Mujica Lainez, Manuel – El Escarabajo - Lengua, Literatura y ...

Mujica Lainez, Manuel – El Escarabajo - Lengua, Literatura y ... Mujica Lainez, Manuel – El Escarabajo - Lengua, Literatura y ...

llyc4.files.wordpress.com
from llyc4.files.wordpress.com More from this publisher
07.05.2013 Views

andas, reconocí, al lado, el teatro y su pórtico de la columnata, que al atardecer frecuentaban las prostitutas. Estaban representando algo cómico en su interior, donde resonaban las risas y los aplausos, y a la puerta se arracimaba, para mirar, un grupo de macizos gladiadores. En torno, hacia cualquier punto que la vista se tendiera, desparramábanse los pequeños negocios ocasionales de vino y comida y el mismo hormigueo enredoso que hervía bajo el sol. Nosotros desdeñamos esas frivolidades e ingresamos en el vasto anfiteatro de la Curia. Sus graderías podían albergar a los ochocientos senadores, y muchos de ellos las ocupaban ya. Otros cuchicheaban, paseándose alrededor de la gran estatua de Pompeyo, elevada en el centro, y de la silla de oro destinada a Caius Iulius, vacía, y aun así brillante de soberbia como un trono. Domicio Mamerco Quadrato se sentó en un sitial; se ordenó los pliegues de la laticlavia, puso sobre su falda la caja-escritorio; apenas cambió con sus próximos breves saludos, y alguna palabra con tres o cuatro de sus viejos compañeros, que acudieron a susurrarle al oído. ¡Cómo le crujían los dientes; cómo tamborileaban sus dedos en los brazos de la silla, divino Osiris, y qué esfuerzos hacía para que no se advirtiera! A mí, con tanto tecleo, medio me había mareado. Mi aturdimiento, empero, no bastó para que no me percatase de que, aparte de la nerviosidad personal de mi Senador, a la cual yo, sin proponérmelo, me asociaba, un desasosiego común flotaba y se densificaba en torno, concentrándose en los rostros de numerosos tribunos allí convocados. Por fin entendí que la perturbación general procedía de la ignorancia de si César concurriría o no a la asamblea, respecto de lo cual se oían múltiples versiones. Sostenían algunos que el héroe, indispuesto, había pasado una noche muy mala, y que los médicos y los augures desaconsejaban su venida; otros contaron pesadillas nefastas de Calpurnia; y hasta hubo quienes, cuando faltaba muy poco para la partida del Dictador a la conquista del Asia, repetían que habían sucedido, en los días últimos, acontecimientos cargados de presagios tremendos: así, los caballos que César ofrendara a los dioses, se negaron a comer y derramaron lágrimas abundantes; el escudo de Marte, que el ausente Pontífice custodiaba en su casa, había rechinado varias veces, y todas sus puertas se abrieron por sí solas, sin que soplara viento alguno; y por si ello no fuera suficiente, se rumoreaba que ciertos aldeanos habían visto volar hombres de fuego que luchaban entre sí. Juntábanse las cabezas de los senadores más ancianos, y se tenía la impresión, con tantos murmullos, de que en el anfiteatro planeaban y aleteaban aves agoreras. Repentinamente cundió la noticia de que César se acercaba, y de súbito entró, rodeado por sus generales y cortesanos. La asistencia entera se puso de pie, y él, con lento paso, la diestra apoyada en el hombro de uno de sus predilectos, avanzó hacia la silla de oro. Príncipe de príncipes fue, y no requería demostrarlo. ¡Qué fatiga inmensa lo desfiguraba y le daba una apariencia casi inmaterial! El manto púrpura lo ceñía, como si su sangre, huida de su cuerpo, de su cara incolora y como transparente, se hubiese refugiado ahí. ¿Quién podía asegurar si era el dolor o el desprecio el que le velaba los ojos y le apretaba la boca? Tomó asiento, y recrudecieron de tal manera los estremecimientos de Quadrato, que se me ocurrió que yo terminaría por ser arrojado de su anular. También se acentuó la extraña atmósfera intranquila que nos envolvía, y que giraba alrededor de la magra figura roja, de la cual, no obstante su debilidad, emanaba una fuerza temible. Observé entonces que el grupo respetuoso que lo había acompañado durante su acceso al recinto, lo cercaba exageradamente, y que muchos senadores abandonaban sus bancos para sumarse a la aglomeración. Vacilando, Cuádrato descendió la gradería. Quizás estaban solicitándole algo especial al Dictador (después, al revisar los episodios, se supo que el pretexto había sido la gracia del hermano de uno de ellos), pero lo hacían con tan inusitada vehemencia que éste, irritado y desconcertado, se incorporó. Estalló al punto !a tormenta de los gritos en los que el pánico se unía a la rabia, y fulguraron los puñales. Sólo en ese momento comprendí la razón de la encadenada y enigmática serie de escenas que culminaban bajo la estatua de Pompeyo: comprendí la angustia de Domicio Mamerco, oscilando una vez más políticamente, receloso de errar en su cálculo; las mímicas bufonas delante del espejo de obsidiana; los pavores que sacudieron a su Manuel Mujica Láinez 65 El escarabajo

andas, reconocí, al lado, el teatro y su pórtico de la columnata, que al atardecer<br />

