Mujica Lainez, Manuel – El Escarabajo - Lengua, Literatura y ...
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tío, y que por lo menos se le confiriese el mando de la retaguardia filial, la cual debería ir<br />
separada del grueso de los contingentes cuya seguridad protegería, además de<br />
encargarse del transporte de los bagajes numerosos y agobiantes, que por desgracia<br />
prolongaron la fatal lentitud de su marcha. Dicen que quien convenció a Carlomagno, que<br />
no veía con buenos ojos la peligrosa propuesta, fue un pérfido, un germano de Maguncia,<br />
al cual, si es cierta la versión, el trovero desprecia y maltrata merecidamente en la<br />
bienfamada «Canción de Roldan».<br />
Pamplona quedó atrás, desmantelada, y las tropas se movilizaron, utilizando la vía<br />
romana que une a Astorga con Burdeos. Pronto se embutieron en el desfiladero desleal<br />
de Roncesvalles, donde hay pasajes cuya estrechez sólo admite el acceso de dos<br />
hombres puestos de frente. Allí habían establecido su trampa los árabes, con la<br />
complicidad de los vascos resentidos. Harto se conoce la historia de la astucia con la que<br />
dejaron atravesar sin tropiezos a las veteranas columnas delanteras, que acaudillaba el<br />
pesaroso Emperador. Refirieron posteriormente que las lágrimas rodaban por las mejillas<br />
de Carlomagno, y que con nadie quería hablar. Acaso la preocupación del anciano, en su<br />
totalidad no estuviera vinculada, como se pretendió, con los peligros eventuales que<br />
pudieran correr Roldan y sus muchachos, sino, tras tantos y tantos años de alejamiento,<br />
lo desazonasen los desquicios, los problemas y los desencantos que le aguardaban en el<br />
castillo de Aquisgrán. ¡Se estaba tan bien en España, entre caballeros, entre amigos,<br />
entre soldados, haciendo una vida sana, sin más desvelo que el de envejecer saliendo,<br />
una semana tras otra, de su tienda militar, a probar su vigor con el hundir de costillas, el<br />
rebanar de miembros, el trinchar de entrañas, el decapitar, el desjarretar y, al cabo del<br />
ataque, el distribuir del botín: «estos carbunclos, para el Senescal», «esta piel, para el<br />
Duque Naimes», y a beber vino caliente en los altos, sonoros picheles, sin tener que<br />
escuchar los eternos lamentos femeninos, de celos, de envidia, de frivolidad, los dimes y<br />
diretes de las cocinas y de los conventos, que provocaban dolores de cabeza, ni rendir<br />
cuentas a nadie más que al trocito de la Verdadera Cruz, que sobre su pecho, dentro del<br />
zafiro, pendía...! Sin embargo debía mirar hacia el empinamiento de las angosturas y<br />
hacia la estrangulación de las resbaladizas gargantas, negras de peñas y de bosques, y<br />
menudearon sus suspiros, porque, al margen de otras perturbaciones, no cabía que se<br />
desentendiera de su bienamado sobrino y de sus Pares, a quienes amaba ya como si<br />
fuesen de su sangre y a quienes desde el abismo de su vejez, que algunos<br />
engrandecieron tanto, consideraba quizás unos niños aventajados que jugaban a la<br />
guerra.<br />
También nosotros, muy en pos, a la cola, a causa de las demoras y de la complicación<br />
del transporte, espiábamos las quebradas, los pasadizos y los precipicios, pero a<br />
diferencia de lo que ocurría en el cuerpo principal, el cual se había contagiado de la muda<br />
tristeza de su venerable jefe, nos regocijaban los cantos, las coplas que estremecían los<br />
congostos y cuyos ecos echaban a revolotear las aves oscuras metidas en sus refugios.<br />
Roldan cantaba al amor que lo esperaba en su tierra, y miles de jóvenes bocas le<br />
respondían y formaban coro, de suerte que nuestras gozosas filas, sobre las cuales se<br />
despedía el postrer reflejo crepuscular, arrancando acá y allá la chispa risueña de una<br />
lanza o de un escudo, lograban aparentemente, a su paso, rejuvenecer la melancolía<br />
immemorial del paisaje, y regalarle, como adiós, un estremecimiento final de júbilo que<br />
ascendía hacia la desaparición de la luz, por las espesuras siniestras. Fue en ese<br />
momento, en plena felicidad, cuando se desataron las furias, las erinias, las euménides<br />
que, confabuladas con ellos, azuzaban y atropellaban a los miserables escondidos en las<br />
cumbres. Una lluvia de rocas y de dardos se precipitó sobre nosotros, y las bestias y<br />
hombres moribundos contribuyeron a entorpecer el corredor navarro que nos ceñía. Los<br />
bárbaros se soltaron por las laderas, a los brincos, cogiéndose de las ramas y los troncos,<br />
aullando y aumentando la confusión, al par que su alud obligaba a los nuestros a<br />
replegarse hacia el fondo del valle.<br />
No abundaré en pormenores. Hubo, de ambos lados, proezas; que quien aspire a<br />
enterarse mejor, lea los antiguos cronistas y las estrofas poéticas, imaginativas, de la<br />
gesta de Roldan. Dos veces rogó Olivier a su compañero que hiciese sonar el Olifante,<br />
<strong>Manuel</strong> <strong>Mujica</strong> Láinez 109<br />
<strong>El</strong> escarabajo