Mujica Lainez, Manuel – El Escarabajo - Lengua, Literatura y ...
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9. EL ENANO DE SANTILLANA DEL MAR<br />
<strong>El</strong> soldado Lope de Ángulo, a quien habían aburrido sus soeces camaradas en la guerra,<br />
la rapiña, la lujuria y el cuartel, encajándole toda suerte de fáciles e indecentes rimas<br />
apellidadoras, era un hombre de imaginación. Al pasar por Torrelavega, metióse con un<br />
viejo chalán que ensalzaba los méritos de sus cuadrúpedos rebuznantes y, súbitamente<br />
inspirado, le regateó uno y se lo compró, más dos pequeñas barricas que colgó de los<br />
lomos sufridos de la bestia, y a las cuales, en el agotamiento del río Besaya, logró llenar<br />
de agua hasta el tope. Luego, andando con el buen ritmo que debía a sus vigorosos<br />
cuarenta y cinco años, y asiendo del cabestro su mulo, Ángulo, muy chulo, pues había<br />
ampliado su ajuar en Santander con un gorro de pluma anaranjada, un paño verde que,<br />
debajo, se anudó a la cabeza, y un cochino espadón arrastradísimo, entró en Santillana<br />
del Mar, desprevenida y dormilona, donde sus ojos se abrieron a la luz.<br />
Escasos labradores, descoloridos en la lejanía y en el bochorno de las secas parcelas,<br />
osaban afrontar el sol perverso que recalentaba los cuerpos, los surcos y las paredes, y<br />
que levantaba del suelo un vaho tembloroso, como si la tierra fuese un enorme buey<br />
echado y humeante. Los demás sudaban la siesta en la penumbra de los soportales, o<br />
roncaban en el interior de cuadras invisibles. Aquellos cuyo despatarro era dado atisbar,<br />
confusamente, entre las gruesas pilastras de las casonas, muertos parecían, como<br />
parecían agonizar los perros grises de polvo, yacentes, jadeando al amparo saledizo de<br />
los balcones. Lo único que vivía, que triunfaba aún, en la modorra aldeana, eran los<br />
escudos de piedra. Enclavados en la altura, como inmóviles aves rapaces en sus<br />
alcándaras, erguido el penacho, encrespadas las plumas, las espuelas rasguñadoras y el<br />
pico voraz, miraban pasar a Lope de Ángulo, de vuelta en su Cantabria después de cinco<br />
lustros de ausencia.<br />
No es tarea simple, la de reconstruir su biografía. Por un marinero de la carabela, que lo<br />
reconoció, supe lo del saqueo de Roma, y eso, aparte de su época de mudo mendicante,<br />
en la iglesia de San Pietro Buonconsiglio de Florencia, es cuanto poseía yo, como seguro<br />
antecedente, cuando de la mano de mi dueño llegué a Santillana. Lo demás,<br />
inaveriguable mezcla de verdades y embustes, fue incorporándose a mi memoria,<br />
durante el largo tiempo que quedé allí. Me limitaré, pues, por ahora a recordar aquel<br />
caluroso mediodía, y el lento despertar de la villa a nuestro paso. Porque Santillana se<br />
fue despabilando, a medida que avanzábamos hacia su corazón, cual si el repiqueteo de<br />
los cascos del mulo anunciase algo distinto, un relajarse de su monotonía secular, la<br />
hidalga y la villana, que agravaba el rigor del estío. Puesto sobre la crin pringosa, mi ojo<br />
azul observó las sucesivas recuperaciones; entreabríanse los lienzos y esteras<br />
protectoras de las puertas, y en las rendijas se esbozaron rostros indecisos; asomaba, en<br />
los pórticos, el desperezarse de los rústicos; aquí y allá, vagas mujeres detenían la<br />
despaciosa, sonámbula tarea de recoger la ropa puesta a secar; salió un letrado a su<br />
balcón, flojas en la nariz las gafas de cuerno, despeinado y desplanchado, y nos estuvo<br />
examinando, como si nos imaginase; y así, mientras los cascos taconeaban, aparecieron<br />
también tres o cuatro señores de pro, dentro del marco de sus ventanas, como si en<br />
nuestro camino estuvieran colgando unos grandes retratos ancestrales, junto a los<br />
escudos soberbios, para honrar a Lope de Ángulo que volvía, aunque lo cierto es que el<br />
Mudo ni tenía blasón, ni con antepasados de calidad y de retrato contaba, en esa<br />
158 <strong>Manuel</strong> <strong>Mujica</strong> Láinez<br />
<strong>El</strong> escarabajo