07.05.2013 Views

Mujica Lainez, Manuel – El Escarabajo - Lengua, Literatura y ...

Mujica Lainez, Manuel – El Escarabajo - Lengua, Literatura y ...

Mujica Lainez, Manuel – El Escarabajo - Lengua, Literatura y ...

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

Probablemente Pantasilea le tomó simpatía a la bonita y esbelta doncella que le ofrecía<br />

su obediencia y su trabajo; también cabe que yo la sedujese, que no osara enfrentar con<br />

una negativa a un escarabajo faraónico de hondo poder; o que lo hiciera por contradecir<br />

a las brujas alcahuetas que se soñaban dueñas de la casa de Santa Croce: lo cierto es<br />

que Febo, astralmente Sol y Luna, fue agregado a la servidumbre de Pantasilea, quien no<br />

por haber adoptado como alias el nombre de la reina hombruna de las Amazonas,<br />

rehusaba las propuestas libidinosas del sexo masculino; al contrario.<br />

He ahí de qué manera nos introdujimos y afianzamos en la morada de una de las ninfas<br />

hetairas más cotizadas de Florencia. Al día siguiente, Febo había recorrido un luengo<br />

camino en el ánimo de su señora y de su círculo. Muy rápido se familiarizó en el arte de<br />

ayudar a vestirla y desvestirla; de preparar su baño con plantas fragantes, y sus<br />

aposentos con ámbar y algalia; de presentar sus filtros eróticos; de ordenar con infinita<br />

repugnancia, usando sólo la punta de los dedos, el armario misterioso y peligroso en el<br />

que la pecadora guardaba la más variada suerte de elementos macabros, procurados por<br />

las ya mencionadas y atroces hechiceras, y que se utilizaban en el aderezo de los filtros;<br />

y de mimar a su perrito maltes, blanco, rizado, insoportable, que la cortesana besaba con<br />

mayor fruición que a sus clientes más guapos. Estos últimos eran los mismos que de<br />

mañana ejercían su decorativa pereza y anulaban el tiempo en la plaza de la Señoría; los<br />

jóvenes de las grandes casas florentinas, los Panciatichi, Buondelmonti, Altoviti,<br />

Antinori... hermosos todos ellos, pero de una hermosura diversa de la que me maravilló<br />

en los Siete Durmientes de Éfeso, porque lámblico, Maximiano, Marciano, Constantino,<br />

Serapio Juan y Dionisio, son inseparables para mí de las imágenes de angelical dulzura<br />

de Botticelli. en tanto que los nobles de la ciudad de la Flor me recuerdan las esculturas<br />

de Benvenuto y de Giambologna, por el modelado voluptuoso de los cuerpos, a cuya<br />

gracia favorecía estupendamente la moda de entonces, cinceladora de piernas y<br />

enjoyeladora de cinturas, de tal modo que cualquiera fuese la natural actitud que<br />

adoptaran, ya verticales, cruzándose de brazos, o apoyándose en una arcada, o<br />

mostrando un objeto singular, ya aflojándose y dejándose caer sobre pieles y cojines,<br />

creaban un ritmo musical espontáneo, que sin proponérselo compartían, como si<br />

estuvieran componiendo las plásticas figuras de un baile palaciego.<br />

Pero por el momento, Febo no daba la impresión de inclinarse a anudar vínculos con<br />

gente de blasones. Sin revelarle su secreto, había trabado amistad con un mozuelo de su<br />

clase, exactamente contemporáneo suyo, llamado Vincenzo Perini, que servía de paje en<br />

la casa, y que realmente descollaba como un ser excepcional. Lo evoco, al cabo de<br />

centurias, como si se alzara delante de mí. ¡Qué sutil era! y ¡qué liviano! Dijérase que de<br />

súbito se iba a borrar, a esfumar, de no resplandecer lo blanquísimo de sus dientes y lo<br />

negro de su pelo, tan negro como yo soy azul. Cruzaba, delgado, silencioso; apenas<br />

estremecía el aire; y si reía, su risa sonaba poco, como si escondiera un cascabel en la<br />

pequeña mano cerrada. No era, por cierto, tan alto y tan bello como Febo di Poggio: no<br />

sé... no podría afirmar si era bello, puesto que la sensación desconcertante que me<br />

provocaba es la de que aparecía y desaparecía, veloz, ingrávido. De lo que sí estoy<br />

seguro es de que era más fino, mucho más fino espiritualmente, que Febo. Estuvieron de<br />

acuerdo desde el primer instante, y Pantasilea, cuando juntos la atendían, se mofaba de<br />

ellos, e inventaba el amor del niño y de la niña que aún no habían cumplido quince años<br />

y que andaban por las galerías de la casona, contagiándole a todo un frescor primaveral.<br />

Empero, me consta que nada había sucedido entre ambos que traspasase los límites de<br />

un cariño casi infantil.<br />

Por estos días cundió la noticia de que Pantasilea debería encargarse de un caso<br />

infrecuente. <strong>El</strong> anciano Cardenal Franciotto Orsini e Hipólito de Médicis (que pronto<br />

también sería cardenal, a disgusto, y que a la sazón tendría diecisiete años) se habían<br />

confabulado para que el nieto del primero, un infeliz de igual edad que Febo y Vincenzo,<br />

se despidiese de su virginidad en el lecho de la cortesana prestigiosa. Nada encierra de<br />

raro lo expuesto, sino de rutinario y recomendable, lo que sí lo contiene es el hecho de<br />

que el adolescente, hijo del Orsini Duque de Bomarzo, fuera jorobado y rengo, y que<br />

sufriese el ahogo de una aniquiladora mezcla de vergüenza, de timidez, de encrespado<br />

<strong>Manuel</strong> <strong>Mujica</strong> Láinez 141<br />

<strong>El</strong> escarabajo

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!