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Mujica Lainez, Manuel – El Escarabajo - Lengua, Literatura y ...

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(quien no en vano descendía de un linaje pródigo en personajes ilustremente lunáticos),<br />

de modo que me colocaron, no sin cierto recelo, en la Capilla donde se acumulaban<br />

desde hacía siglos las donaciones de reyes, prelados y gente de pro, y me sentí perdido,<br />

entre tanto testimonio de la lujosa piedad europea, tanto crucifijo resplandeciente, tanta<br />

lámpara deslumbrante, tanto relicario y orfebrería con cabezas y estatuas del Apóstol,<br />

tachonadas de pedrería, camafeos y filigranas. ¿Qué hacía allí yo, el egipcio, el<br />

extranjerísimo, el <strong>Escarabajo</strong> de la bienamada Nefertari, espiado desde la piedra<br />

escultural de las tumbas vecinas por la Emperatriz Doña Berenguela y por varios<br />

monarcas y condes, aparentemente archiantiguos en su severidad yacente, cuando<br />

comparados con mi estupenda edad resultaban unos parvulitos de nodriza y balbuceo?<br />

De súbito acudían clérigos o monaguillos, con sonoros manojos de llaves; sacaban la<br />

maravillosa custodia, o tal casulla, tal reliquia, la Virgen de la Leche, la Virgen de la<br />

Azucena, pero a mí ni me sacaban, ni me tocaban, ni me miraban, hasta que concluí<br />

desapareciendo detrás del busto de Santiago Alteo, fastuoso como un Emperador de<br />

Constantinopla.<br />

Hubiese permanecido oculto hasta sólo los Dioses sabían cuándo (y por supuesto también<br />

los santos venerados en la zona gallega), pero sucedió que una mañana un sacristán que<br />

quitaba el polvo de anaqueles y piezas sacras, me pescó en mi escondite. Me retiró de<br />

allí, sorprendido; quizá decidió su ignorancia que siendo yo un escarabajo, y para más<br />

con engarce de dragones, algún diablo me habría deslizado en ese rincón con dañino<br />

propósito; o se habrá dicho que era tonto que una sortija que no luciría ningún obispo,<br />

estuviera reclusa en tal lugar, clónele no la buscaría ni reclamaría absolutamente nadie,<br />

cuando podía ser peligrosa, y que por qué, entonces, no deshacerse de mí, del bicho<br />

probablemente demoníaco, y convertirme en algún dinero que no le vendría mal, una<br />

parte del cual depositaría en cualquier hucha de la iglesia, y el resto acomodaría en su<br />

bolsillo desploblado. Así lo hizo, repitiendo el persignarse, y así me compró un mercader<br />

que había venido a Compostela, en pos del perdón de alguna fechoría de esas que<br />

requieren las intercesiones de potente calibre, y que consigo me llevó a Nápoles.<br />

No me chocó que el sacristán lamecirios se apoderase de mí en el Tesoro de la Basílica.<br />

Durante los 3.000 años que yo contaba, me habían robado nueve veces, lo que es<br />

bastante poco, si se considera la tendencia marcada a apropiarse de lo ajeno que destaca<br />

a una alta proporción del género humano. Tengo buena memoria y me gusta recapitular:<br />

1°) fui robado cicla tumba de "la incomparable Reina Nefertari, la Osiriaca, Gran Esposa<br />

Real; 2°) me robó, sólo pasajera y traidoramente, Domicio Mamerto Quadrato, Senador<br />

de Roma; 3°) me robaron, con la gorda Zoe, los gitanos que la raptaban para exhibirla<br />

en su circo; 4°) me robó (como ahora) un sacristán que me eliminó del cajón de su<br />

Obispo, mi legítimo dueño; 5°) me robó un jovencito muy maquillado, que despojó de mí<br />

a su amigo; 6°) me robó otro gitano, maldito evidente y eficazmente, quien tuvo la<br />

audacia de privar de mi presencia a la negra imagen de las Santas Marías del Mar; 7°)<br />

me robó, en Roma, un cliente de una barbería, el cual me escurrió del platillo donde yo<br />

sesteaba, mientras mi ingenuo amo desbarbaba al miserable; 8°) me robó (y ésa fue la<br />

peor de todas las veces) el florentino Livio Altoviti, cuando asesinó al bello Febo di<br />

Poggio, y me embolsó con su dedo cortado; 9°) y último hasta entonces, me robó el<br />

acólito impune, escamoteándome detrás de la alhajada y reverenciada cabeza milagrosa<br />

de Santiago Alfeo. Bueno... no está mal, pero repito que fueron tres mil años. Diversa<br />

cosa ha sido encontrarme: me encontraron en ocho ocasiones, y no me extenderé en su<br />

enumeración, desde que me halló en una roca del Valle de las Reinas el nieto de Amait,<br />

el anciano con quien viajé a Naucratis, hasta que me descubrió en Verona el mudo falso,<br />

que resultó ser Lope de Ángulo, y me trasladó a Santillana.<br />

A Nápoles, y esto sucedía a mediados del siglo XVIII, me condujo el comerciante pecador<br />

de Santiago de Compostela, y ahí, supongo que por ser corto de genio y porque le<br />

incomodaba que le preguntasen de continuo la razón por la cual usaba una sortija tan<br />

estrafalaria (la verdad es que no teníamos nada que ver), me vendió a un señor<br />

nobilísimo quien, en cuanto me examinó, se interesó sobremanera por mí, y me merecía<br />

harto más: Don Raimondo de Sangro, Príncipe de Sansevero, Duque de Torremaggiore,<br />

Marqués de Castelnuovo, Príncipe de Castelfranco, Grande de España de Primera Clase,<br />

182 <strong>Manuel</strong> <strong>Mujica</strong> Láinez<br />

<strong>El</strong> escarabajo

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