Mujica Lainez, Manuel – El Escarabajo - Lengua, Literatura y ...
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sofocado grito, el del aterrado Andrea, cuando Giovanni desenvainó la espada con la<br />
diestra en cuyo anular yo fulgía, y tras un breve tintineo de la medalla de San Juan que<br />
colgaba de su muñeca, hundió la hoja en el pecho de la joven. Como un relámpago, la<br />
lejana visión del asesinato de César en la Curia de Pompeyo, atravesó mi atestada<br />
memoria, pero aquél no era el momento de recordar sirio el de observar y acopiar<br />
recuerdos, porque la venerable Donna Pia descubría su rostro de pintarrajeada palidez,<br />
un trágico rostro estatuario y milenario de Parca o de Melpómene; Andrea se roía las<br />
uñas, retrocediendo; el condottiero limpiaba su arma chorreante con las cobijas del lecho<br />
en el que Moreta había adoptado una inmóvil posición anormal, tortuosa, dislocada, y<br />
luego la envolvía en el sangriento cobertor; y entre él y Lung, que le había pasado la<br />
lucecilla al trémulo Andrea, alzaban el cuerpo inerte, para trasladarlo hasta la puerta del<br />
río.<br />
Continuaba amarrada allí, vacía, la góndola de la descendiente de los ilustres Morosini, y<br />
tanteando las bandas, en su popa se ubicaron los cuatro personajes, luego de esconder<br />
el bulto bajo la toldilla. Cogió Lung el alto remo y partirnos, sin más rumor que los que<br />
producían el sumergirse de la estrecha pala y el sollozar suavísimo de Andrea. Nos<br />
abismamos en la densidad tenebrosa, desprovistos hasta de una farola mezquina. ¿Qué<br />
instinto guiaba al chino en el indistinguible laberinto fluvial? ¿Era Donna Pia quien,<br />
moviendo apenas los desaparecidos labios en la inexistente cara, encaminaba al<br />
bogador? Avanzábamos, sigilosos, fantasmales; zigzagueábamos de un canal al otro; y<br />
Venecia se perfilaba en sensibles matices del gris, sobre el negro espesor que confundía<br />
cielo y agua, y que permitía adivinar la ambigua corcova de un puente plomizo, la<br />
opacidad de un muelle, un esbozo de columna, el contorno de un quieto batel, de modo<br />
que aunque no veíamos la ciudad, la sentíamos a la redonda, como si para esa fría noche<br />
de crimen la hubiesen reconstruido con niebla, ceniza y humo. De súbito Giovanni hundió<br />
hasta el codo en la helada corriente el brazo homicida y yo, en repentino contacto con el<br />
agua, asocié la situación, que no podía ser más opuesta, con la reminiscencia del Nilo y<br />
de mi amada Nefertari.<br />
¡Oh, Reina!, ¡oh gran Reina! ¡Diosa y Reina! Gracias a ti, nuestra góndola, en la que la<br />
presencia fatídica de Giovanni me traía a la memoria sus ojos de Osiris, ahora apuntados<br />
a la infernal cerrazón, se transformó en la eterna barca ritual del Destino y de la Muerte,<br />
que ocupada por dioses severos flotaba hacia regiones recónditas. No tenía en cuenta yo<br />
la impiedad de los tripulantes y la eliminación de una joven mujer: solidario con ellos y<br />
con su mimado egoísmo, únicamente consideré la perversa destrucción psicológica<br />
intentada por Moreta; y con Donna Pia Morosini, Micer Andrea Polo, Micer Giovanni di<br />
Férula y Lung, hendía el agua de compacta tinta, rumbo al solemne Adriático. No<br />
bien en él entramos y azotó a la góndola la brisa, advertí que Giovanni se paraba,<br />
apoyado en los gavilanes de la espada, junto a la noble señora, y que Andrea<br />
permanecía acurrucado en el suelo. Ya se percibía algo más de los alrededores. Una<br />
bandada anónima riñó en las azulinas tinieblas. Nos internamos bastante, hasta<br />
que el condottiero dio la orden de detenerse. En seguida recogió de la proa una piedra<br />
pesada y una cuerda que estaban ocultas, lo cual me afirmó en la idea de que el<br />
asesinato había sido planeado sin relegar detalle, y con la ayuda del chino, anudó la<br />
carga al envuelto cadáver, que arrojaron de golpe al mar. Trazó Donna Pia la señal de la<br />
cruz, y sus cómplices, con excepción de Lung, la copiaron. Acto continuo emprendimos<br />
el regreso; Andrea y Giovanni saltaron a tierra en la parte de San Canciano, y<br />
volvieron a pie, a la Cá Polo sin cambiar palabra, en tanto que la dama era llevada por<br />
Lung a la Cá Morosini de la remota calle del Collalto, un palacio que creo que hoy no<br />
existe, aunque hay varios más que ostentan ese célebre nombre.<br />
La noche inmediata, al presentarse los alborotadores en nuestro «campo», se<br />
sorprendieron pues les rehusaban la entrada los chinos. Vagabundearon un rato por la<br />
zona, tiraron guijarros a las ventanas, sacudieron el aldabón, llamaron ociosamente a<br />
Moreta, agitaron panderos, tañeron laúdes, cantaron a coro, y fueron tan infructuosas<br />
esas tentativas como las de los días siguientes, hasta que terminaron por desertar y<br />
evaporarse. Mientras se producían tales escenas, Andrea y Giovanni perseveraban<br />
sentados a ambos lados del fuego en el salón de la Tabla, como dos estatuas, o como<br />
134 <strong>Manuel</strong> <strong>Mujica</strong> Láinez<br />
<strong>El</strong> escarabajo