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Mujica Lainez, Manuel – El Escarabajo - Lengua, Literatura y ...

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muchacho se ponía de pie, se le acercaba, le asía una mano y, mientras ella cerraba los<br />

ojos, estremecida, lámblico se arrodillaba de nuevo, junto al lecho de la pecadora, y<br />

reanudaba su oración. Quedaron así buen espacio, hasta que el mozo tornó a levantarse,<br />

extendió la mano diestra, y su pulgar dibujó el signo de la cruz en la frente de la joven.<br />

Sólo entonces alzó ésta los párpados; lámblico se inclinó hacia ella y la besó en ¡a<br />

mejilla, con lo cual titilaron, a modo de insectos luminosos, las piedras del coselete.<br />

Sonrió Pártenis apenas, con una sonrisa distinta de las que antes le conociera yo; una<br />

sonrisa tierna y pura, e hi/.o un breve gesto afirmativo. Luego pronunció las únicas<br />

palabras que oí durante nuestra reclusión en el enigma de la atmósfera resplandeciente:<br />

—Toma esta sortija, lámblico. Tu padre me la dio, pero quiero que sea tuya.<br />

Y a continuación me quitó de su dedo medio, y me deslizó en el anular derecho del<br />

doncel quien, como Casceílio, el odontólogo romano que allí me usaba, tenía los dedos<br />

largos y finos.<br />

Sonrió a su vez el hijo de Exacustodio, agradeciéndome y aceptándome; y seguido por el<br />

lebrel, se retiró de la casa de prostitución, tan virgen como en ella había ingresado.<br />

Todavía flotaba, en torno de Pártenis, la serena música. He ahí cómo pasé a poder del<br />

extraordinario lámblico, en Éfeso.<br />

<strong>El</strong> fastuoso mercader acogió a su delfín, abriéndole los robustos brazos. Fulguraba de<br />

orgullo, y deduje que la cortesana le había transmitido una versión de la potencia física<br />

del mocito, elaborada a propósito para satisfacer con creces la publicada masculinidad<br />

paterna. Acosó a lámblico, con el objeto de que le refiriese pormenores del episodio, y<br />

ante el mutismo del mancebo, atribuyó a su timidez vergonzosa la negativa de<br />

proporcionárselos. Por lo demás, bastó que me reconociese en su anular para que el<br />

obsequio confirmase, a su juicio, el entusiasmo de Pártenis ante la destreza viril del<br />

muchacho, con lo cual redoblaron las exclamaciones fatuas y equivocadas de<br />

Exacustodio. Tal era su exaltación, que no le importó que su hijo se fuese, como de<br />

costumbre, a reunir con sus seis compañeros habituales, y que si antes pensó que eso<br />

era cosa de maricas, ahora —tan sencillamente funcionaban sus mecanismos<br />

psicológicos— pensaba, por lo que dijo, que la sola presencia de lámblico suprimía<br />

cualquier duda acerca de los vínculos del equívoco grupo. Su contento se manifestó en<br />

algo tan extremado como acariciar la cabeza de Qitmir, el perro árabe, a quien hasta<br />

entonces había odiado sin disimulo.<br />

En consecuencia escalamos el monte Pion, que horadaban las cuevas y complicaban las<br />

escabrosidades, y allí trabé relación con los amigos de mi amo. Llamábanse Maximiano,<br />

Marciano, Constantino, Dionisio, Serapio y Juan, porque al ser tan cristianos como<br />

lámblico, ésos fueron los nombres que recibieron luego de su secreto bautismo, y diferían<br />

bastante de los paganos que les habían impuesto al nacer. A lámblico le había cambiado<br />

el suyo el sacerdote por el de Maleo; yo continuaré designándolo como hasta el presente,<br />

para evitar confusiones.<br />

Tanto se parecían a lámblico sus seis camaradas, que cuando por primera vez los vi me<br />

cosió distinguirlos. Poseían todos la misma estatura, la misma traza juncal y graciosa, el<br />

mismo cabello castaño, los mismos ojos velados y dulces, las mismas manos ahusadas,<br />

las mismas plásticas actitudes que se concretaban en elegancias espontáneas, a las que<br />

en vano se pretendería imitar. Así como lámblico me recuerda el San Gabriel de la<br />

«Anunciación» de Botticelli, sus íntimos son inseparables para mí de otras imágenes de<br />

dicho pintor y de la Galería de los Uffizzi —como las que rodean a las Vírgenes del<br />

Magníficat y de la Granada— de suerte que si mi amo me deslumbró, postrado frente al<br />

lecho de Pártenis, como el efebo más hermoso que conocí, sus seis amigos me probaron<br />

que no era únicamente suyo el privilegio de la suprema belleza, pues Maximiano,<br />

Marciano, Constantino, Dionisio, Serapio y Juan resultaban, por más que suene a<br />

imposible, tan hermosos como él.<br />

Las actividades que los siete desarrollaban en la áspera altura hubieran sido<br />

consideradas, por un crítico severo, verdaderamente anodinas o tediosas, si no hubieren<br />

sido emocionantes por el rigor de su inocencia y por el poder de su seducción. A mí, que<br />

venía del medio promiscuo de Exacustodio y su lenocinio, de Cinna y Quadrato, de<br />

Aristófanes y Simaetha, me hechizaron. No bien se reunían, se despojaban de los collares<br />

80 <strong>Manuel</strong> <strong>Mujica</strong> Láinez<br />

<strong>El</strong> escarabajo

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