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Mujica Lainez, Manuel – El Escarabajo - Lengua, Literatura y ...

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correr en pos del otro por el cuarto, tumbando floreros y desparramando pinzas y<br />

punzones, hasta que el Senador consiguió derribar al consternado científico, y<br />

desencajarme implacablemente de su anular, hecho lo cual y ya extraviada la razón por<br />

completo, abrió la puerta y salió a la tibieza del Foro Boario.<br />

Apenas distinguí, junto a la entrada, la litera de Domicio, y en su interior, como si no<br />

fuese una realidad sino un sueño, la silueta de Tulia Mecila, en torno de quien montaban<br />

guardia los ocho esclavos sirios, los lecticarios, que nos vieron pasar de carrera sin<br />

acertar a detenernos, tan de sorpresa los tomó el desusado proceder de su amo. Corría,<br />

corría Domicio Mamerco, gritando que lo perseguía un fantasma sin cabeza, y forcejeaba<br />

apartando a manotazos los bueyes que lo rodeaban y sofocaban doquier, pues aquel era<br />

día de ventas. Esquivaba los cuernos y los belfos, hundía el orgullo de la laticlavia<br />

senatorial en una marejada vacuna sobre la cual se empinaban los asombrados e<br />

iracundos boyeros, que blandían los chuzos gritando también, y en el instante en que<br />

reaccionaron sus lecticarios y dispararon detrás, para atajarlo, el loco había atravesado<br />

ya la muralla semoviente de bovinos, que mugían con grave indignación; había dejado a<br />

su izquierda los pequeños templos de Hércules Vencedor y de Fortuno, el dios del puerto<br />

cercano y, resoplando, los dedos de una mano agarrándome y los de otra ceñidos al<br />

buril, llegó al Puente Emilio, el que llamaban hoy Puente Roto, se encaramó al parapeto,<br />

y, cuando sus servidores lo alcanzaban y alargaban los brazos hacia él, se clavó el bronce<br />

agudo en el pecho y saltó conmigo a las aguas del Tíber.<br />

<strong>Manuel</strong> <strong>Mujica</strong> Láinez 71<br />

<strong>El</strong> escarabajo

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