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Mujica Lainez, Manuel – El Escarabajo - Lengua, Literatura y ...

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—Aquél con cuerpo de mirlo, es el demonio Cayn, el que conoce el lenguaje de los<br />

perros, de los bueyes y de los pájaros. Aquel otro, con la defensa del unicornio en la<br />

frente, es Amduscias, el que dirige orquestas sin instrumentos, y a cuyo paso los árboles<br />

se inclinan. Aquel de más allá es Succor Benoth, jefe de los eunucos de Luzbel, el más<br />

peligroso en este caso, porque como se encarga de los celos, maneja también las rejas y<br />

las celosías, de manera que es capaz de abrirse camino hasta aquí... ¡Ah no!... allá está<br />

el peor, y su envío patentiza cuánto le importan al Diablo nuestros centenarios jóvenes.<br />

Es Belial, el propio Belial, el tremendo seductor a quien adoraron en Sodoma... el más<br />

impúdico... ¡Ahí pasa, Amable! ¡Está desfilando ante la caverna en su carro de fuego!<br />

—¡Miren, miren, miren a los pobrecitos muchachos! —gimoteó Benigno.<br />

Giraron los demás, separándose del espectáculo que ofrecían los perversos de extrañas<br />

cataduras, y juntos examinamos a los Siete Durmientes. ¡Ah, no en vano operaba la<br />

tenacidad de los demonios, desde tantos días atrás, y no en vano, dado el temple del<br />

episodio, habían delegado a Belial, el lujurioso experto, para la tentadora tarea!<br />

¡Pobrecitos, en verdad, pobrecitos! Proseguían fraternalmente enroscados, como durante<br />

un tiempo que ya no medíamos, pero ahora... ¡ay! ahora, no bien uno se fijaba,<br />

notábanse con nitidez en sus cuerpos inculpables, apenas cubiertos, los signos<br />

agresivamente informadores de una inquietud de tangible origen libidinoso.<br />

Precipitáronse los solícitos ángeles, cada uno a socorrer su adolescente. Los abanicaron,<br />

los distanciaron, los rociaron con agua fresca del manantial de la gruta. Benigno sugirió,<br />

como distracción, narrarles vidas de santos, pero el resto se convenció de que lo<br />

conveniente era buscar, en las empíreas alturas, el auxilio de un espíritu situado dentro<br />

de las jerarquías mayores, alguien que perteneciera por lo menos a los círculos de los<br />

Arcángeles y los Principados, pues dudaban de que les concedieran en préstamo un<br />

campeón tan selecto como los allegados a los Tronos y a las Dominaciones. Con esa<br />

colaboración, estaban seguros de conjurar a los sitiadores en definitiva; de lo contrario,<br />

tendrían que sufrir los vaivenes de una campaña urdida con sagaz estrategia, que<br />

concluiría por consumirlos. En lo que atañe a los pobrecitos, Modesto, que se había<br />

apostado de nuevo en su hueco de centinela, comunicó que los demonios se alejaban, y<br />

simultáneamente se verificó que las pruebas físicas del influjo erótico empezaban a ceder<br />

en los adictos a Moríeo: se apaciguaban las agitadas respiraciones; ya no rechinaban los<br />

dientes, ni viboreaban las lenguas, ansiosas, entre los labios; y se restablecía la<br />

acostumbrada serenidad.<br />

Empero, la idea de requerir refuerzos ganó la total adhesión. Y aprovechando un<br />

intermedio en que los satánicos emisarios se hallaban ausentes, los ángeles guardianes<br />

de Maximiano, Marciano, Constantino, Dionisio, Serapio y Juan, apartaron de la entrada<br />

las escasas piedras necesarias para dar paso a sus estructuras flexibles, y por ellas<br />

reptaron y se fueron, hasta que, una vez extramuros, ventilaron las alas entumecidas y<br />

echaron a volar, como grandes aves o grandes insectos, mientras que Amable rellenaba<br />

y reforzaba la abertura, y se instalaba a cumplir su función de pastor del secreto redil y<br />

de sus siete ovejas o, más apropiadamente, de sus siete corderos codiciados.<br />

Fallaron los cálculos de los Custodios, cuyos trámites sin duda requirieron, en los estratos<br />

culminantes, distintas consideraciones, y Belial estuvo delante de la caverna cuando los<br />

viajeros no habían retornado aún. Lo secundaban sus conocidos acompañantes, más el<br />

Sapo del sombrero jactancioso y una mórbida mujer que cabalgaba un camello. Modesto<br />

nos explicó después que ésa era Gomori, un demonio amanerado que adoptaba la<br />

femenina máscara, muy a su gusto, para vigorizar con sus atractivos la concupiscencia<br />

aguijoneada por Belial. A ciencia cierta, los contrarios se hallaba al tanto de la partida de<br />

seis de los ángeles, y habían inferido dos cosas: que iban en pos de aliados, y que las<br />

defensas de la gruta, por su ausencia, resultaban positivamente seis veces más débiles.<br />

Decidieron, pues, sacar provecho de esta última circunstancia; actuar en seguida,<br />

utilizando el máximo de sus recursos, antes del retorno de los volantes; y se aplicaron a<br />

hacerlo rabiosamente, en tanto que el desvalido Amable brincaba de una grieta a la otra,<br />

evaluando el progreso de las negras maquinaciones. Yo seguía en su delgado y frío<br />

índice, y eso me permitió atestiguar la escena en que los diablos unieron la combustión<br />

<strong>Manuel</strong> <strong>Mujica</strong> Láinez 89<br />

<strong>El</strong> escarabajo

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