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Mujica Lainez, Manuel – El Escarabajo - Lengua, Literatura y ...

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sentidos de Antipater y Estéfano no captaban los aleteos inquietantes, verdes y azules,<br />

de Amable, el encenderse y apagarse su aureola y el retorcerse de sus manos. Puso<br />

cierto orden en el tumulto la grave presencia del Gobernador y el Obispo, quienes<br />

carraspearon, se acomodaron los ropajes y alejaron a los más inmediatos, cuya ansiedad<br />

de averiguación coincidía con su olor pésimo. Simultáneamente, los ilustres recién<br />

llegados interrogaron a lámblico sobre el pretendido tesoro, y éste se encastilló en la<br />

negativa, al tiempo que indagaba en torno por alguna cara familiar y por alguien que<br />

diese fe de que él pertenecía a una de las estirpes más ricas y prestigiosas de la urbe, y<br />

su pasmo fue grande pues, como era lógico, no tropezó con ninguno.<br />

A esta altura no le restó más solución que confesar que era hijo de Exacustodio, y rogar<br />

que llamasen a su padre, ya que él aclararía el asunto, y su estupefacción creció: así<br />

como él no conocía a nadie en su propia Éfeso embrujada, nadie conocía en Éfeso a su<br />

genitor, no obstante ser uno de sus ciudadanos más eminentes. Con mucha vergüenza,<br />

puntualizó que quizá podría estar en la Casa de los Placeres, y cuando le replicaron que<br />

no había tal casa, y él porfió, con aún mayor vergüenza, que se refería a la de la figura<br />

del Enano Priápieo puesta en la puerta, lo tildaron de chiflado y de lúbrico putañero.<br />

Tornó a suplicar que llamasen a su padre, y a mencionar al Enano y Pártenis, pero fue<br />

inútil. Estas extravagancias agravaron la incredulidad acerca de las afirmaciones de<br />

lámblico, y las autoridades dispusieron que lo condujeran a la cárcel, hasta que se<br />

aviniera a confesar. En consecuencia, mi amo tuvo que hacerlo, o sea referir la historia<br />

de los Siete Durmientes, que no era por cierto lo que se esperaba oír, pues en ella no se<br />

mencionaba nunca un tesoro, sino un galimatías de fantásticas imposibilidades. Cuando<br />

terminó su relato tartamudo, alzóse alrededor el alboroto de las burlas, y felizmente se<br />

sacudió el aturdido Amable, y se le ocurrió deslizar sus largos dedos sobre los ojos del<br />

Obispo quien, estimulado además por el fervor con que lámblico proclamaba su fe, torció<br />

al Cielo esos ojos excepcional mente bendecidos, y anunció con voz sonora que él iría a<br />

la caverna del monte Pion. Al instante el Gobernador, supongo que por no quedarse atrás<br />

tolerando que una iniciativa eclesiástica lo precediera, manifestó que haría otro tanto. Y<br />

así se organizó, a la luz de las antorchas puesto que declinaba la tarde, el hormigueo de<br />

la procesión ascendente, con los revoloteos de colibrí, de Amable, aguadísimo; con<br />

lámblico y Qitmir detrás; a continuación con Antipater y Estéfano, enmarcados como<br />

siempre por el brillo de las armas y de las dalmáticas, en la bruma de los incensarios,<br />

meciéndose el báculo y el talludo bastón, como dos mástiles; y por fin con el panadero,<br />

su pan, su suegro y cuantos se habían asomado a la tienda, atraídos por el cuento del<br />

inexistente tesoro. En la gruta estaban Maximiano, Marciano, Constantino, Dionisio,<br />

Serapio y Juan. Estaban muy despiertos y muy alarmados, lo mismo que sus ángeles. Le<br />

explicaron después a lámblico que se habían hallado al borde de huir, internándose en el<br />

monte, al divisar en lontananza la exuberante comitiva, pues imaginaron que<br />

Exacustodio y los generales venían a prenderlos, pero que Dionisio, el de mirada aguda,<br />

había reconocido a su amigo y lebrel entre quienes hacia ellos avanzaban, y que hubieran<br />

considerado una felonía y una impiedad abandonarlos y no sobrellevar igual destino. Con<br />

lágrimas y besos los acogieron en la cueva, y con dentelladas voraces infligidas al pan<br />

que en seguida arrebataron, ante la maravilla y aspaviento de los presentes. No bien<br />

recuperaron las voces, reprodujeron a coro las noticias que lámblico había dado con<br />

anterioridad a los de Éfeso, y al hacerlo, interrumpiéndose y sofocándose, ofrecieron<br />

testimonios de sinceridad tan vehemente, acumulando las alusiones a época de Decio y<br />

del Árabe, que el Obispo, conocedor de historia romana, se convenció de la exactitud de<br />

sus protestas, por estrafalarias que pareciesen, y dobló las rodillas exclamando:<br />

—¡Milagro, milagro, milagro!<br />

Menos habituado a la genuflexión ritual y más aquejado por el reuma, el Gobernador<br />

Antipater copió su posición, apoyándose en la vara de mando y en un favorito, y gritó a<br />

voz en cuello:<br />

—¡Milagro, milagro, milagro!<br />

<strong>El</strong> pueblo, a su vez, como antes había rugido «¡tesoro, tesoro, tesoro!» rugió:<br />

—¡Milagro, milagro, milagro!<br />

<strong>Manuel</strong> <strong>Mujica</strong> Láinez 93<br />

<strong>El</strong> escarabajo

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