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Mujica Lainez, Manuel – El Escarabajo - Lengua, Literatura y ...

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Micer Andrea cobardona. Y ahí fue el diálogo cuyos ocultos resortes más tarde descubrí,<br />

porque todavía sabía muy poco de ellos. ¿Cómo podía adivinar el <strong>Escarabajo</strong> que mentía<br />

Andrea Polo, refiriéndose a sus viajes incomparables, a sus aventuras remotas? ¿Cómo<br />

iba a detectar las fronteras de la exageración y de la mentira, en la urdimbre de las<br />

frases encrestadas de Giovanni di Férula si, evidentemente para contrarrestar el lujo<br />

excesivo de la narración de Andrea, se adjudicaba las condottieras victorias de<br />

Ugguccione, en Florencia, en Pisa, en la batalla de Montecatini, donde él no había<br />

recibido más que estocadas y mendrugos? Entregados a la representación de sus<br />

comedias heroicas, los dos ancianos se esponjaban al sol, feliz cada uno con el<br />

interlocutor ponderativo, que reclamaba más gloria y más portento, y los producía<br />

generosamente a su turno.<br />

Giovanni habrá deducido que el gran viajero de la buhardilla era un acaudalado mercader<br />

señoril, a cuya sombra convendría arrimarse, pues en Ravena, después de su traspiés<br />

véneto, no le esperaba ningún futuro; y Andrea, jugando con las perspectivas de la<br />

enfermedad que consumía a su hermano Marco, habrá pensado que, llegado el momento<br />

y disponible el palacio entero, aquel bravo tan gárrulo y tan famoso, junto al cual tan<br />

bien se sentía, acaso se aviniera a ponerse a su servicio y a escudarlo contra todo lo que<br />

para destruirlo se conjuraba. Algo de verdad había en sus respectivas posiciones<br />

erróneas, ya que en realidad Andrea era acaudalado, y era valiente Giovanni; el embuste<br />

residía en su afán de personificar a otros, de ponerse, impunemente, mientras departían,<br />

las máscaras prestigiosas de Marco y de Ugguccione, y en ostentar un entusiasmo<br />

postizamente juvenil, cuando lo positivo es que eran viejos... viejos... viejos..., y que<br />

nada que mereciera ser recordado y elogiado había enaltecido sus vidas. Tanto lo excitó<br />

al lunático Andrea la eventualidad de disponer de la compañía del guerrero en la Cá Polo,<br />

que se lo dejó entrever como una contingencia que dependía del tiempo, a lo que Micer<br />

Giovanni contestó con las señas de la posada de Ravena donde lo hallarían, y con la<br />

afirmación de que nada le procuraría tanto gusto. Salieron en ese instante a la Piazzetta<br />

los emisarios, y entre ellos Donna Pia Morosini, pendiente de la indiferencia y de la<br />

extenuación de Dante. Al pie de la columna despidiéronse los dos invencioneros, los dos<br />

inconscientes espontáneos, recitadores de patrañas: Di Férula se sumó al cortejo, y<br />

Andrea regresó a su casa con la señora.<br />

Tardó en ser entregada en Ravena la invitación de Andrea Polo. Apareció justo cuando el<br />

abandonado condottiero oscilaba en la disyuntiva entre el suicidio y la mendicidad, y<br />

cuando yo sufría en las sucias manos de un prestamista. Giovanni, aliviado, reconfortado,<br />

me rescató y volví a Venecia en el anular huesudo del capitán, a quien remozó<br />

terapéuticamente la ilusión cálida. Quedó así constituido, en torno del fuego de la Cá<br />

Polo, el arcaico triángulo que antes describí: Andrea y su ropaje exótico: Di Férula y su<br />

espada; Donna Pia y su enlutado artificio. Su felicidad se concretó como algo tan<br />

consistente que se palpaba su existencia, como si emergiese de las llamas y los abrigase.<br />

Marco Polo, Ugguccione della Faggiuola y Dante Alighieri habían muerto; ahora estaban<br />

ellos ahí; ellos, los propietarios de las tres inmortales imágenes, la del viajero, la del<br />

héroe y la del poeta, a las que utilizaban para el aderezo de sus disfraces venturosos. En<br />

ocasiones dejaban sus sitios de la chimenea, a fin de recorrer el palacio cuyos tapices y<br />

objetos certificaban el extraordinario viaje. Andrea, flotantes las mangas plateadas y<br />

grises de la túnica, los señalaba de camino, y la perspectiva se dilataba en su<br />

descripción, hacia templos y desiertos del Tibet, de Cipango, de la Gran Turquía. Sonaba<br />

el espadón de Giovanni contra las losas, silbaba el asma de Donna Pia Morosini; Lung y<br />

los esclavos chinos se arrodillaban, como si los adorasen. Con el terceto vetusto, se<br />

habían establecido en la Cá Polo dos de los asociados más eficaces de la Felicidad: la<br />

Gloria y el Amor. Fue aquélla una etapa muy agradable. Yo había concluido por discernir<br />

las falsías que le daban apoyo, y no me importaba, como no les importaban a los actores<br />

que no las diferenciaban ya. Lo importante era la atmósfera de prestigio, de<br />

invulnerabilidad y de dicha, generada poéticamente por la sola virtud de la palabra. Pero<br />

he aprendido que cada oportunidad en que algo alcanza, en este mundo, a una cumbre<br />

de perfección, por pequeña que sea, surgen fuerzas antagónicas que incuban su ruina,<br />

<strong>Manuel</strong> <strong>Mujica</strong> Láinez 131<br />

<strong>El</strong> escarabajo

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