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Mujica Lainez, Manuel – El Escarabajo - Lengua, Literatura y ...

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de Florencia, y de asegurar la apoteosis de su retorno a la patria. Nada de lo calculado<br />

aconteció: murió Ugguccione; Dante aceptó la invitación de Guido Novello, señor de<br />

Ravena, de ser su huésped y enseñar Poesía en la flamante universidad; y Giovanni,<br />

desconcertado, extraviado luego del fallecimiento imprevisto de su guía y del desbande<br />

de sus secuaces, optó asimismo por tomar el camino de Ravena, que nutría su<br />

decadencia de memorias fastuosas, mezclando el tesoro de sus mármoles y sus mosaicos<br />

antiguos con la fortificada tosquedad de su actual aparato bélico. <strong>El</strong> subordinado de<br />

Ugguccione, valiéndose de la nombradía de éste, ofreció inútilmente sus servicios al<br />

Príncipe, quien acaso lo juzgó incapaz de elaborar planes y de organizar campañas, y<br />

Micer Giovanni vegetó madurando vagas expectativas, hasta que de repente Guido<br />

Novello se acordó de él y lo mandó llamar. No era, como Di Férula anhelaba, para poner<br />

bajo su mando una mesnada que lucharía contra algún tirano vecino. Habíasele ocurrido<br />

al señor de Ravena, evidentemente para sacarse de encima al pedigüeño fastidioso,<br />

agregarlo a la embajada que Dante conduciría a Venecia, a fin de ocuparse de lo más<br />

contrario a lo que el condottiero consagrara hasta ese día sus esfuerzos: de evitar la<br />

guerra entre Ravena y la República Serenísima. Y allá se fue Giovanni di Férula,<br />

escoltando con negociadores sagaces, con prelados y con otros hombres de armas, a la<br />

macilenta, encorvada, espiritada figura del Alighieri, quien viajaba en busca de aquello<br />

que sin lograrlo había perseguido desde la juventud: en busca de paz.<br />

¿Qué lo habrá inducido a Giovanni a adquirirme, el día que precedió a la partida? No le<br />

sobraba el dinero: por el contrario, le hacía mucha falta. Tengo presente el garbo<br />

estudiado, medido, de su silueta, en el instante en que frente a mí se paró en el portal de<br />

San Zeno a donde había ido a agradecer su providencial designación. <strong>El</strong> sol hacía<br />

espejear las mallas de su cota y las empuñaduras de sus puñales; brillaba la ondulación<br />

de sus ralos cabellos grises; servíanle de fondo unas cúpulas, los arcos de un puente y<br />

las torres macizas del castillo de los Escalígeros. Se inclinó a tocarme, al tiempo que<br />

palpaba la medalla de San Juan Bautista que pendía de su muñeca y, en medio del<br />

borbotón de elogios que el pillastre vendedor me prodigaba, me compró sin regatear.<br />

¿Habrá pensado que el <strong>Escarabajo</strong>, ofrecido en la hora oportuna, robustecería su suerte?<br />

¿Me atribuía poderes secretos? Dio por mí las dos monedas de plata que le quedaban.<br />

Pero ni la buena ni la mala suerte dependen de mí. Cada humano es el artífice de su<br />

propio destino, y mis poseedores, según les fuese en la terrena peregrinación, le<br />

asignaron a mi presencia influjos benignos o aciagos. Nada hice, nada pude hacer, en un<br />

sentido o en el opuesto. Traté de transmitir a quien me llevaba, si lo amé, una forma de<br />

aliento y de calor, el contacto de una compañía sincera. Eso es todo. En cuanto a<br />

Giovanni di Férula, le había ido y le iba mal; a su desventura la fui averiguando a medida<br />

que la intimidad creció entre nosotros y que me enteré de su historia.<br />

La embajada cumplió su política gestión, pero el retorno de los emisarios tuvo<br />

consecuencias fatales. Es difícil explicarse las razones por las cuales, concluido el<br />

acuerdo, el Dux Soranzo rehusó facilitar a los plenipotenciarios una nave que los<br />

devolvería sin inconvenientes a Ravena, e ignoro si habrá que atribuirlo a celos ruines<br />

causados por el desenlace de las gestiones. Esa desconsideración los obligó a viajar<br />

penosamente, a etapas cortas, atravesando una zona que infestaban los pantanos<br />

insalubres, en la estación en que pululaban los mosquitos conductores de la malaria. Un<br />

mes después, ya de vuelta en Ravena, expiró Dante, y se lo ensalzó con discursos y<br />

funerales magníficos. También enfermó Giovanni, y si bien lo salvó su resistencia curtida,<br />

el siguiente lapso en que se debatió allí fue desmejorando, víctima de los reumatismos y<br />

convulsivas toses, que combatía afectando un empaque y un vigor engañosos.<br />

Sin embargo su participación en la embajada ante la Serenísima —dentro de la cual no le<br />

cupo ninguna tarea— culminó para él en un efecto práctico, tan inesperado como<br />

provechoso. En Venecia y en circunstancias que después detallaré, trabó relación con<br />

Andrea Polo, hermano menor de Marco, el preclaro navegante, y a ello debió los<br />

beneficios que facilitaron, cuando oscilaba al borde de la ruina total, su postrer<br />

temporada en el mundo. Era el nombrado Andrea un solterón casi septuagenario, que<br />

vivía en el palacio familiar de la calle de San Giovanni Grisostomo, frontero a la plazuela<br />

<strong>Manuel</strong> <strong>Mujica</strong> Láinez 121<br />

<strong>El</strong> escarabajo

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