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Mujica Lainez, Manuel – El Escarabajo - Lengua, Literatura y ...

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adherido a los despojos de un anciano a quien nada me unía, ni espiritual ni<br />

sentimentalmente. A diferencia de la tumba de Nefertari, en la que la embalsamada<br />

Reina se anulaba bajo una superposición de policromos ataúdes, el caduco condottiero<br />

yacía desnudo, inmediato, deplorable. La oscuridad fue cediendo, a medida que el cuerpo<br />

se pudría, y que una fosforescencia de pesadilla (¿era una fosforescencia?) iluminaba el<br />

interior del nicho con macabra lividez. Empezaron a moverse y a reproducirse en la<br />

materia corrupta unos gusanos que se alimentaban de la descomposición y, en tanto el<br />

hedor imposible de soportar colmaba el espacio estrecho, y el ufano Micer Giovanni di<br />

Férula, huérfano de laureles, negado por sus hijos lejanos y por quienes con él<br />

ambicionaron ganar celebridad y fortuna, se desintegraba y deshacía, reduciéndose a<br />

nauseabundos líquidos y a pulpas que concluyeron por difuminarse también, como las<br />

gruesas larvas malévolas sentí (pero ¿cuántos años manaron hasta culminar en esa<br />

sensación?) que me deslizaba por sus falanges descarnadas, hasta caer y golpear contra<br />

el esqueleto del veterano de Ugguccione. Ningún resplandor alumbraba ya la desari<br />

¡culada osamenta. Si algo me reconfortó en el extenso período en el cual subsistí<br />

encalabozado dentro de una sórdida humedad, bajo las losas de San Giovanni<br />

Grisostomo, fue la higiénica, la estética satisfacción de saberme de piedra, de duro y<br />

puro lapislázuli de Afganistán, y de no ser, loados dioses, eso, miserable,<br />

inexorablemente condenado a la carroña, mal pese a su vanidad, a su oro, a su corona,<br />

mitra o lujurioso vigor, que se llama hombre.<br />

Quedé en el subsuelo de la iglesia hasta el alborear del siglo XVI, plazo en que se<br />

procedió a remodelarla. Me descubrió un albañil, y al salir a la luz comprobé nuevamente<br />

que la Historia exige, de tanto en tanto, que me redescubran y se extasíen. También<br />

tuve tiempo de maravillarme yo, mientras el obrero me hacía girar, porque en los altares<br />

recién emplazados vibraba el revolucionario color de las flamantes pinturas sacras. En<br />

seguida comprendí que me esperaba un mundo distinto, y como quien se despereza y<br />

desentumece, luego de una soporífera modorra, me apresté a participar, si lo permitía el<br />

Destino, de lo que ese mundo me concediera. No restaba del gran Micer Giovanni más<br />

que polvo y algún roto huesillo.<br />

136 <strong>Manuel</strong> <strong>Mujica</strong> Láinez<br />

<strong>El</strong> escarabajo

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