07.05.2013 Views

Mujica Lainez, Manuel – El Escarabajo - Lengua, Literatura y ...

Mujica Lainez, Manuel – El Escarabajo - Lengua, Literatura y ...

Mujica Lainez, Manuel – El Escarabajo - Lengua, Literatura y ...

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

griegos y, durante escasos segundos, el calmo mar se pobló para nosotros, merced a su<br />

evocación, de espumas revueltas, naves incendiadas, destrozadas arboladuras, gritos,<br />

férreos choques y el bramar y el hervir del oleaje. Fue un instante: a bordo del<br />

«Lady Van», la hora transcurría en medio de una muelle bonanza. Ni la brisa más<br />

leve oreaba el Egeo, sobre el cual se deslizaba el yacht como si resbalase lentamente, al<br />

compás del benigno, apagado, acunante murmullo de los motores que nos adormecía,<br />

por más que la elocuencia de Mr. Jim hiciese restallar las llamas de la escuadra de<br />

Jerjes. Una delicia. De pronto, aquel filosófico sosiego, en cuya composición entraban por<br />

dosis iguales la mansedumbre del día; el discurrir apacible del barco; la certeza, como<br />

soñada en nuestro semidormido abandono, de que nada tan violento, tan fanático, tan<br />

febril como la quimérica batalla naval de Artemision podía materializarse, porque esas<br />

barbaridades sólo existen en los fabulosos textos de los historiadores, de pronto,<br />

aquella despreocupación divina se rompió impetuosamente, como si, en efecto,<br />

insospechables y frenéticos, los bajeles de Jerjes y de Temístocles nos rodeasen,<br />

crujiendo, entreverándose, aniquilándose, clavándose los inflamados espolones. Algo<br />

monstruoso irrumpió en nuestra culta concordia, con tan insólita furia que ni<br />

tiempo tuvimos de salvaguardarnos. Nadie reaccionó, ni los cercanos marineros, ni el<br />

atónito Mr. Jim, ni la amodorrada Mrs. Vanbruck. ¡<strong>El</strong> italiano, el italiano, el demente<br />

Giovanni Fornaio, estaba sobre nosotros, vociferando, resoplando y braceando, tal la<br />

alegoría de un quemante ciclón!<br />

Y lo caprichoso, lo inicuo, es que se las tomó conmigo, que hasta entonces nada tenía<br />

que ver con el asunto. En vez de emprenderlas con el Brillante, fue conmigo, con el<br />

inocente <strong>Escarabajo</strong> de lapislázuli, que se ensañó su rabia. Lo razonable hubiese sido que<br />

si a Giovanni se le iba el alma tras los quilates del solitario, insistiese en su exigencia, y<br />

si ésta no surtía efecto, reiterase el forcejeo, pero... ¡qué va!: Giovanni Fornaio sabía que<br />

el aro del Brillante no podía atravesar el promontorio formado por el nudillo de Mrs.<br />

Dolly, sino mediante el auxilio paciente y hábil del ladino jabón, así que,<br />

estrafalariamente, con una típica maquinación de beodo, abandonó la posibilidad<br />

resbaladiza de ese recurso, y empezó a tirar de mí, a riesgo de desarticular el dedo de la<br />

norteamericana, mientras mascullaba frases coléricas, en cuya oscuridad zigzagueaba,<br />

brusca, la palabra «jettatore»:<br />

—Questo jettatore! Questo maledetto scaraboochio jettatore!<br />

¡Qué injuria!, ¡qué abuso!, ¡qué improcedencia! ¿De qué mierda, sacro Osiris, habrá<br />

surgido la leyenda vesánica de que los escarabajos egipcios traemos mala suerte? ¡Qué<br />

errónea información! ¡Al contrario, traemos buena suerte, somos talismanes! ¡Esto lo<br />

sabe cualquiera, menos un napolitano rústico! ¡Qué animal! ¡Por algo, luego de<br />

embalsamados los faraones y las reinas, nos colocaban en reemplazo de su corazón y<br />

sobre sus ojos, su tórax, su abdomen, en sus muñecas y dedos, en su cerrado puño o<br />

junto a sus entrañas! ¡Y éramos nosotros, nosotros, los escarabajos, los encargados de<br />

abrirle místicamente la boca al regio muerto, a fin de devolverle los atributos de la vida!<br />

¡Nosotros, nosotros, yo, yo! ¡Miserable! ¡Ay, el muy bestia atinó a arrancarme del dedo<br />

de Mrs. Vanbruck, que chillaba, flacamente socorrida por su ineficaz idólatra, Mr. Jim!<br />

—Jettatore! Jettatore!<br />

Y antes de que un marinero, o el telegrafista, o el médico de los masajes y de las<br />

pomadas, que acudían a la carrera por el puente, alcanzasen a terciar y a salvarme, el<br />

bruto me arrojó por encima de la borda al mar Egeo. La última imagen que recogí, previa<br />

a la zambullida, fue el rostro de maniquí de vidriera de Mrs. Vanbruck, ya no impávido,<br />

sino torcido por el dolor y por el odio, y el titilar del Briliante en su mano trajeada de<br />

verde, relampagueando como si se riera. Ni adiós le dije a mi señora. ¿Acaso me es dado<br />

hablar con un ser humano?<br />

Indignado, sulfurado, maldiciendo a Giovanni Fornaio y a su puerca familia, mandándolos<br />

a reunirse con los peores excrementos y a las cámaras de atroces verdugos;<br />

aborreciendo al italiano jettatore, jettatore él, culpable de mi perra desventura, empecé a<br />

descender, a descender, en el seno del agua tibia que a medida que bajaba se iba<br />

enfriando. Un mundo misterioso, enteramente nuevo para mí, me envolvía, tan poético y<br />

peregrino, que metro a metro me distrajo del origen de mi agravio y de mi exasperación,<br />

10 <strong>Manuel</strong> <strong>Mujica</strong> Láinez<br />

<strong>El</strong> escarabajo

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!