Mujica Lainez, Manuel – El Escarabajo - Lengua, Literatura y ...
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familiaridad del artista más descollante de Italia y por ende del mundo? Y ese artista, con<br />
quien únicamente era capaz de competir el gran Leonardo; ese personaje excéntrico,<br />
ilógico, cuya sensibilidad a flor de piel lo hacía oscilar, en escasos minutos, entre la<br />
ternura ingenua y la ciega cólera ¿no suministraba pruebas evidentes de hasta dónde lo<br />
cautivaba mi Febo di Poggio, mi Febo que, pese a su engreimiento, al principio no volvía<br />
en sí de la impresión que sus quince años habían provocado en un buscado y halagado<br />
superhombre que le llevaba cuarenta y que lo trataba con deferencia disparatada,<br />
solicitando su opinión y escuchándolo atentamente, a medida que circulábamos entre los<br />
moldes, los relieves y los supremos mármoles designados para la fama?<br />
A Febo, dichos homenajes se le subieron a la cabeza, como vapor de vino, una vez que<br />
salió de su feliz sorpresa inagural, y actuó como un tonto, como el pequeño bastardo de<br />
un pequeño sastre de Pisa que era. Barrunto que su fatuidad adolescente lo indujo a<br />
colocar en un platillo de la balanza su lozana hermosura, y en el otro la fealdad del<br />
hombre de la nariz rota; en uno la verde juventud, y en el otro la avanzada madurez; y<br />
que, desechando algo tan enormemente significativo como la magnitud espiritual y<br />
creadora de Miguel Ángel, y el prestigio que al comienzo lo ofuscó, dio por sentado que la<br />
balanza se inclinaba de su parte, y que eso lo convertía en rector de la relación, ya que<br />
exclusivamente de él dependían los favores. Esa idea pueril fue fatal y en ella se<br />
originaron los desastres, porque desde entonces, tanto en el taller de la vía Mozza como<br />
en la atmósfera de trabajo de la Sacristía y de la Librería Laurenziana, como si los Febos<br />
no fuesen muchos y uno Miguel Ángel, los caprichos de Febo rigieron en buena parte la<br />
eficacia de la labor, pues en la circunstancial actitud del muchacho se afianzó, mientras<br />
corría el tiempo, la imprescindible serenidad que requería la producción del maestro. A<br />
períodos de bonanza, en que trascendía el entendimiento de una afectuosa intimidad<br />
cuyos alcances sabía sólo yo, sucedían constantes tormentas, cuyo ímpetu Febo desataba<br />
de la fácil ira de Buonarroti, excitada por las coqueterías y por las ínfulas torpes del<br />
mancebo.<br />
Mini y Montelupo, que lo detestaron desde que percibieron el interés de Miguel Ángel, lo<br />
odiaron pronto, aunque no se atrevieron a hacérselo sentir demasiado, pues Febo, como<br />
si fuese una cortesana, una damisela aprendiz de Pantasilea, los amenazó con delatarlos<br />
ante el que reverenciaban y temían, lo que amenguó su agresividad. <strong>El</strong> buen Montorsoli<br />
optó por no meterse con el favorito, y hasta Vincenzo se fue alejando del amigo querido,<br />
y poco a poco arrimándose a la fraternidad del Fraile. En Vincenzo, como resultado de la<br />
influencia de este último, y de su propia, innata propensión a abstraerse seriamente y a<br />
indagar en las penumbras de su alma, también, pienso yo, por contraste con lo hueco de<br />
la arbitrariedad pretenciosa de Febo, fue ganando firmeza la vocación pía, y al cabo de<br />
un año, separado ya por entero de su antiguo socio, ingresó en la Orden de los Siervos<br />
de María, la de Montorsoli, a distinción del cual no regresó a la vía Mozza, consagrándose<br />
a los ejercicios religiosos de la oración y de la caridad. A cuanto voy enumerando, que<br />
describe la enrarecida atmósfera en torno de mi amo y de sus ínfulas, sólo toleradas por<br />
la indulgencia de Miguel Ángel, se sumó la presencia de Bianca Salviati en el taller. Vino<br />
allí en varias ocasiones, con el subterfugio de encargar una Virgen, un fondo pintado que<br />
jamás se concretó, hasta que las sospechas del maestro discernieron la auténtica razón<br />
de sus visitas, y le exigió que no volviera más. No fue ello óbice para que Bianca y Febo<br />
se viesen, fuera de la casa, lo cual al enterarse Buonarroti por una confidencia de Rafael<br />
de Montelupo, armó la peor de las tempestades que hayan tenido por escenario a la<br />
Sacristía de San Lorenzo, un temporal tan tremendo que Febo, perseguido por el rabioso<br />
escultor que esgrimía un cincel, en torno de las marmóreas y albas figuras de los Duques<br />
de Urbino y de Nemours, las cuales hubieron de herirse en la refriega, tembló por su<br />
integridad, se arrojó sollozando a los pies del furibundo, lo abrazó, se apresuró a<br />
reconquistarlo, por unas semanas fue oveja dócil y aún fue obsequiado con una cadena<br />
de oro y con varios de los más bellos sonetos que inspiró al que ha sido asimismo un<br />
gran poeta.<br />
Ninguno de los sentimientos es tan inexplicable, tan injustificable como el amor. ¿Lo he<br />
dicho ya? No me extrañaría, porque siempre lo he considerado así. <strong>El</strong> odio, la envidia, el<br />
<strong>Manuel</strong> <strong>Mujica</strong> Láinez 151<br />
<strong>El</strong> escarabajo