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Mujica Lainez, Manuel – El Escarabajo - Lengua, Literatura y ...

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haber devorado unos panecillos y vagado al azar callejero, mientras la urbe abría sus<br />

ventanas y sus negocios como si bostezase, pusieron término a la caminata en el Ponte<br />

Vecchio, que ya albergaba un apretujamiento de comercios minúsculos, entre los cuales<br />

prevalecían los de los orfebres y joyeros, que finalmente se apoderaron de toda su<br />

extensión. Si de plateros y lapidarios, también era el puente asilo de una caterva de<br />

truhanes e histriones, que a esa hora se iban instalando en poyos, mojones y portales,<br />

de acuerdo con misteriosos derechos adquiridos, custodiados con tanta vehemencia que<br />

a Febo y Vincenzo les costó acertar dónde acomodarse, y lo consiguieron, muy<br />

probablemente, gracias a la calidad de sus atavíos, que los sindicaba como pajes de gran<br />

casa, susceptibles de ser engañados y despojados. Sentáronse en el suelo, sobre sus<br />

deshabitadas alforjas, y presto sus voces rivalizaron con las de quienes, desde temprano,<br />

imploraban la ciudadana caridad. Sólo que ellos, a diferencia de los que mendigaban<br />

mostrando pústulas y deformidades más o menos históricas, y repitiendo monótonos<br />

rezongos incomprensibles, elevaron sus voces cristalinas y cantaron, acompañándose con<br />

el laúd.<br />

Su presencia en medio de aquellos parásitos desabridos, convocó en torno a muchas de<br />

las personas que debían atravesar el puente o que venían a sus tendezuelas, y que se<br />

regocijaron viéndolos y oyéndolos, ya que lo merecían por sus físicos y por lo bien<br />

modulado de su dúo. Esa preferencia agrió a los consuetudinarios pordioseros vecinos,<br />

cuyos insistentes reclamos de filantropía fueron silenciados por los chistidos de quienes<br />

deseaban escuchar a los cantores. Como fruto, agitóse alrededor de los recién venidos un<br />

oleaje rencoroso, estimulado por el hecho de que en sus gorras lloviesen las monedas<br />

que se escatimaban a los demás. <strong>El</strong> éxito envalentonó a los mocitos, sobre todo al<br />

petulante Febo, y al lucir el sol, vertical, sobre nuestras cabezas, posiblemente se<br />

consideraron triunfadores y capaces de ganarse la vida con tan simple trabajo. Fue<br />

entonces cuando en el Ponte Vecchio recalaron los galanes que solían holgazanear en la<br />

plaza de la Señoría y en el harén del barrio de Santa Croce. Su arribo llamó la atención<br />

antes de que alcanzaran al grupo que rodeaba a los dos muchachos, por la bulla que<br />

armaron en cuanto entraron en el puente, y que se engrosó a medida que se<br />

aproximaban. Traían consigo a varias doncellas, evidentemente de la nobleza del lugar;<br />

se metían en los laterales baratillos; regateaban un dije, una cadena, que compraban y<br />

debían; y seguían el paseo. Sacaban el pecho los cortejantes, y lanzaban en la periferia<br />

miradas de tigres, al par que las niñas meneaban las caderas y arrullaban como palomas.<br />

Se abrió el corro, dando paso a la alcurnia, y por más que sea cierto que los detesté<br />

desde que primero los vi, no puedo negar que la lisura multicolor con que brotaron, en<br />

pleno populacho florentino, conmovió a lo que en mi origen egipcio hay de esteta y de<br />

aristócrata, porque reconocí su elegancia indiscutible, al apreciar la armonía escultórica<br />

de sus ademanes, el modo cortés con que se echaban atrás, extendiendo un brazo, para<br />

que se adelantasen las niñas, y cómo doblaban las finas cinturas, a fin de inclinarse y<br />

hablarles al oído.<br />

En aquel instante, Vincenzo punteaba las cuerdas del laúd y Febo entonaba una canción<br />

de amor:<br />

Fui a cortar una flor: tantas hermosas<br />

tenéis vos en el rostro y su blancura...<br />

Ya son como un jardín de rosas -frescas,<br />

por tantas flores, vuestras tremas rubias,<br />

y a tantas veo en vuestras blancas manos<br />

que un jardín de granadas me simulan...<br />

De lo hondo de mi memoria ascendió, como de las aguas del Nilo, la canción del arpista<br />

ciego:<br />

¡Ah si fuese, en el dedo de mi amada,<br />

si fuese el brillo azul de una sortija,<br />

con la seguridad de qué cuidados<br />

146 <strong>Manuel</strong> <strong>Mujica</strong> Láinez<br />

<strong>El</strong> escarabajo

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