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Mujica Lainez, Manuel – El Escarabajo - Lengua, Literatura y ...

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Santillana del Mar, orgullo de la Montaña, tan renoble y archinoble, donde tantos se<br />

preciaban de descender de los Reyes Godos, que en aquel momento asistía al<br />

espectáculo de que alguien se atreviese a perturbar su sacra siesta, y para colmo de que<br />

ese alguien fuese un forastero. De repente, por encima de las castañuelas livianas,<br />

desafinó la voz ambigua, insolente y como triunfal del mulo, y eso preludió la obertura de<br />

una orquesta de relinchos, mugidos, gruñidos, ladridos, gorjeos y cacareos, distribuida<br />

en corrales, establos, gallineros y jaulas, cuyos sones convocaron más y más<br />

instrumentos en el sopor de los campos, al tiempo que las puertas y ventanas se abrían<br />

sinceramente, a impulsos de la sorpresa y la curiosidad, y que el empaque del señorío<br />

provinciano y la dignidad de la aldeana modestia, iban surgiendo en los caserones y en la<br />

calle, atraídos, como por una antorcha, por el arder de la pluma anaranjada, por las<br />

heroicas herrumbres del espadón y quiero creer que por el lustre azul del escarabeo de<br />

Egipto, pues unidos colaborábamos, con el tamboril mular, a la gloria de Lope de Ángulo,<br />

hijo pródigo.<br />

Tardaron en identificarlo, superponiendo la máscara de su faz curtida, tajeada y barbuda,<br />

en el semblante del muchacho de veinte años que partiera de allí, un cuarto de siglo<br />

atrás; tratando de hacer coincidir los rasgos, de dibujar patas de gallo donde hubo lisa<br />

frescura, de sembrar hilos de canas en el pelo que negrísimo fue; y repitiendo que sí,<br />

que aquél era Lope de Ángulo, y que lo que conservaba intacto era el carbón y el<br />

azabache de los ojos. Había alcanzado ya a la plaza, frente a la Torre de los Barreda, que<br />

llamaron de Don Borja, y buscando alivio al rigor del aire, se refugió en la oscuridad<br />

templada del soportal, donde en breve lo rodearon los palurdos, primeros en recuperar<br />

su imagen y en proclamar su vuelta. Amargaban las noticias de los suyos que reunió: ni<br />

su padre, ni su madre vivían; sus hermanos se habían desparramado por el mundo,<br />

ansiosos, como él, de aventura; sólo su anciano tío Alfonso continuaba en pie, enhiesto<br />

como una estaca: lo buscaron, lo trajeron de su casa, en la próxima calle de las Lindas, y<br />

el viejo semidormido, sin entender todavía de quién se trataba, lo abrazó asombrado, ya<br />

que lo empujaron a que lo hiciese. Entretanto, aglomerábase la gente en el gótico<br />

soportal de Don Borja, hasta que fue más intenso el calor ahí que afuera, y Lope,<br />

franqueándose camino con los codos, cogió con una mano la del tío y con la otra la brida<br />

del mulo, y se alejó hacia la pequeña casa de las Lindas donde nos asilamos, en la planta<br />

baja la acémila, y en la alta nosotros y el atónito pariente.<br />

A la otra mañana, muy temprano, ya estaba Lope de Ángulo sentado junto a la fuente<br />

lugareña, a la cual acudían los labriegos a dar de beber a las bestias y a llenar<br />

medianamente los odres, tanto escaseaba el agua. Su presencia fue saludada con<br />

alborozo, lo mismo que al atardecer, a la hora en que muchos tornaban de los campos,<br />

aguijando los bueyes recién aliviados del yugo, a los cuales daban nuevamente de beber:<br />

porque en ambas ocasiones, aquel a quien todos otorgaban ya, por señero nombre y<br />

título, el de «Capitán», comenzó a desplegar entre ellos y ante su ingenuo asombro, una<br />

serie de cuadros con combinadas escenas de heroísmo, de riqueza y de fantasía, a modo<br />

de los fecundos parleros y mimos que iban entonces por los pueblos, contando con<br />

desplegadas figuras que indicaba su puntero, la historia de Carlomagno y los Doce Pares,<br />

o la de Roldan quien (esto lo sabía mejor que nadie yo) murió en Roncesvalles, para<br />

mayor gloria de Francia. Sólo que el capitán Lope de Ángulo, en vez de esas<br />

romanceadas crónicas de prodigio, les refería los misterios de las cautivantes Indias de<br />

Occidente, descubiertas hacía cuarenta años, y que día a día se poblaban de más sirenas,<br />

endriagos, ciudades encantadas, hombres fabulosos y geográficos portentos. Para colmo,<br />

los describía como si los hubiese visto, tanto que en breve, además de los villanos, quiso<br />

el señorío deleitarse con narraciones hasta esa oportunidad apenas escuchadas a<br />

terceros, que las recogieran de otras bocas, lo que estimuló al Capitán a abandonar la<br />

plebeya sencillez de la fuente, trocándola por el halago de los estrados nobles, cuyos<br />

ufanos habitantes, rivales de la tiesa dignidad de los retratos que en las paredes roía la<br />

carcoma, lo oyeron igualmente boquiabiertos que el zafio vulgo.<br />

A mí, el gárrulo palabrerío del ex mudo me desconcertó. Con anterioridad, durante la<br />

navegación que desde Genova nos trajo, jamás salió de sus labios la mínima alusión a las<br />

<strong>Manuel</strong> <strong>Mujica</strong> Láinez 159<br />

<strong>El</strong> escarabajo

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