo planeaba dentro de su aureola; el de Gérard<br />

David como un príncipe de notantes vestiduras, alzaba un elaborado cetro con la mano<br />

<strong>Manuel</strong> <strong>Mujica</strong> Láinez 215<br />

<strong>El</strong> escarabajo

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