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Mujica Lainez, Manuel – El Escarabajo - Lengua, Literatura y ...

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ermeja, regalo de Andrea Polo, y lustrando la empuñadura del arma, en la cual se<br />

enclavijan las dos manos callosas del condottiero, y en la que yo, el <strong>Escarabajo</strong>, el<br />

testigo, lanzo, si el viejo mueve la diestra, un rayo veloz, exquisitamente azul.<br />

Ciertamente conversan, pero lo que en rigor hace cada uno es hablar de sí mismo, y sus<br />

monólogos entrelazados, que interceptan el resuello y la tos, concretan un deshilvanado<br />

diálogo, al parecer de un interés intenso, cuya efectiva atracción deriva de lo mucho que<br />

se preocupan los tres por sus propias y respectivas personalidades. Pude percatarme en<br />

el curso de las tertulias que los reunían, de que los fragmentos autobiográficos<br />

elaborados por Andrea, Pia y Giovanni, aunque fundados en determinadas noticias<br />

auténticas, deformaban tanto la verdad que habían concluido por dar origen a otra<br />

verdad inexistente, en la cual sus distintos tramadores terminaron creyendo, a pesar de<br />

lo fantasiosa y arbitraria que fuera, y de que cada uno se esforzaba, al transmitírsela a<br />

sus interlocutores, por convencerlos naturalmente de su exactitud, cosa que éstos<br />

aceptaban sin discutir, a cambio de ser, a su vez, espontáneamente creídos. La<br />

intercambiada aceptación de las extravagancias del terceto, determinó su honda<br />

felicidad. Aislados en la atmósfera de sus compartidos sueños, los dos caballeros y la<br />

dama usufructuaban una beatitud absoluta, lo cual hacía que en cuanto debían, como<br />

consecuencia de la diversidad de sus obligaciones, separarse y afrontar las alternativas<br />

de la realidad áspera, a la que consideraban injusta y errónea, anhelaban el instante en<br />

que tornarían a encontrarse y en que, como tres tejedores que juntos urden las mágicas<br />

fábulas de un tapiz, volverían a tejer su paño precioso de soñadores.<br />

Chapoteaba el agua del río San Giovanni Grisostomo, contra las roídas paredes del<br />

palacio. De tanto en tanto, pasaba una góndola de proa rostrada, al impulso de doce<br />

remos, o un despacioso lanchon agobiado bajo la paja para las bestias, pero ni los gritos<br />

de los hombres, si se rozaban los rechinantes costados de las embarcaciones, ni los<br />

golpes que las mismas, trabadas, daban a la esquina de la casa de Polo, conseguían<br />

desviar a los conversadores de las alucinaciones grandiosas en cuya descripción insistían,<br />

como hipnotizados. Me costó penetrar en sus mentes, y aislar en ellas lo fraguado de lo<br />

que no lo era: he aquí lo que al cabo de bastante tiempo deduje, con referencia a<br />

Andrea, Giovanni y Pia, uno por uno.<br />

Cuando Nicpló y Maffeo Polo, padre y tío de Andrea, se repatriaron, después de su primer<br />

viaje, ocupáronse inmediatamente de preparar el segundo, ajetreo que les exigió un par<br />

de años, aplicados a la acumulación de mercaderías, de acuerdo con los contactos<br />

establecidos con sus agencias de Constantinopla y de Sudak, hasta que emprendieron de<br />

nuevo la larguísima expedición, con la Tabla de Oro por imperial pasaporte, y Marco, hijo<br />

del uno y sobrino del otro, como flamante agregado a la riesgosa aventura. Marco<br />

contaba diecisiete años; detrás quedaba nuestro Andrea, de doce, a cargo de una tía,<br />

pues había muerto la madre de los dos. Desde su partida, Andrea vivió para aguardarlos.<br />

Escuálido, endeble, neurótico, apartado de toda relación externa, esperaba sus noticias.<br />

Llegaron éstas al principio, espaciadas y cortas, retransmitidas por otro tío, radicado en<br />

Sudak, y Andrea se enteró de que sus parientes habían atravesado las desolaciones de<br />

Persia, de su visita a las tumbas de los Reyes Magos (los que en el Pesebre adoraron a<br />

Dios), y de la grave enfermedad de Marco, que durante un año obligó a los Polo a<br />

detenerse para que se recuperara, gozando del clima saludable de Balkh, de<br />

Badakhshan. Pero aquí es menester que yo también me detenga, porque el Badakshan<br />

de Marco Polo, ¡oh Khepri!, es el mío natal, y él se refería en sus cartas, como más tarde<br />

en su libro, a las dulces montañas arboladas de donde se extrae el lapislázuli más fino<br />

del mundo, que seguramente, como los rubíes, tuvo por efecto la extensa estadía de los<br />

comerciantes en la región. La correspondencia se truncó, en momentos en que Marco<br />

anunciaba el ascenso a la meseta de Pamir, y el siguiente propósito de atravesar el atroz<br />

desierto de Gobi. Fue hacia entonces que dejó de existir el tío de Sudak, el intermediario,<br />

y que Andrea, separado por completo de los suyos, quedó abandonado en el caserón, con<br />

la tía cegata, decrépita, escuchando, en medio de los pavores nocturnos, los aletazos,<br />

topetamos y azotes del agua infatigable que batía las tapias, e irguiéndose súbitamente<br />

en el lecho, cuando las exclamaciones obscenas de un borracho, o el galope estrepitoso<br />

<strong>Manuel</strong> <strong>Mujica</strong> Láinez 123<br />

<strong>El</strong> escarabajo

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