Mujica Lainez, Manuel – El Escarabajo - Lengua, Literatura y ...
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Aconteció que sobre la zona de Nysa, en la posesión romana de Lidia, avanzó una larga<br />
caravana que atravesaba el Asia Menor. Integrábala una fila ondulante de carromatos,<br />
caballos y mulos, en lo alto de los cuales viajaba un racimo de hombres, mujeres y niños,<br />
negruzcos y gárrulos, vestidos con ropas vistosas. Hablaban una jerigonza<br />
incomprensible, apenas aclarada por la elocuencia de los ademanes. Algunas personas<br />
contaron que procedían de muy lejos, de la India; según el obispo de Éfeso, antes de que<br />
naciera Abraham ya se habían establecido los suyos en Caldea; y sostenían otros que los<br />
ambulantes nombraban por antecesor a una pareja que se salvó de las aguas, cuando el<br />
Mar Rojo sepultó al ejército faraónico, pero sobre esto hay bastante que argüir, porque el<br />
faraón de esa historia fue mi Ramsés II, y a él no le pasó ningún accidente acuático<br />
similar, que yo recuerde. Lo cierto es que los «chinganiés» o cíngaros, que de esa<br />
manera decían a los de la caravana, si no los llamaban indignándome «egipcianos»,<br />
surgieron en Nysa ofreciendo forjar metales y la compraventa de gemas versicolores y de<br />
caballos. Hacían toda suerte de acrobacias; caminaban peligrosamente sobre estiradas<br />
cuerdas que tendían de un árbol a otro; sembraban las volteretas, las cabriolas y los<br />
juegos de manos; se ponían de pie sobre los lomos de sus caballos negros a escape;<br />
exhibían unos monos piojosos y unos enanitos que ensayaban contorsiones obscenas<br />
dentro de una jaula, y también una mujer con dos cabezas, pero al ir a espiarla Eudoxia,<br />
que contaba ya diecisiete años, regresó con el comentario de que evidentemente una de<br />
las dos era falsa, y de que, por si los ingenuos no se percataban de la mixtificación,<br />
habíanla ajustado tan mal que rodó al suelo, para pavor del público, durante el<br />
espectáculo.<br />
Los cíngaros que no paraban de reír, mostraron unos dientes blanquísimos en la<br />
oscuridad de los rostros; sacudían los aros de plata que les colgaban de las orejas, o de<br />
súbito permanecían trágicamente desdeñosos y serios; armaron su campamento cerca de<br />
nuestra casa; en seguida las mujeres asomaron a nuestras ventanas, con harto ruido de<br />
collares y de ajorcas, y los hombres lo hicieron a su lado, hurgando el contorno con el<br />
mirar. Presto cundió la noticia de que su habilidad manual se concretaba asimismo en la<br />
destreza con que la aplicaban al robo. Robaban dinero, alhajas, ropa, gallinas, pollos,<br />
cabritos.<br />
En casa nada había que robar, pues el pintor de Constantinopla, al abandonarnos, hizo<br />
acopio de cuanto juzgó de interés, aun de las lámparas de la Madonna, pero algo, sin<br />
embargo, descubrieron que atrajo su prolija atención, puesto que nos añadieron a Zoe y<br />
a mí sus bienes mal habidos, y con ellos nos alejamos para siempre de la tierra de los<br />
Excustodios. Partieron los gitanos, llevándonos, en mitad de la noche, tras de haber<br />
bailado, cantado, brincado, rapiñado y estafado; partieron con nosotros, como si se<br />
esfumasen.<br />
Zoe, a los diecinueve años, era inmensa. Desconozco el orgánico motivo de su grotesca<br />
desproporción, pero estuvo seguramente vinculado con las glándulas, y si en aquella<br />
época escapaba al saber de los médicos, ahora el diagnóstico sería simple. Era, repito,<br />
inmensa. Sus ojillos se hundían en la grasa del rostro, igual que su boca, reducida a un<br />
mínimo redondel entre la hinchazón de los mofletes y el abultamiento de la papada.<br />
Sobrábale carne doquiera; en los hombros gibosos, en la trémula masa de piernas y<br />
brazos, en la panza y pechos enormes, en los jamones de las nalgas nutridas. En<br />
consecuencia le costaba moverse sin el socorro de extraños, y sus días se deslizaban en<br />
general echada sobre unos cojines, resoplando y haciéndose aire hasta durante el frío<br />
invernal. La amplitud de su cerebro estaba en relación inversa al volumen de su cuerpo:<br />
verdaderamente Zoe resultaba más rara todavía que su madre, no sólo por la cantidad<br />
de carne que aglomeraba sino por la falta aparente de la más miserable luz. de<br />
inteligencia.<br />
La llegada de los cíngaros a Nysa, coincidió con el apogeo de los meses tremendamente<br />
cálidos del año. Zoe los vivía acomodada bajo un alerillo, junto a la puerta de su casa, y<br />
los gitanos, maravillados por su excepcional obesidad, que apenas recubría una túnica<br />
ligera, solían detenerse, de camino, y distraerla con sus escamoteos y chanzas. Uno de<br />
ellos había que se hacía entender con más arte que los demás, y yo, desde mi rincón,<br />
<strong>Manuel</strong> <strong>Mujica</strong> Láinez 101<br />
<strong>El</strong> escarabajo