Mujica Lainez, Manuel – El Escarabajo - Lengua, Literatura y ...

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Y se tumbó de bruces, gozoso, para indignación del panadero y de su padre político, cuyas airadas protestas se silenciaron a codazos y pisotones, al par que los Siete Durmientes resplandecían, iluminados por la claridad que sobre ellos proyectaban, como precisos focos teatrales, las aureolas de sus respectivos ángeles indistinguibles, lo cual confirmó la calidad auténtica del portento.Estéfano, que con su dominio de la situación superaba al de Antipater, dado el carácter pío del asunto, prodigó las noticias y los éxtasis, informando a los felices jóvenes del triunfo del Cristianismo, y añadió que el milagro que ellos materializaban llenaría de júbilo a Teodosio quien, entristecido por la proliferación de herejes que negaban la resurrección universal de los cuerpos, vivía a la espera de un prodigio que la probase, como lo demostraba, a su entender, el hecho de que ellos hubieran renacido a la existencia, incorruptos, al cabo de doscientos años. Y aunque el argumento era discutible, porque una cosa es morir y dormir es otra, ahí mismo declaró, frente al Gobernador amoscado y disminuido, que él iría a buscar al Emperador al Palacio Sacro de Constantinopla, para que con sus propios ojos y orejas certificara la esencia prenatural y mirífica del episodio. Con esto se retiraron todos, dejando en la cueva a los muchachos, los que, cortésmente, declinaron los ofrecimientos que les extendieron los próceres de Éfeso, en el sentido de que compartieran sus residencias, lo cual hacían los invitantes por amor religioso y también (¿a qué disimularlo?) por cierto evidente snobismo, dado que los siete constituían las principales atracciones del momento, en esa ciudad de provincia; pero los mancebos destacaron que se habían acostumbrado a dormir ahí y que no lo lograrían en otra parte. Persistimos solos, pues, en la hogareña espelunca. Hasta tarde, esa noche, descifraron sus moradores el misterio indescifrable de la pasión humana, aplicada a la controversia teológica, que primero los condenó y los exaltó después, que primero los llamó maricas y sectarios, y después los llamó santos y vírgenes, con similar desaforado ímpetu, y terminaron por conciliar e! sueño, actividad que tan consumadamente practicaban, envueltos, como por una guirnalda danzarina, por la ronda musical de los ángeles que cantaban sotto voce, y a quienes no veían ya. Un mes más tarde, estaban en pleno partido de croquet cuando otearon, en la lejanía, el séquito imperial que viajaba a su encuentro, así que quitaron los arcos, para que no se repitiera el desagradable accidente de Exacustodio, se peinaron y lavaron los dientes, y se aprontaron a recibir a Teodosio II. Éste abandonó la litera a veinte metros de nosotros, por respeto, y desde allí continuó a pie, seguido por una nube de sacerdotes, de legistas, de patricios, de eunucos y de palaciegos y, a buen seguro, por Estéfano y Antipater, que reñían por situarse a la cabeza de la columna; por Adolio, propietario del breñoso lugar, que andaría conjeturando los pros y los contras de su venta; y por una multitud de efesios y de efesias, las últimas de las cuales comparaban sus tocados con los de las damas de la corte, y probablemente imaginaban las modificaciones que tendrían que introducir en los propios, para estar a la moda bizantina. Invadieron la caverna y, precedidos por el Basileus de fúlgida corona, se arrodillaron delante de los donceles resplandecientes y ruborosos, cuya hermosura era tal que muchas damas y no menos señores, perdieron las cabezas para siempre y no pudieron dedicar sus pensamientos enamorados a nadie más. Entonces vi que el Emperador, que en breve cumplió cincuenta años, tenía el cabello descolorido de ¡os que han sido muy rubios, y se me impuso en la memoria la comparación de sus negros ojos indecisos y de la flojedad que emanaba de su elegante figura, con mi recuerdo de César y del irónico desdén acerado de sus ojos verdes, la mañana del crimen, cuando no obstante el quebranto de su físico enfermo, comunicaba aún una fuerza pavorosa. El Destino se había equivocado, al organizar la suerte de este príncipe débil, culto y prolijo, coleccionista de manuscritos y de bibliotecas, que gustaba del diálogo literario, y poseía una educación tan admirable, tan ajustada a su timidez y a sus afecciones eruditas, que en realidad nunca debió de ser un Basileus de Bizancio de la quinta centuria, a quien atormentaban la presencia de los bárbaros frente a Constantinopla, y las polémicas sangrientas sobre la esencia de Cristo, sino un caballero del siglo XX, ilustrado y bien vestido, un noble comensal de Mrs. Vanbruck y de Maggie Brompton, capaz de hablar de arte, de religión, de política y de mundanas murmuraciones. Pero como el Destino había dispuesto, caprichosamente, su fatalidad de 94 Manuel Mujica Láinez El escarabajo

Y se tumbó de bruces, gozoso, para indignación del panadero y de su padre político,<br />

cuyas airadas protestas se silenciaron a codazos y pisotones, al par que los Siete<br />

