07.05.2013 Views

Mujica Lainez, Manuel – El Escarabajo - Lengua, Literatura y ...

Mujica Lainez, Manuel – El Escarabajo - Lengua, Literatura y ...

Mujica Lainez, Manuel – El Escarabajo - Lengua, Literatura y ...

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

orgullo, son nítidos, radiantes, y por ende susceptibles de dilucidaciones que no admiten<br />

discusión: el amor no. En la estructura del amor intervienen elementos imposibles de<br />

aclarar, que el sexo contribuye a hacer más turbios, y que responden, supongo, a la ideal<br />

imagen que quien ama compone de quien es amado, y a la cual el primero ajusta, dentro<br />

de lo posible, lo que el otro provee, borrando lo que no corresponde a su invención<br />

pasional, e improvisando de la nada lo que su imagen necesita para existir. De ahí las<br />

reiteradas contradicciones, sorpresas y desengaños que el amor suministra. Nadie pudo<br />

ser tan distinto como Febo di Poggio, de lo que Miguel Ángel soñaba que era. Poseía, es<br />

verdad, para coincidir con el arquetipo plasmado por el artista, una física traza muy<br />

semejante al paradigma de Buonarroti. Su hermosura toleraba, en su tipo, escasas<br />

comparaciones, pero Febo era como un libro impecablemente encuadernado y titulado,<br />

cuyo deleznable texto interior no tenía en absoluto que ver con la excelencia de su<br />

preciosa envoltura.<br />

Por tanto, el ligamento que lo unió a Miguel Ángel, si en ciertos períodos fue blando y<br />

amable, en otros crujió y gimió por Jos forcejeos y tiranteces. Eso tornó la vida del taller<br />

y de la casa a menudo insufrible, puesto que dependía del barómetro del humor de un<br />

muchacho casquivano, y de su repercusión sobre un hombre que se sabía feo y excelso,<br />

y que avanzaba hacia las trampas de los sesenta. Durante el tiempo del asedio de<br />

Florencia por los ansiosos de acabar con la República y de recuperar el poder para los<br />

Médicis, hicieron crisis las permanentes discrepancias y celos de relación, y el maestro,<br />

no obstante que se le había confiado la estratégica fortificación de la ciudad, huyó a<br />

Venecia con su discípulo Antonio Mini. La alarma de Febo, turbado ante lo que<br />

inesperadamente perdía, se tradujo en reacciones extravagantes. Si hubiera sabido<br />

dónde se había asilado el prófugo, que escapaba de él, seguro es que hubiese corrido<br />

detrás, plañidero, pero desconocía su rumbo. Anduvo como extraviado, por la sitiada<br />

Florencia; en su enfado planeó pasarse a las filas enemigas; luego se le ocurrió,<br />

estúpidamente, que era capaz de agradar a Livio Altoviti, quien lo echó a puntapiés de su<br />

palacio; y hasta pensó imitar a Vincenzo Perini, e ingresar en los servitas, mas los frailes,<br />

al tanto de los trastornos de su ánimo caprichoso, le aconsejaron que se sumara a los<br />

defensores de la ciudad, y hasta se habló de ello, entre dientes, como una «cura<br />

higiénica». La ausencia de Miguel Ángel no se estiró. Mini amaba a una joven, con quien<br />

esperaba casarse; al maestro le dolía sin duda, la nostalgia de ese Febo versátil que<br />

había añadido canas a su barba y cabeza; y la entrañable adoración que Miguel Ángel<br />

consagraba a su Florencia, agravaba evidentemente en su inquietud de exaltador de las<br />

libertades cívicas, lo forzoso de entregar a su servicio la totalidad de su talento, en la<br />

hora en que se jugaba el destino de la ciudad del Lirio Rojo. Volvieron, pues, y el<br />

maestro y mi amo reanudaron la vida en común, bajo mejores auspicios.<br />

Cuando podía, Miguel Ángel bajaba de incógnito, embozado, de la elevación de San<br />

Miniato al Monte, donde concentrara importantes construcciones parapetadas, en<br />

beneficio de la urbe, para esconderse en la Sacristía de San Lorenzo. Febo lo<br />

acompañaba. Es paradójico, es absurdo, que mientras no ahorraba afanes para evitar<br />

que los Médicis ganasen de nuevo el dominio florentino, Buonarroti (él, que había<br />

compartido la intimidad del Magnífico y que había sido objeto de especiales atenciones de<br />

los Papas de ese linaje), paralelamente a sus actividades en la defensa, como ingeniero<br />

militar, cediese al reclamo de seguir trabajando en la capilla que aspiraba a ser uno de<br />

los testimonios supremos de la gloria medicea. Pero Miguel Ángel era así, antitético,<br />

inconciliable: para él la belleza y su plástica manifestación, privaban por encima de los<br />

demás. Eso clarifica, hasta cierto punto, las mudanzas de su actitud frente a Febo di<br />

Poggio, un muchacho que si coincidía, estéticamente, con su ideal, espiritualmente no<br />

valía siquiera un quattrino paupérrimo.<br />

Solos entre los fantasmas de la Sacristía Nueva, en un silencio interrumpido de repente<br />

por la artillería imperial y por los gritos lejanos, Miguel Ángel esculpía y dibujaba. Lo<br />

transfiguraba y hermoseaba entonces la efímera felicidad. A veces se internaba con el<br />

escoplo y el cincel, como en la suya, en la conciencia del Pensieroso, de ese Duque<br />

Lorenzo superficial a quien infundió, al esculpirlo, una profundidad densa de enigmas. A<br />

veces tornaba a la delectación de modelar las morbideces carnales de la Aurora y de la<br />

152 <strong>Manuel</strong> <strong>Mujica</strong> Láinez<br />

<strong>El</strong> escarabajo

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!