Mujica Lainez, Manuel – El Escarabajo - Lengua, Literatura y ...

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Fue después a confesarse y contó del cerdo al fraile. Quiso el fraile de inmediato acudir a la Justicia, mas pensó que no podía si en confesión lo sabía. Dijo entonces a la gente: «¡Ay de mí, padezco un mal que no puedo revelar!» Suspiró Febo, cómicamente, puso los ojos en blanco: Y yo sufro el mal del fraile... Risas y aplausos lo premiaron. Hacia él avanzó, desde la oscuridad inundante, un hombre que vestía hábito talar, negro, fajado por el cuero de un cinturón, con escapulario y larga capa, todo lo cual no bastaba para solemnizar su aspecto, por lo temprano de su edad, que encuadraban dichas austeridades contradictorias. Pronunció el «Ave» tradicional y, dirigiéndose a los mozos con el tono más afable, exclamó: —¡Qué historia graciosa! ¿Se conoce el autor? Respondió Vincenzo: —La compuso el maestro Poliziano. —¡Qué graciosa! A mí me toca y divierte singularmente, porque me dan el mote de «el Fraile». E incontinenti les manifestó que se llamaba Giovanni Angelo Montorsoli y que, aunque formaba parte de la comunidad de los Siervos de María, de los servitas del monasterio de la Annunziata y del Monte Senario, disfrutaba de una licencia, gracias a la cual ayudaba al más grande de los escultores en la ejecución de las tumbas de unos príncipes de Florencia. Se detuvo a inspeccionar mejor a Febo di Poggio y continuó: —Tú podrías servirle de modelo. Siempre anda a la búsqueda de modelos para sus estatuas y sus dibujos. Me voy ahora, que me aguardan en la Annunziata. Ya nos veremos, por la voluntad de María Virgen. —Así sea —le contestaron los muchachos, y abandonaron el puente en dirección adversa a la que tomara el artista religioso. Durmieron esa noche en un camaranchón, reino de ratas, de pulgas y de chinches, pero era tan destructora su fatiga que apenas los estremeció la batalla librada sobre sus cuerpos por el hambre de dípteros y hemípteros, que en sueños repelieron con algunas palmadas y bastante rascadura. La siguiente mañana, cuando todavía se refregaban las piernas y las caderas, a causa de la voracidad de los bichos, reapareció en el puente Bianca Salviati, con una amiga. Incorporáronse por largo espacio al auditorio de los rapaces, y entre canto y canto, se ingenió Bianca para enderezar alguna palabra a Febo, ya con el motivo de alabar su afinación y gusto, ya con el de elogiarme a mí, lo que le proporcionó excusas para coger y presionar su mano, y acariciarnos furtivamente a los dos. Sentí yo a di Poggio conjuntamente exaltado e inquieto por la aventura que se le ofrecía, o sea que fluctuaba entre el vanidoso entusiasmo y la asustada zozobra, lo que contribuyó a intensificar las ventajas del tono rosado de su piel. Retiradas las doncellas, Vincenzo, ante los sentimientos obvios que pugnaban en el ánimo de su compañero, lo instó que tuviese cuidado, pues el episodio podía acarrear consecuencias desfavorables. La inconsciencia de Febo descartó esas nubes, pero la misma tarde medimos el valor de las reflexiones de Perini. Los mozuelos salmodiaban a dos voces la extraña historia de Ginevra degli Almieri, la que poco después de su boda con el hombre a quien no amaba, fue enterrada viva, pues la creían muerta por la peste; la que tornó a abrir los ojos, abandonó la soledad y el espanto del sepulcro, acudió a las casas de su esposo y de su madre, que la rechazaron, suponiéndola un espectro; la que por fin buscó refugio en el hombre a cuyo amor y matrimonio su familia se había opuesto, el cual la reconoció, le brindó amparo y ternura, y la ganó por mujer legítima, cuando su madre y esposo repudiantes se 148 Manuel Mujica Láinez El escarabajo

