Mujica Lainez, Manuel – El Escarabajo - Lengua, Literatura y ...
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uen espacio. La escasa luz del cuartucho se posaba tenuemente sobre los cabellos de mi<br />
amo, que tenían el color de sus ojos y se volcaban hacia la derecha en largas ondas, y<br />
sobre los de la niña, áureos y penumbrosos como los ojos suyos. La escena fue bonita y<br />
conmovedora; lástima que careciera de testigos. Creaban el grácil, delgado caballero de<br />
hinojos y la doncella soñadora, en el claroscuro de la habitación, más que una pintura un<br />
grabado, precursor de los que multiplicó el Romanticismo. Comenzaron a hablar al cabo<br />
de un rato. Su conversación fue excepcional, pues por instantes no precisaban recurrir a<br />
las palabras para expresarse, y yo sentía que continuaban comunicándose; lo sentía<br />
porque por el conducto de la mano izquierda del joven, cuyo anular rodeaban mi<br />
coleóptero y mis dragones, capté el fluir de una cálida corriente que iba y venía,<br />
haciendo vibrar los cuerpos tensos. <strong>El</strong> saturado mutismo cesaba con repentina<br />
arbitrariedad, sin perturbarlos, y entonces era audible el intercambio de fragmentos de<br />
frases, que componían sus respectivas historias. Alfred Franz expuso ingenuamente la<br />
suya, y cuando se refirió a la sesión del palacio de la ciudad de Mitau, en Curlandia,<br />
reparé en que el movimiento de las sangres o de las espirituales esencias que en mí<br />
confluía, se intensificaba, hasta ser casi intolerable. Me enteré (nos enteramos) a la<br />
sazón de que la pupila de Cagliostro se llamaba Clarice Martelli, y de que había nacido en<br />
Bornarzo, el norte de Roma, hija de labradores, y recordé, en segundos, al principesco<br />
jorobadito de Bornarzo, a quien Florencia había visto llorar de angustia, entre los brazos<br />
de la cortesana Pantasilea, mientras los dos pajes, Febo di Poggio y Vincenzo Perini,<br />
descubrían el poliforme Amor. La primera infancia de Clarice se deslizó entre<br />
enfermedades misteriosas, que la fueron descarnando y reduciendo vitalmente, ante la<br />
impotencia dolorosa de su madre. A los once años se produjo una positiva recuperación,<br />
y fortalecida apenas, dio en tener visiones que no conseguía diferenciar de la realidad, y<br />
en recorrer, guiada por su único hermano, las tumbas etruscas del contorno, cuyas<br />
pinturas de hombres y de demonios multicolores llegaron a alucinarla, hasta que recayó<br />
en el mal indescifrable. Las mujeres del lugar contribuyeron involuntariamente a su daño,<br />
pues porfiaron que era santa, y la persiguieron con rogativas y cirios, no vacilando en<br />
cortar trocitos de su ropa, que guardaron como reliquias. <strong>El</strong> noble Lante de la Rovere,<br />
propietario del castillo, se apiadó de la endeble criatura, y preocupado asimismo por el<br />
crecer de la superstición aldeana, la mandó a Roma, al convento de profesas de su<br />
familia. Allí la conoció, por azar, la Condesa Cagliostro quien, consciente de sus<br />
extraordinarias condiciones, llevó al Gran Copto para que la examinase. Diez días<br />
separaron aquel encuentro de la fructuosa sesión de la Villa de Malta. Ahora, perdido<br />
Cagliostro, a quien consideraba un maestro y un lazarillo en las comarcas ignotas, se<br />
confesaba perdida ella también. Lo dijo elevando hacia el de Von Hawen su bello rostro<br />
pálido, que evocaba al de Dionisio el Durmiente y al del hada Moroné, y Alfred Franz le<br />
replicó que experimentaba una privación y un extravío iguales, lo que no dejó de<br />
asombrarme, pues siempre tuve a Cagliostro por un falsario impostor, pero me debo<br />
resignar a convenir en que los asuntos concernientes a los caminos que conducen a las<br />
encrucijadas sobrenaturales, son tan arduos de interpretar, como son arduos de descifrar<br />
quienes por ellos transitan; que en ese medio, lo que para una sensibilidad es oscuro,<br />
para otra es clarísimo; y que los propios individuos, que a determinadas personas se les<br />
antojan charlatanes invencioneros, para otras, por afinidades y por el manejo de hilos<br />
impalpables imposibles de definir, cumplen la función de emisarios reveladores. Dejemos<br />
esto sin menearlo más, que a nada arribaría, y atengámonos objetivamente a los hechos.<br />
En una pobre habitación de la plaza de Santa María sopra Minerva, fuerzas desconocidas<br />
habían atraído a Clarice Martelli y a Alfred Franz. Se besaron como hermanos, y juntos<br />
salieron. A partir de ese momento, todo su afán, toda su pasión, se concentró en conocer<br />
la suerte de Alejandro Cagliostro.<br />
Gastaron, para sobornar guardias y obtener noticias imaginativas, el flaco dinero que<br />
conservaban. La prudencia de no inquietar hacia ellos la perspicacia de la justicia, cuando<br />
rondaban el Castel Sant'Angelo y los tribunales donde se desarrollaba el largo proceso,<br />
les impuso separarse, pero cada noche se reunían y comparaban impresiones. Cagliostro<br />
fue acusado de blasfemar, de pornografía, de herejía, de insultar a los frailes, de<br />
<strong>Manuel</strong> <strong>Mujica</strong> Láinez 205<br />
<strong>El</strong> escarabajo