Mujica Lainez, Manuel – El Escarabajo - Lengua, Literatura y ...
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La niña era fina y graciosa. Uno se preguntaba por qué azar del ancestro, si se rememora<br />
a la Tartamuda, al Bizco y a los Exacustodios, había conseguido Zoe una obra tan<br />
cumplidamente modelada, pero no hay que desechar ni el garbo natural del gitano, ni las<br />
características de su raza. Amábala Yerko con pasión, y la madre sin duda la quería<br />
también, pese a que su invariable impasibilidad amorosa ahorraba el esfuerzo de las<br />
demostraciones. Empero, la noche del cumpleaños, hubo en el campamento una fiesta<br />
sencilla, con luminarias, canto y baile, ya que para aquella gente todo desembocaba en<br />
riñas o en jolgorios, y Zoe, cuya mole presidía la comilona, desplegada entre los carros,<br />
inopinadamente me quitó de su meñique y me colocó en el dedo medio de su hija.<br />
Menudearon entonces los vivas y los aplausos, y para coronar el regocijo, Malilini bailó<br />
con el amansador del oso, al son de la cítara y del tamboril, una danza tan voluptuosa,<br />
tan enajenada, que hasta el más distraído hubiese notado la intensidad de los<br />
sentimientos que la enlazaban a su pareja. Más que nadie lo advertí yo, que participaba<br />
de las descargas eléctricas que los unían, y que fosforescían en los ojos gatunos de la<br />
muchacha y en los dientes perfectos del cíngaro, cada vez que se engarfiaban sus dedos.<br />
Ardió de cólera el celoso Yerko, y terminaron abruptamente la exhibición y la fiesta.<br />
Fue ése el síntoma inicial de una guerra de escaramuzas, declarada entre Yerko y Yakali,<br />
el domador. Sentíase el primero gravemente ultrajado por el hecho de que el segundo se<br />
atreviese a levantar los ojos hacia su niña treceañera y a provocarla, sin haber sido<br />
consultado previamente por el aspirante, y más aún sin que a él se le hubiese ocurrido<br />
concertar la alianza, según la secular costumbre de los «chinganiés». Habíale dado a<br />
Yerko por moralizar, transmitiendo constantemente matices de su ofensa a los ancianos<br />
de la tribu y, como si fuese un modelo de marido grave, fiel y sentencioso, cuando lo<br />
cierto es que no bien llegábamos a un pueblo, en el azar de nuestro viaje, se iba por ahí<br />
después de los malabarismos y presentaciones, y volvía muy tarde al carromato, con un<br />
olor a vino y a hembra que mareaba, probablemente dejando un reguero de vástagos<br />
que señalaban el desarrollo de nuestra gira. A tanto ascendió el odio que le inspiró<br />
Yakali, que ordenó a Malilini que, si no deseaba aprender el peso de su vara, no se<br />
apartase de su madre, y propuso a un gitano cincuentón, viudo, con hijos grandes y con<br />
nietos, la mano de su retoño, que el otro en seguida aceptó, pues el fresco manjar le<br />
hacía agua la boca. La tragedia era previsible y se incubó al tiempo que, en pleno centro<br />
del territorio carolingio, abandonábamos Maguncia, Lorch y Coblcnza, para dirigirnos a<br />
Aquisgrán, que los alemanes llaman Aachen y los franceses Aix-la-Chapelle.<br />
Los episodios se precipitaron con velocidad y hoy tengo la impresión errónea de que<br />
exigieron minutos, puesto que las imágenes se traban y superponen en mi evocación.<br />
Habíase fijado la boda de Malilini para el día siguiente, en las afueras de la ciudad<br />
favorita de Carlomagno, y la desgraciada novia lloró y rogó en vano que no le impusiesen<br />
tan cruel castigo. Ni siquiera contaba con el apoyo de Yakali, que prudentemente<br />
desapareciera. Regresó sin embargo, en la nocturna oscuridad, con el objeto de raptar a<br />
su amada, como Yerko, por razones distintas, hiciera con Zoe, mas si tuvo éxito el<br />
engorroso traslado de los muchos kilos que Zoe contenía, sorteando muebles y eludiendo<br />
alfombrillas, fracasó el en apariencia harto más factible de la aérea Malilini. <strong>El</strong> padre, que<br />
con un solo ojo dormía, abrió el otro, asió una daga y ambos hombres se enfrentaron<br />
junto al carro y empezaron a asestarse unas cuchilladas sañudas, a la par que los<br />
restantes morochos acudían, semidormidos, semidesnudos y soliviantados por la grita de<br />
la adolescente. No hubo ocasión de separar a los brutales enemigos, antes de que Yakali<br />
cayera muerto por el puñal de su contrincante y de que el oso, solidario con su señor, se<br />
abalanzase sobre Yerko y lo despedazara. Un horror. Son esas cosas tremebundas de los<br />
gitanos. Es muy posible que yo me haya helado de espanto en el dedo medio de Malilini,<br />
aunque, al cabo de más de un milenio, no me siento en condiciones de analizar mi<br />
temperatura de entonces. Un horror. La sangre enrojecía el suelo, y de repente recordé<br />
el asesinato de César.<br />
<strong>El</strong> jefe de la caravana ordenó que en seguida enterrasen a los muertos, y que<br />
abandonaran prestamente el paraje nefasto. <strong>El</strong> oso constituía un problema, pues ni<br />
podían arrastrarlo con ellos, ya que no obedecía a ninguno, ni tampoco dejarlo suelto, así<br />
que decidieron acabar con él, lo que no fue cómodo y requirió el concurso de muchos<br />
104 <strong>Manuel</strong> <strong>Mujica</strong> Láinez<br />
<strong>El</strong> escarabajo