frecuentaban las prostitutas. Estaban representando algo cómico en su interior, donde<br />

resonaban las risas y los aplausos, y a la puerta se arracimaba, para mirar, un grupo de<br />

macizos gladiadores. En torno, hacia cualquier punto que la vista se tendiera,<br />

desparramábanse los pequeños negocios ocasionales de vino y comida y el mismo<br />

hormigueo enredoso que hervía bajo el sol. Nosotros desdeñamos esas frivolidades e<br />

ingresamos en el vasto anfiteatro de la Curia. Sus graderías podían albergar a los<br />

ochocientos senadores, y muchos de ellos las ocupaban ya. Otros cuchicheaban,<br />

paseándose alrededor de la gran estatua de Pompeyo, elevada en el centro, y de la silla<br />

de oro destinada a Caius Iulius, vacía, y aun así brillante de soberbia como un trono.<br />

Domicio Mamerco Quadrato se sentó en un sitial; se ordenó los pliegues de la laticlavia,<br />

puso sobre su falda la caja-escritorio; apenas cambió con sus próximos breves saludos, y<br />

alguna palabra con tres o cuatro de sus viejos compañeros, que acudieron a susurrarle al<br />

oído. ¡Cómo le crujían los dientes; cómo tamborileaban sus dedos en los brazos de la<br />

silla, divino Osiris, y qué esfuerzos hacía para que no se advirtiera! A mí, con tanto<br />

tecleo, medio me había mareado.<br />

Mi aturdimiento, empero, no bastó para que no me percatase de que, aparte de la<br />

nerviosidad personal de mi Senador, a la cual yo, sin proponérmelo, me asociaba, un<br />

desasosiego común flotaba y se densificaba en torno, concentrándose en los rostros de<br />

numerosos tribunos allí convocados. Por fin entendí que la perturbación general procedía<br />

de la ignorancia de si César concurriría o no a la asamblea, respecto de lo cual se oían<br />

múltiples versiones. Sostenían algunos que el héroe, indispuesto, había pasado una<br />

noche muy mala, y que los médicos y los augures desaconsejaban su venida; otros<br />

contaron pesadillas nefastas de Calpurnia; y hasta hubo quienes, cuando faltaba muy<br />

poco para la partida del Dictador a la conquista del Asia, repetían que habían sucedido,<br />

en los días últimos, acontecimientos cargados de presagios tremendos: así, los caballos<br />

que César ofrendara a los dioses, se negaron a comer y derramaron lágrimas<br />

abundantes; el escudo de Marte, que el ausente Pontífice custodiaba en su casa, había<br />

rechinado varias veces, y todas sus puertas se abrieron por sí solas, sin que soplara<br />

viento alguno; y por si ello no fuera suficiente, se rumoreaba que ciertos aldeanos habían<br />

visto volar hombres de fuego que luchaban entre sí. Juntábanse las cabezas de los<br />

senadores más ancianos, y se tenía la impresión, con tantos murmullos, de que en el<br />

anfiteatro planeaban y aleteaban aves agoreras.<br />

Repentinamente cundió la noticia de que César se acercaba, y de súbito entró, rodeado<br />

por sus generales y cortesanos. La asistencia entera se puso de pie, y él, con lento paso,<br />

la diestra apoyada en el hombro de uno de sus predilectos, avanzó hacia la silla de oro.<br />

Príncipe de príncipes fue, y no requería demostrarlo. ¡Qué fatiga inmensa lo desfiguraba<br />

y le daba una apariencia casi inmaterial! <strong>El</strong> manto púrpura lo ceñía, como si su sangre,<br />

huida de su cuerpo, de su cara incolora y como transparente, se hubiese refugiado ahí.<br />

¿Quién podía asegurar si era el dolor o el desprecio el que le velaba los ojos y le apretaba<br />

la boca? Tomó asiento, y recrudecieron de tal manera los estremecimientos de Quadrato,<br />

que se me ocurrió que yo terminaría por ser arrojado de su anular. También se acentuó<br />

la extraña atmósfera intranquila que nos envolvía, y que giraba alrededor de la magra<br />

figura roja, de la cual, no obstante su debilidad, emanaba una fuerza temible.<br />

Observé entonces que el grupo respetuoso que lo había acompañado durante su acceso<br />

al recinto, lo cercaba exageradamente, y que muchos senadores abandonaban sus<br />

bancos para sumarse a la aglomeración. Vacilando, Cuádrato descendió la gradería.<br />

Quizás estaban solicitándole algo especial al Dictador (después, al revisar los episodios,<br />

se supo que el pretexto había sido la gracia del hermano de uno de ellos), pero lo hacían<br />

con tan inusitada vehemencia que éste, irritado y desconcertado, se incorporó. Estalló al<br />

punto !a tormenta de los gritos en los que el pánico se unía a la rabia, y fulguraron los<br />

puñales. Sólo en ese momento comprendí la razón de la encadenada y enigmática serie<br />

de escenas que culminaban bajo la estatua de Pompeyo: comprendí la angustia de<br />

Domicio Mamerco, oscilando una vez más políticamente, receloso de errar en su cálculo;<br />

las mímicas bufonas delante del espejo de obsidiana; los pavores que sacudieron a su<br />

<strong>Manuel</strong> <strong>Mujica</strong> Láinez 65<br />

<strong>El</strong> escarabajo

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!