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Mujica Lainez, Manuel – El Escarabajo - Lengua, Literatura y ...

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incorporado al enjambre inmaterial, crucé los Pirineos y vi, debajo, el lueñe y diminuto<br />

desfile de ciudades y aldeas, recorridas con harta más comodidad que cuando atravesaba<br />

Europa en el carromato de los gitanos. Reían las hadas y los señores imberbes,<br />

besándose y acariciándose, y de vez en vez, al tiempo que pasábamos sobre los<br />

sembradíos geométricos, los campesinos volvían hacia nosotros las miradas, y buscaban<br />

infructuosamente, en las pacíficas nubes, la razón del bullicio que estremecía la calma de<br />

súbito. De ese modo alcanzamos el mar que divide a Francia de Inglaterra, y en él, como<br />

una inmensa esmeralda relampagueante, para los humanos invisible, nos acogió la isla<br />

quimérica de Avalón.<br />

<strong>El</strong> lapso que en ella perduré, se sitúa entre las etapas más singulares de mi larga y<br />

extraña vida. No me extenderé demasiado en la descripción de la isla, porque tanto su<br />

traza como su contenido mudaban según el capricho del hada Morgana, su temible<br />

creadora y Reina. De repente la poblaban los árboles más vinculados, por esotéricas<br />

razones, con la mitología feérica, como la encina, el abedul, el saúco, el aliso, el endrino,<br />

el espino, el fresno, terror de las brujas, el avellano cuyo fruto encierra la sabiduría<br />

mejor, y el sauce, que de noche desamarra sus raíces y camina lentamente, gimoteando;<br />

y de repente se esfumaba aquel espeso bosque laberíntico, y en su lugar brotaban, como<br />

espaciadas imágenes del trópico, los bambúes, las palmeras y los baobabs. En el centro<br />

surgía el palacio de Morgana, que a veces estaba hecho de cristales, a veces de pórfido,<br />

de jaspe o de malaquita, y a veces se hundía bajo las aguas, si se le antojaba a la Reina<br />

que la sirviesen las sirenas y los tritones en un castillo de coral y de madreperla, ya que<br />

en la isla, como dije, todo dependía de su cambiante voluntad. Lo que menos variaba<br />

eran las residencias que Morgana destinaba a sus huéspedes escogidos, y que se<br />

alineaban entre vastos jardines, olorosos a magnolia y a jazmín, siguiendo el festón de la<br />

costa y separadas del mar por anchas y serpenteantes avenidas. Cuando estuve con Mrs.<br />

Vanbruck en la Riviera francesa y en Montecarlo, instalados en sus grandes hoteles, el<br />

«Negresco», el «Ruhl», el «Metropole», que invariablemente miran a la Promenade des<br />

Anglais, recordé los edificios alegres y hospitalarios de Avalón, salvo, por supuesto,<br />

detalles arquitectónicos que dependían del gusto fantasioso de las hadas, y que más bien<br />

los aproximan estéticamente a las construcciones de Gaudí, que tanto horrorizaron a Mrs.<br />

Vanbruck y a la Duquesa, en Barcelona. Lo que funde y combina en mi memoria los<br />

hoteles de la Costa Azul y las villas de placer de Morgana, es el permanente sonar de<br />

orquestas danzantes en unos y otras; el eterno entrar y salir de gentes finas en ambos,<br />

que si en las villas de Avalón lo hacían luciendo ropas medievales, como mi estada en<br />

Cannes con Mrs. Dolly coincidió con el Carnaval, eso identifica perfectamente al palacio<br />

en el que Mazaé hospedó a Gérin con el «Negresco»; y finalmente las mansiones<br />

privilegiadas de la isla y los hoteles marítimos, coinciden en mi memoria por las vastas<br />

terrazas características de los dos, en las que se acomodaban los alojados, bajo toldos de<br />

color naranja, a saborear bebidas agradables, a vigilar ociosamente los movimientos de<br />

los paseantes, de las palmeras y de las olas, y a flirtear con señoras engañosas y<br />

corteses. Añadiré que en la isla la preocupación erótica era incomparablemente más<br />

intensa que en la Riviera. No se hablaba más que de amor, tema que las hadas<br />

estimulaban mucho, no obstante que los héroes, los únicos a quienes Morgana admitía<br />

en sus dominios, hubieran podido contar las proezas gracias a las cuales estaban ahí.<br />

Organizábanse, como es imprescindible, torneos, si de golf en la Costa Azul, en Avalón a<br />

caballo y con lanzas. Y espectáculos dignos del público más exigente.<br />

Ése público se hallaba formado, además de los paladines ilustres, las damas y las<br />

doncellas, sus dueñas y pajes, azafatas y escuderos, que colmaban los ribereños<br />

palacios, por toda laya de duendes, trasgos, elfos, silfos, gnomos, sátiros, dríadas,<br />

náyades, ondinas, silfos, etc., algunos de ellos encargados de las tareas domésticas y<br />

administrativas, otros de proveer las diversiones, y la mayoría de nadar decorativamente<br />

en el mar y en las fuentes, de animar los bosques y los parques, y de aplaudir cuando la<br />

carroza de caracoles y oro de la Reina, tirada por seis delfines, emergía de la onda y la<br />

depositaba en la playa, bañada en la luz de su propia hermosura; o de aplaudir el paso<br />

de un caballero excepcional, como podía ser Amadís de Gaula, rutilante, emplumado,<br />

enguantado, espolonado, engualdrapado, con Oriana a la grupa de su palafrén, y junto a<br />

112 <strong>Manuel</strong> <strong>Mujica</strong> Láinez<br />

<strong>El</strong> escarabajo

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