07.05.2013 Views

Mujica Lainez, Manuel – El Escarabajo - Lengua, Literatura y ...

Mujica Lainez, Manuel – El Escarabajo - Lengua, Literatura y ...

Mujica Lainez, Manuel – El Escarabajo - Lengua, Literatura y ...

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

tales extravagancias se debían al nepotismo resultante del cercano parentesco que unía a<br />

Morgana y Arthur, y a gruñir que cuando ellos desembarcaron no habían sido objeto de<br />

tantas urbanidades y tiquismiquis, no obstante la superioridad de la imperial jerarquía,<br />

pero Carolus cortó, colérico y enigmático, sus refunfuños, vociferando que se acordase<br />

de que los recién llegados eran ingleses.<br />

Lo eran hasta decir basta. Llenaron uno de los espléndidos edificios de la orilla del mar,<br />

al que bautizaron «The Majestic», en el que el confort funcionó a la perfección y en el<br />

que, si uno entraba, espiaba a los caballeros despatarrados en hondas poltronas,<br />

comunicándose con espaciados monosílabos y sobresaliendo en el uso de las metálicas<br />

consonantes, para informarse dónde fabricaban buenas botas, y quién disponía de<br />

mejores lebreles. Descollaban esos señores por la altiva frialdad de su trato y cuando,<br />

más tarde, merced a Dante Alighieri, me desayuné de la relación que había unido a la<br />

Reina Guenever y a Sir Launcelot (Lanciolotto), a expensas de Arthur, marido engañado<br />

por el que lo veneraba más, comprendí la causa por la cual los enanos de uniforme<br />

recorrían el lobby del «Majestic» llamando: «¡Sir Launcelot! ¡Sir Launcelot of the Laek!»,<br />

y exhibiendo una pizarra con la inscripción: «La Reina Guenever desea hablar a Sir<br />

Launcelot», hasta que se oía, oculta por un respaldo, la voz viril que respondía: «Boy,<br />

here I am, dile a la reina que salgo para allí», y se veía alzarse la enhiesta figura del<br />

príncipe, saturada de elegancia. Entretanto, el gran Rey permanecía en su diván del hall,<br />

cumplimentado por palaciegos obsequiosos, y escuchaba el quinteto de cuerdas.<br />

Aparentemente, mucho faltaba aún para que tornase a reinar.<br />

Algunas tardes, aquellos displicentes héroes acudían a observarlo actuar a Dindi. Se<br />

acodaban con negligencia cuidada en el cerco pintado de blanco, apoyándose en<br />

desplegadas mantas a cuadros, y al irse le arrojaban al duende unas monedas que de<br />

nada servían, lo que cooperaba a enfurecerlo. Pero es hora ya de que esclarezca en qué<br />

consistía su ocupación. Y por lo pronto que apunte que en cuanto pasé a su poder, como<br />

sabía emplear notablemente sus verdes y delgadas manos, modeló un aro de oro que<br />

fijó, como engarce, alrededor de mi piedra de Badakhshan, y en lo alto, en la parte en<br />

que sostengo el disco de ágata, le soldó una argolla, que suspendió de una cadena con la<br />

cual rodeó su cuello, así que desde entonces lo acompañó allí, como a Carlomagno, en<br />

vida, su sagrado talismán. Dindi y yo fuimos, en el curso de largo tiempo, inseparables.<br />

Me encantaba el roce de sus manos; me hacía feliz auscultar su corazón, sin duda verde;<br />

me atraía, como a los ingleses, contemplar su trabajo.<br />

Era éste todavía más sensacional que los británicos, a pesar de ser ellos, como ya dije,<br />

muy sensacionales. Se concretaba en adiestrar, cuidar, alimentar, higienizar, curar y en<br />

fin manejar como el cornac al elefante, a los dos colosales dragones de la isla: Gog el<br />

Rojo y Magog el Amarillo. Los dos monstruos capturados por el hada Zillenik, obedecían a<br />

Dindi ciegamente, pero sólo le obedecían a él. A un silbido suyo, abrían o cerraban las<br />

fauces colmilludas; estiraban los escamosos pescuezos; arrojaban fuego por las<br />

remangadas fosas nasales; golpeaban el suelo con las colas saurias; trotaban sobre sus<br />

cortas patas erizadas de púas. En determinadas ocasiones, uno o varios caballeros,<br />

anhelosos de emular a San Jorge y de lucirse, desafiaban a uno de los dragones o a los<br />

dos. Dindi sacaba entonces de los inmensos establos al provocado o a la pareja, y con<br />

ellos se iba al campo de los torneos. Había que contar con el duende para presentar el<br />

espectáculo, porque sin él, lo más probable sería que Gog y Magog se negasen a salir, y<br />

también, en el caso de que salieran, es posible que las cosas terminaran mal para los<br />

retadores. <strong>El</strong> duende vigilaba la acción, con la conciencia de un consumado referee; de<br />

tanto en tanto, por medio de un breve silbido, gobernaba a los endriagos, sujetaba su<br />

rabia o azuzaba su abulia, y concluida la fiesta, luego que los del desafío habían ganado<br />

suficientes aplausos, y de que Morgana, Viviana, Zillenik, Moroné, Mazaé, algunas de las<br />

hadas y algunas de las reinas asistentes, habían coronado a los caballeros con rosas o<br />

con lirios, Dindi acariciaba a los dragones, quienes regresaban al corral, acaso<br />

renqueando y acaso protestando. Allí les aplicaba emplastos de cicatrizantes hierbas, y<br />

entretanto les cantaba tiernamente unas coplas que ayudaban a adormecerlos. Era<br />

imposible no querer a Dindi, a Gog y a Magog.<br />

<strong>Manuel</strong> <strong>Mujica</strong> Láinez 115<br />

<strong>El</strong> escarabajo

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!