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Mujica Lainez, Manuel – El Escarabajo - Lengua, Literatura y ...

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de qué podía acontecer, me puse a añorar a la madonna bizca y tranquilizante.<br />

A los padres de la Tartamuda los subyugó el recién venido, y la Tartamuda dio muestras,<br />

con traqueteos de palabras, de interesarse por un personaje que no coincidía con<br />

ninguno de los asentados en la región, así que los Exacustodios, en testimonio de su<br />

gratitud por la mejoría de la Gloriosa, resolvieron brindarle su hospitalidad, que el<br />

caminante aceptó en el acto. <strong>El</strong> alojamiento distaba de adecuarse a alguien jactancioso<br />

de sus relaciones palaciegas; Nicéforo se instaló precariamente en el depósito de las<br />

aceitunas, encima del establo, y fue agraciado con las bondades de un fundamental baño<br />

prolijo, del que gozó en la cuba empleada, de tarde en tarde, con ese objeto, cuando no<br />

de bebedero para las bestias. Al cabo del lavado y fregado, los amos dinerosos,<br />

convertidos en peluqueros, esquilaron al de Constantinopla, y extremaron su cortesía<br />

hasta cercenarle las uñas. Mucho ganó Nicéforo con las ventajas de la higiene y de la<br />

alimentación regular, y si a ello se suma que no bien repuesto reiterase los testimonios<br />

de su maña pintorreadora, se comprenderá que para los campesinos de Nysa, huérfanos<br />

de distracciones, su presencia participase de lo mágico. Se entregó a fabricar San Jorges<br />

y San Demetrios, ambos ecuestres, rígidos y reconocibles, porque invariablemente el<br />

caballo de San Jorge era blanco, y rojo el de San Demetrio. Ofrecía baratos los iconos y<br />

había compradores, así que en el contorno cundió la fe suscitada por ambos cabalgantes,<br />

y Nicéforo, al crecer en la consideración general, fue promovido del establo a una de las<br />

habitaciones de la casa.<br />

Yo, como ya manifesté, no participaba del entusiasmo que provocaba su verba, y me<br />

había curado del que al comienzo pudo despertar en mí la cirugía estética de la Madonna.<br />

No me gustaban ni el bizco ni las atenciones, más que sospechosas, que tributaba a la<br />

Tartamuda de bocio y pelagra. Se casaron seis meses después; su hechizo operaba a la<br />

sazón sobre sus suegros con tanta energía, que al comunicar éstos la noticia a sus<br />

parientes lo titularon «Pintor Imperial».<br />

Debo convenir en que, como marido, Nicéforo hizo lo que pudo y aún más de lo que de<br />

su eficacia se esperó, teniendo en cuenta las características de la cónyuge: le proveyó a<br />

su nada atrayente mujer de dos hijas, Zoe y Eudoxia. Sus padres políticos fallecieron<br />

pronto, en forma inexplicable, y malintencionados cuya opinión yo acaso compartí<br />

cuando de acuerdo con la tradición me colocaron en los dedos muertos de Eudoxio III y<br />

señora, atribuyeron el rápido final a manejos del pintor, que andaba siempre triturando<br />

hierbas y mezclando dudosos polvillos para obtener colores, aunque nada irregular se<br />

probó, y los santos Jorge y Demetrio continuaron su rojiblanco fluir, mientras la granja<br />

decaía. Tanto se desentendió el bizco de ella que terminó vendiéndola y desapareciendo.<br />

Se fue cuatro años después de su llegada, como había venido, pero ahora limpio,<br />

rasurado y transportando el producto de la venta y los ahorros que la codicia de los<br />

anteriores Exacustodios apilara en secreto, por lo cual sólo quedó en poder de la<br />

desconsolada Tartamuda, la vieja casa, conmigo en el rincón de la Virgen. Favor divino,<br />

posiblemente por intercesión de esta última, fue que la del bocio, Zoe y Eudoxia no<br />

pereciesen de hambre. Sobrevivieron, la primera quejándose de continuo, en su<br />

entrecortado trabalenguas, por la ausencia del esposo pillastre, a quien, en vez de tachar<br />

de sinvergüenza y ladrón, que es lo que correspondía justicieramente, alababa como si<br />

con él hubiese perdido la suma del refinamiento, la bondad y la belleza, en tanto que la<br />

mayor de las niñas, Zoe, en breve comenzó a acumular muestras de una anomalía que<br />

dejaba atrás y a gran distancia las maternas singularidades.<br />

Consistió dicha irregularidad en que, a medida que transcurría el tiempo, Zoe engordó<br />

más y más, hasta alcanzar proporciones monstruosas, y el fenómeno se complicó por el<br />

hecho de que en su casa la comida no abundase, antes bien faltaba a menudo. De la<br />

pasada opulencia conservaban una vaca y dos cabras, amén del huso a cuyo empleo se<br />

aplicó la Tartamuda; a mí no me liquidaron por obra y gracia de la bendita superstición;<br />

y así se sucedieron las estaciones, con Zoe engrosando año a año, Eudoxia<br />

enflaqueciendo, y la Tartamuda añorando al pintor velludo que vaya uno a saber por qué<br />

andurriales iba, hasta que las niñas alcanzaron lo que suele designarse como «edad de<br />

merecer». Nada mereció la segunda, y lo que la gorda gordísima mereció más valía que<br />

no lo mereciera.<br />

100 <strong>Manuel</strong> <strong>Mujica</strong> Láinez<br />

<strong>El</strong> escarabajo

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