Fue después a confesarse<br />

y contó del cerdo al fraile.<br />

Quiso el fraile de inmediato<br />

acudir a la Justicia,<br />

mas pensó que no podía<br />

si en confesión lo sabía.<br />

Dijo entonces a la gente:<br />

«¡Ay de mí, padezco un mal<br />

que no puedo revelar!»<br />

Suspiró Febo, cómicamente, puso los ojos en blanco:<br />

Y yo sufro el mal del fraile...<br />

Risas y aplausos lo premiaron. Hacia él avanzó, desde la oscuridad inundante, un hombre<br />

que vestía hábito talar, negro, fajado por el cuero de un cinturón, con escapulario y larga<br />

capa, todo lo cual no bastaba para solemnizar su aspecto, por lo temprano de su edad,<br />

que encuadraban dichas austeridades contradictorias.<br />

Pronunció el «Ave» tradicional y, dirigiéndose a los mozos con el tono más afable,<br />

exclamó:<br />

—¡Qué historia graciosa! ¿Se conoce el autor? Respondió Vincenzo:<br />

—La compuso el maestro Poliziano.<br />

—¡Qué graciosa! A mí me toca y divierte singularmente, porque me dan el mote de «el<br />

Fraile».<br />

E incontinenti les manifestó que se llamaba Giovanni Angelo Montorsoli y que, aunque<br />

formaba parte de la comunidad de los Siervos de María, de los servitas del monasterio de<br />

la Annunziata y del Monte Senario, disfrutaba de una licencia, gracias a la cual ayudaba<br />

al más grande de los escultores en la ejecución de las tumbas de unos príncipes de<br />

Florencia. Se detuvo a inspeccionar mejor a Febo di Poggio y continuó:<br />

—Tú podrías servirle de modelo. Siempre anda a la búsqueda de modelos para sus<br />

estatuas y sus dibujos. Me voy ahora, que me aguardan en la Annunziata. Ya nos<br />

veremos, por la voluntad de María Virgen.<br />

—Así sea —le contestaron los muchachos, y abandonaron el puente en dirección adversa<br />

a la que tomara el artista religioso. Durmieron esa noche en un camaranchón, reino de<br />

ratas, de pulgas y de chinches, pero era tan destructora su fatiga que apenas los<br />

estremeció la batalla librada sobre sus cuerpos por el hambre de dípteros y hemípteros,<br />

que en sueños repelieron con algunas palmadas y bastante rascadura. La siguiente<br />

mañana, cuando todavía se refregaban las piernas y las caderas, a causa de la voracidad<br />

de los bichos, reapareció en el puente Bianca Salviati, con una amiga.<br />

Incorporáronse por largo espacio al auditorio de los rapaces, y entre canto y canto, se<br />

ingenió Bianca para enderezar alguna palabra a Febo, ya con el motivo de alabar su<br />

afinación y gusto, ya con el de elogiarme a mí, lo que le proporcionó excusas para coger<br />

y presionar su mano, y acariciarnos furtivamente a los dos. Sentí yo a di Poggio<br />

conjuntamente exaltado e inquieto por la aventura que se le ofrecía, o sea que fluctuaba<br />

entre el vanidoso entusiasmo y la asustada zozobra, lo que contribuyó a intensificar las<br />

ventajas del tono rosado de su piel. Retiradas las doncellas, Vincenzo, ante los<br />

sentimientos obvios que pugnaban en el ánimo de su compañero, lo instó que tuviese<br />

cuidado, pues el episodio podía acarrear consecuencias desfavorables. La inconsciencia<br />

de Febo descartó esas nubes, pero la misma tarde medimos el valor de las reflexiones de<br />

Perini. Los mozuelos salmodiaban a dos voces la extraña historia de Ginevra degli<br />

Almieri, la que poco después de su boda con el hombre a quien no amaba, fue enterrada<br />

viva, pues la creían muerta por la peste; la que tornó a abrir los ojos, abandonó la<br />

soledad y el espanto del sepulcro, acudió a las casas de su esposo y de su madre, que la<br />

rechazaron, suponiéndola un espectro; la que por fin buscó refugio en el hombre a cuyo<br />

amor y matrimonio su familia se había opuesto, el cual la reconoció, le brindó amparo y<br />

ternura, y la ganó por mujer legítima, cuando su madre y esposo repudiantes se<br />

148 <strong>Manuel</strong> <strong>Mujica</strong> Láinez<br />

<strong>El</strong> escarabajo

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