Mujica Lainez, Manuel – El Escarabajo - Lengua, Literatura y ...
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sin más trámites, me sumergió en el líquido. Ignoro si se debió a mi correcta cólera, o a<br />
que no era la primera oportunidad en que me agraciaban con ese género de inmersión,<br />
pero lo cierto es que no experimenté las hondas sensaciones espirituales que me<br />
sobrecogieron la vez inicial. No acudieron los santos <strong>El</strong>oy, y Luis, ni Ptah, ni Hathor. No<br />
acudió nadie. La culpa debió de ser de mi cólera y del estado de ánimo menos propicio<br />
para la celeste mojadura o, por proceder con justicia, los culpables fueron Teodosio II, su<br />
calumnia y su insolencia. ¡Un amuleto del Demonio! ¡Bah!, ¿qué sabía él de demonios,<br />
del unicornio Amduscias, del mirlo Cayn, de Succor Benoth, jefe de eunucos, del auriga<br />
del carro del fuego?<br />
—¿Qué haremos con este engendro de hechicería? —insistió la lengua de víbora estúpida<br />
de Teodosio—. Aquí erigiré un templo, al que los peregrinos viajarán a rezar sobre los<br />
sepulcros de los Durmientes y a venerar sus reliquias, y me resisto a encerrar entre ellas<br />
a un feo escarabajo.<br />
¡Feo! ¡Lo que faltaba! ¡Feo yo, el preferido de la Reina, el regalo de Ramsés, el<br />
<strong>Escarabajo</strong> de lapislázuli de Afganistán, tallado en Tebas! ¡Vaya Emperador! ¡Con razón<br />
no hay nada más destacable que el mal gusto bizantino!<br />
Vacilaba el monarca pusilánime, sosteniéndome con asco entre su pulgar y su índice,<br />
como con una pinza, cuando aconteció algo que brindó una solución inesperada a su<br />
dificultad grotesca. De las filas populares que contemplaban la escena desde el exterior<br />
de la gruta, un hombre se metió entre los guardias y los chambelanes, empujando hasta<br />
el Protonotario y el Protostrator (que era el gran escudero y no cabía en sí de tremendo<br />
orgullo), para arrojarse a las plantas del príncipe. Una ojeada bastaba para saber que era<br />
un individuo inferior, un burdo y modesto campesino, y ya se precipitaban los servidores<br />
inmediatos para prenderlo, en momentos en que se oyó la voz chillona y la queja del<br />
intruso:<br />
—¡Socorro, Señor! ¡Socorro, oh Autócrata, oh Déspota!<br />
Esas designaciones hoy hubieran sido consideradas insultantes; en aquella época<br />
constituían dos de los títulos del Basileus de Constantinopla. He ahí una síntesis de la<br />
Historia del Mundo: lo que hoy tiene una significación, ayer tuvo la opuesta; ambas han<br />
causado ejecuciones, degüellos y demás destemplanzas.<br />
Detuvo el Augusto, con eclesiástico ademán, a los ansiosos por acabar con el que se<br />
atrevía a interrumpir el curso de la ceremonia, y le ordenó que hablara. <strong>El</strong> hombre, sin<br />
separar su boca del suelo, lo cual dificultaba la comprensión de sus frases, torpes de por<br />
sí, dijo que en su familia labradora, a lo largo de generaciones y generaciones, se<br />
transmitía la tradición del santo antepasado dormido, o sea que uno de los siete a<br />
quienes redujera a polvo Teodosio II con su rompecabezas teológico, resultaba<br />
concluyentemente su retatarabuelo, y que por ende solicitaba su herencia, si la había.<br />
<strong>El</strong> gran escudero, el Protostrator, descendió de la cima de su soberbia, con mucho ruido a<br />
collares, para responderle que su pretensión era extravagante y osada, considerados el<br />
tiempo transcurrido y la falta de modos de verificar sus asertos, y lo conminó a que se<br />
retirase de inmediato, a menos que prefiriese que los guardias lo echasen de allí, pero el<br />
Augusto volvió a detener el procedimiento. Permaneció meditabundo, titubeante, un<br />
buen espacio. Alrededor, callaban el pueblo y la comitiva. Por fin demandó el Basileus:<br />
—¿Cómo te llamas? —Exacustodio, ¡oh bondadoso Déspota!<br />
La coincidencia del nombre con el del padre de lámblico, me turbó: ¿sería sincero el<br />
campesino? No me fue dado consagrar más tiempo al dilema, porque de nuevo se oyó a<br />
Teodosio:<br />
—Exacustodio, una voz interior me asegura que dices la verdad. La herencia de los siete<br />
mártires son sus cenizas y unos restos mínimos, que pertenecen a la Iglesia. Pienso, sin<br />
embargo, que de esta sortija puedo disponer. Fue de uno de ellos, se desconoce de cuál.<br />
Te la confío. Cuídala. Es tuya.<br />
Me tomó el gañán, radiante, como Pártenis me tomó de manos del otro Exacustodio;<br />
como lámblico me tomó de manos de Pártenis. De esa manera, el Emperador, cuyo<br />
calzado besó el labriego, prescindió de mí, y eliminó al feo escarabajo diabólico que lo<br />
incomodaba, fingiendo que ponía en ejecución un acto de espléndida generosidad. ¡Ah<br />
Teodosio II, hijo de mala madre! Y en torno subía el exagerado cántico de alabanzas y de<br />
96 <strong>Manuel</strong> <strong>Mujica</strong> Láinez<br />
<strong>El</strong> escarabajo