Mujica Lainez, Manuel – El Escarabajo - Lengua, Literatura y ...
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¡as venas.<br />
Problemas tremendos inquietaban a la ciudad del Lirio. Sobre Roma, donde reinaba<br />
Clemente VII, el segundo Papa Médicis, avanzaban las huestes del Condestable de<br />
Borbón, enviadas por Carlos V. Los Médicis de Florencia, el hijo y el sobrino del Santo<br />
Padre, tan bastardos como mi Febo y como el propio Pontífice, eran jovencísimos, y<br />
fingían, bajo la tutela de un cardenal inútil, restar importancia a los acontecimientos. No<br />
bien entramos por la puerta de San Friano, nos sumergimos en una atmósfera de<br />
nerviosidad y de tensión, pero Febo sobreponía a todo su egoísmo inescrupuloso y su<br />
afán de sacarle a la vida el mejor partido, así que descartó el político desasosiego, y se<br />
consagró a decidir a quién le convendría explotar con más beneficio y menos trabajo,<br />
dejando que los demás se las arreglasen para salvaguardar el destino de Florencia,<br />
rigurosamente uncido al de Roma.<br />
Los dos días iniciales de su estada, vagó por el Viejo Mercado, centro populachero,<br />
sumándose a los corros, aguzando las orejas y distribuyendo ojeadas, pero la gente no<br />
estaba para esas travesuras y melindres; se acaloraban, discutían; los nombres de los<br />
Médicis, Alejandro, Hipólito, saltaban como pelotas o como gallos de riña al corazón de<br />
las aglomeraciones, y nadie se ocupaba del hermoso desconocido, en una ciudad donde<br />
abundaban los hermosos. Mudó de escenario mi doncel, y en la Plaza de la Señoría,<br />
cruzado de brazos junto al gigantesco David de Buonarroti, asistió al desfile de la<br />
galanura. Los herederos de las ilustres casas la recorrían, la mano en la cadera o en el<br />
puñal, y ni se fijaban en él, cosa que, presumo, lo habrá desconcertado bastante. Los<br />
había tumbados en las graderías que jugaban a los dados, y entre tiro y tiro rozaban por<br />
supuesto los temas candentes —la perduración de los Médicis en la ciudad; las<br />
posibilidades de defensa, si fuera atacada—, pero al mencionarlos, en ellos se traslucía<br />
un descaro burlón. Cuando pasaba una meretriz conspicua, con un monito o un pequeño<br />
can en brazos, aislada en la grupa de una muía de tintinantes campanillas, entre<br />
adoradores, celestinas y servidoras, los aristócratas alzaban las frentes con alboroto,<br />
suspendían el juego y le prodigaban largos saludos y requiebros. Seguía la impura,<br />
erguida la cabeza, indiferente la expresión, circuida por su lujo ostentoso, y lo único que<br />
respondía a las rientes lisonjas eran el argentado tintinar y los ladridos y chillidos del<br />
perro o del mono. A veces, con la misma dignidad impasible que exhibían las grandes<br />
prostitutas, unas yuntas de bueyes atravesaban la plaza, moviendo alrededor los anchos<br />
ojos con idéntica majestad, y si el azar disponía que en aquel momento surgiese allí<br />
alguna soberbia señora, madre quizá de uno de los bullangueros presentes, no<br />
disimulaba que con despectiva expresión similar contemplaba a las cortesanas y a los<br />
bovinos, invasores de un ámbito en el cual refulgía el orgullo de Florencia, y<br />
anunciadores de su intrusión, unos y otros, con sendos campanilleos, como si acarreasen<br />
al Santísimo.<br />
Distinguió Febo en el cortejo de hembras de placer, a una de particular belleza y<br />
empaque. Averiguó su nombre, que resultó ser Pantasilea; se enteró también de que<br />
había sido concubina del glorioso Bénvenuto Cellini, y de que ninguna usufructuaba de<br />
tanto prestigio, entre las que ejercían su comercio; y obviamente concluyó que para<br />
encontrar la persona que le facilitaría los medios exigidos por su mantenimiento y<br />
adelanto, la casa de Pantasilea constituía el lugar de pesca más oportuno, por la índole y<br />
fortuna de quienes la frecuentaban. ¿Cómo entrar en ella? Su penuria monetaria no le<br />
permitía la puerta principal; debía, pues, recurrir a un ingreso secundario. Entonces, por<br />
lo que deduje, armó un plan, no por trillado en literatura menos peregrino. Concibió el<br />
proyecto de disfrazarse, cambiando su sexo, y en dicha operación invirtió el dinero que le<br />
extrajera a su tío. Se convirtió de esa manera en el personaje de una de esas comedias y<br />
relatos que pululaban a la sazón, en los cuales constantemente figuran hombres vestidos<br />
de mujer o mujeres vestidas de hombre, y que tanto gustaron e inspiraron a los autores<br />
clásicos. Acaso habrá pensado que Pantasilea no preferiría tomar un paje, sino una<br />
criada. Habrá pensado que, luego de su incorporación a la servidumbre, se insinuaría,<br />
ganaría favores, terminaría por ubicarse... ¡Qué sé yo qué habrá pensado! ¡Qué sé yo<br />
qué ocurría dentro de su cerebro a un tiempo complejo y simple! Lo que sí debo confesar<br />
<strong>Manuel</strong> <strong>Mujica</strong> Láinez 139<br />
<strong>El</strong> escarabajo