Durmientes resplandecían, iluminados por la claridad que sobre ellos proyectaban, como<br />

precisos focos teatrales, las aureolas de sus respectivos ángeles indistinguibles, lo cual<br />

confirmó la calidad auténtica del portento.Estéfano, que con su dominio de la situación<br />

superaba al de Antipater, dado el carácter pío del asunto, prodigó las noticias y los<br />

éxtasis, informando a los felices jóvenes del triunfo del Cristianismo, y añadió que el<br />

milagro que ellos materializaban llenaría de júbilo a Teodosio quien, entristecido por la<br />

proliferación de herejes que negaban la resurrección universal de los cuerpos, vivía a la<br />

espera de un prodigio que la probase, como lo demostraba, a su entender, el hecho de<br />

que ellos hubieran renacido a la existencia, incorruptos, al cabo de doscientos años. Y<br />

aunque el argumento era discutible, porque una cosa es morir y dormir es otra, ahí<br />

mismo declaró, frente al Gobernador amoscado y disminuido, que él iría a buscar al<br />

Emperador al Palacio Sacro de Constantinopla, para que con sus propios ojos y orejas<br />

certificara la esencia prenatural y mirífica del episodio. Con esto se retiraron todos,<br />

dejando en la cueva a los muchachos, los que, cortésmente, declinaron los ofrecimientos<br />

que les extendieron los próceres de Éfeso, en el sentido de que compartieran sus<br />

residencias, lo cual hacían los invitantes por amor religioso y también (¿a qué<br />

disimularlo?) por cierto evidente snobismo, dado que los siete constituían las principales<br />

atracciones del momento, en esa ciudad de provincia; pero los mancebos destacaron que<br />

se habían acostumbrado a dormir ahí y que no lo lograrían en otra parte.<br />

Persistimos solos, pues, en la hogareña espelunca. Hasta tarde, esa noche, descifraron<br />

sus moradores el misterio indescifrable de la pasión humana, aplicada a la controversia<br />

teológica, que primero los condenó y los exaltó después, que primero los llamó maricas y<br />

sectarios, y después los llamó santos y vírgenes, con similar desaforado ímpetu, y<br />

terminaron por conciliar e! sueño, actividad que tan consumadamente practicaban,<br />

envueltos, como por una guirnalda danzarina, por la ronda musical de los ángeles que<br />

cantaban sotto voce, y a quienes no veían ya. Un mes más tarde, estaban en pleno<br />

partido de croquet cuando otearon, en la lejanía, el séquito imperial que viajaba a su<br />

encuentro, así que quitaron los arcos, para que no se repitiera el desagradable accidente<br />

de Exacustodio, se peinaron y lavaron los dientes, y se aprontaron a recibir a Teodosio II.<br />

Éste abandonó la litera a veinte metros de nosotros, por respeto, y desde allí continuó a<br />

pie, seguido por una nube de sacerdotes, de legistas, de patricios, de eunucos y de<br />

palaciegos y, a buen seguro, por Estéfano y Antipater, que reñían por situarse a la<br />

cabeza de la columna; por Adolio, propietario del breñoso lugar, que andaría<br />

conjeturando los pros y los contras de su venta; y por una multitud de efesios y de<br />

efesias, las últimas de las cuales comparaban sus tocados con los de las damas de la<br />

corte, y probablemente imaginaban las modificaciones que tendrían que introducir en los<br />

propios, para estar a la moda bizantina. Invadieron la caverna y, precedidos por el<br />

Basileus de fúlgida corona, se arrodillaron delante de los donceles resplandecientes y<br />

ruborosos, cuya hermosura era tal que muchas damas y no menos señores, perdieron las<br />

cabezas para siempre y no pudieron dedicar sus pensamientos enamorados a nadie más.<br />

Entonces vi que el Emperador, que en breve cumplió cincuenta años, tenía el cabello<br />

descolorido de ¡os que han sido muy rubios, y se me impuso en la memoria la<br />

comparación de sus negros ojos indecisos y de la flojedad que emanaba de su elegante<br />

figura, con mi recuerdo de César y del irónico desdén acerado de sus ojos verdes, la<br />

mañana del crimen, cuando no obstante el quebranto de su físico enfermo, comunicaba<br />

aún una fuerza pavorosa. <strong>El</strong> Destino se había equivocado, al organizar la suerte de este<br />

príncipe débil, culto y prolijo, coleccionista de manuscritos y de bibliotecas, que gustaba<br />

del diálogo literario, y poseía una educación tan admirable, tan ajustada a su timidez y a<br />

sus afecciones eruditas, que en realidad nunca debió de ser un Basileus de Bizancio de la<br />

quinta centuria, a quien atormentaban la presencia de los bárbaros frente a<br />

Constantinopla, y las polémicas sangrientas sobre la esencia de Cristo, sino un caballero<br />

del siglo XX, ilustrado y bien vestido, un noble comensal de Mrs. Vanbruck y de Maggie<br />

Brompton, capaz de hablar de arte, de religión, de política y de mundanas<br />

murmuraciones. Pero como el Destino había dispuesto, caprichosamente, su fatalidad de<br />

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<strong>El</strong> escarabajo

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