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Mujica Lainez, Manuel – El Escarabajo - Lengua, Literatura y ...

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y al tercero, pues al deducir los guardias que con los desaparecidos, desaparecían<br />

también los bolsos de plata, se deslizaron en pos, asiéndose de matas y raíces, lo que mi<br />

señor y el truhán supérstite aprovecharon para poner los pies en polvorosa. Con ello<br />

quedó disuelta su sociedad. Don Diego de Acedo y Velázquez, que hasta cierto punto<br />

había sido un instrumento de los falsos guapetones, recogió los económicos ingresos que<br />

había acumulado, ocultándolos de cualquier pesquisa probable, y desdeñando despedirse,<br />

se largó a Madrid, un amanecer de pájaros, de brisa y de hierba húmeda. Fingía ser un<br />

peregrino de tantos, reales o apócrifos, que a Santiago de Compostela acudían de toda<br />

Europa, y que luego andaban mendigando por caminos y posadas. Adquirió un negro<br />

sombrero, leal a su preferencia por los de ala ancha, y lo sembró de clásicas conchas;<br />

adquirió una calabaza hueca, que en lugar de agua llenó de vino; y se sumó a la<br />

turbamulta de pordioseros, romeros, tullidos, capeadores (así decían a los ladrones de<br />

capas) y adicional morralla transeúnte que obstruía las carreteras españolas, importando<br />

de sus países espejismos, milagros, astucias, bubas y piojos. Era obvio que su ambición<br />

le servía de impulso, ya que sin más auxilio que el suministrado por sus piernecitas y un<br />

bastoncillo que oficiaba de báculo, y sin implorar limosnas ni deshacerse un instante de<br />

la característica expresión soberbia, la cual contrastaba con su hábito humilde, a Madrid<br />

llegó, jornada a jornada, hambriento de conquista, el hijo bastardo de Santillana del Mar.<br />

Mínimas horas fueron suficientes para que el Marqués de Orani tropezara con él, sin<br />

advertirlo, al atravesar la plazuela de Herradores, donde se reunían los lacayos, las<br />

dueñas, caballerizos, mozos de cuadra, pinches, portadores de sillas de mano y demás<br />

miembros de la servidumbre en busca de acomodo. Si elocuente fue el entusiasmo de los<br />

contrabandistas, al descubrirlo en la feria de Pamplona, a mayor grado alcanzó el del<br />

Marqués, cuando casi lo voltea de un empellón en la turbamulta de los criados sin<br />

empleo. Quedóse pasmado mirándolo y no me asombra, pues el chiquitín disfrazado de<br />

peregrino debía ofrecer una diversión muy especial, ya que aun ahí, aun en medio de<br />

aquella ralea, mantenía su tono encopetado, representando, tal vez para sí mismo, el<br />

legendario papel del prócer que ha revestido el sayal monjil con el objeto de visitar y<br />

adorar la tumba del Apóstol, en cumplimiento de una promesa incógnita. Propúsole Orani<br />

que lo siguiera, asegurándole que tenía para él la superior de las ocupaciones, y se<br />

fueron, el enano detrás del Marqués, por la calleja de Santiago y la calle de San Juan,<br />

hasta desembocar en la plaza del Alcázar, que más me impresionó por su desolada<br />

anchura que por su pulcritud, con aquel largo, tedioso, simétrico edificio, al que no<br />

conseguían relevar su erupción de ventanaje, su solitaria cúpula y su irremediable<br />

escudo, que se jactaba de ser la suprema joya arquitectónica del mundo, y que a mí,<br />

familiarizado con las grandezas de los faraones, con las de la Roma cesárea y las de la<br />

Florencia renacentista, me dejó bastante frío. No sucedió lo mismo con Don Diego, quien<br />

prorrumpió en alabanzas y en un derroche tal de conocimientos, sumando las pompas del<br />

arte cortesano a la supremacía de los Austrias, que se intensificaron la admiración y la<br />

sorpresa del joven Marqués. Con él entramos en el palacio que durante más de treinta<br />

años me brindó su morada.<br />

Diré que nunca, no obstante que a menudo lo recorrí, dominé totalmente su dédalo<br />

intrincado, pues lo formaba un amasijo de quinientas habitaciones, suntuosas o míseras;<br />

oscuras o alumbradas; llenas de trampas hechas de muebles y objetos frágiles que<br />

surgían de súbito, o separadas por zonas desérticas, en las que ni alfombras ni esteras<br />

había, y las ventanas no cerraban bien; interrumpidas por escaleras y escalerillas, las<br />

cuales, como si quisieran huir de aquel agobio, conducían a otras zonas igualmente<br />

contradictorias, de invencible tristeza, donde lo aguardaban a uno hacinados espectros<br />

de muebles, enrollados tapices y cuadros vueltos contra la pared; aireadas por patios<br />

comunicantes, en cuyo contorno, bajo soportales, convivían las responsabilidades<br />

tremendas de los Consejos de Castilla, de Aragón, de Estado, de Italia, de Flandes, de<br />

Portugal, de Indias, de Guerra, de Hacienda, del Universo entero..., y las covachuelas de<br />

los afanosos oficinistas, y las tienduchas de los mercachifles; todo ello cubierto, como por<br />

una nube de abejorros, por el trajinar de los aposentadores, capellanes, guardias de<br />

Archeros, de Alemanes, Monteros de Espinosa, porteros, ujieres, boticarios, cereros,<br />

<strong>Manuel</strong> <strong>Mujica</strong> Láinez 167<br />

<strong>El</strong> escarabajo

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