Mujica Lainez, Manuel – El Escarabajo - Lengua, Literatura y ...

Mujica Lainez, Manuel – El Escarabajo - Lengua, Literatura y ... Mujica Lainez, Manuel – El Escarabajo - Lengua, Literatura y ...

llyc4.files.wordpress.com
from llyc4.files.wordpress.com More from this publisher
07.05.2013 Views

¿cuándo iba a concluir el ensayo del crimen?, ¿cuándo iba a abandonar esos espejos dramáticos y a irrumpir en la cámara donde lo espiaba la desesperación de los culpables? En una de las marchas y contramarchas, se apoyo en la mesa y me rozó. Giró hacia mí, me tomó y me reconoció al punto. ¡Cuántas veces le había expresado a Cayo Helvio, prosopopéyicamente, mi elogio (más aún cuando mi amo le insinuó la invención del regalo de Cleopatra)! Tanto es así que en una oportunidad el poeta me brindó en obsequio al marido de Tulia, y mi angustia fue grande, pero el Senador magnánimo rechazó el regalo, con el argumento de que su oratoria exigía que nada distrajera al oyente del discurso, y que una alhaja de esa proporción en su dedo, podía conseguirlo. Evidentemente lo desconcertó mi abandonada presencia en el baño de su esposa. Me estuvo inspeccionando, como si me viese por primera vez; luego, sin dejarnos ni a mí ni al puñal, hundió la mirada inquisidora en el espejo. Aunque entonces no hubiera podido jurarlo, tan honda era la oscuridad establecida en el dormitorio de Tulia y tan opaca la reflexión que el espejo ofrecía, es más que probable que los viera, como los veía yo, que los viera o que acaso adivinara, en el rincón del aposento a su mujer, la mancha blanquecina de los cuerpos enlazados y desnudos. Si así fue, ni siquiera parpadeó y nada delató el descubrimiento. Guardó la daga e hizo algo insólito: en lugar de devolverme a la mesita, me puso en su anular izquierdo, el mismo al que me destinaba Cayo Helvio Cinna, y salió conmigo, cerrando la puerta cuidadosamente. La aguda nerviosidad del Senador, que había regido cada una de sus absurdas gesticulaciones frente al espejo, se apoderó de mí por contagio, a través de los estremecimientos que lo sacudían. Sin disputa, Domicio Mamerco era víctima de una inquietud que lo atenaceaba y que por lógica atribuí a una deslealtad: tal vez la esclava confidente de Tulia le había abierto los ojos sobre la relación que existía entre su mujer y mi amo; lo había empujado, mordido por los celos, a trasladarse armado a las habitaciones de su esposa, y una vez ahí, al comprobar la veracidad de la acusación, no se atrevió a llevar a cabo la proyectada venganza, y la había reducido a una grotesca pantomima destinada a amedrentar teatralmente a los amantes. Empero, mi sensibilidad detectó algo más, algo distinto, en la extraña escena y en la alteración de Quadrato, algo que sólo más tarde comprendí. Entretanto, mientras corríamos por la galería hacia las habitaciones del marido engañado, su mano derecha me apretaba fuertemente, como si yo estuviera vivo, como si fuese un escarabajo de una de las seis subfamilias que integran las veinte mil especies de ese insecto, y pretendiera destrozarme. En su dormitorio, harto más sobrio y reducido que el de Tulia, Quadrato se arrancó violentamente la toga, echó a volar las sandalias, tiró el puñal en un cofre y se arrojó en la cama, sin más cobertura que el taparrabo, revelando al vacío las pobrezas de su carne y de sus huesos, y temblando, temblando y haciéndome temblar, hasta que el claror del alba se coló por el postigo, y la vida romana, que empezaba con el amanecer para sacar provecho de la luz, fue manifestándose con ruidos y voces. Retumbaron algunos carros en la calle, y el vocabulario nada cortesano de quienes los conducían; hubo relinchos, balidos y más de un largo mugir; y presto a la gritería y barullo crecientes externos, se añadieron los propios de la casa, con un afanarse de esclavos por doquier, que baldeaban patios, que apaleaban tapices, que movían muebles, que transportaban vajillas, y el grande hombre, cediendo a la tensión de la zozobra, se abalanzó sobre la ventana, empujó los tableros, y dejó que invadiese el cuarto la luz que anunciaba un día deslumbrante. Entraron el barbero y un servidor que traía un orinal decorado con piedras preciosas. Sentóse Mamerco en un banquillo; colocó el siervo el recipiente con estratégica exactitud, y el señor, aparentemente restaurada la ritual compostura, se dejó rasurar, al tiempo que un chorro resultante de la necesidad menor confirmaba lo oportuno de la artística vasija. El rapabarbas era hablador, como son los de su oficio, y en tanto jabonaba y afeitaba, sorteando con destreza de bailarín el riesgo encerrado en la bacinilla, cada vez más colmada, púsose a describir con entusiasmo los aprestos de la fiesta de Anna Perenna, una antigua y popular deidad latina, que ese día se invocaba, y en cuyo honor el Campo de Marte y ambas márgenes del río habían sido invadidos desde temprano por una profusión de cabanas y efímeros tenderetes, erigidos con ramajes y Manuel Mujica Láinez 63 El escarabajo

¿cuándo iba a concluir el ensayo del crimen?, ¿cuándo iba a abandonar esos espejos<br />

dramáticos y a irrumpir en la cámara donde lo espiaba la desesperación de los culpables?<br />

En una de las marchas y contramarchas, se apoyo en la mesa y me rozó. Giró hacia mí,<br />

me tomó y me reconoció al punto. ¡Cuántas veces le había expresado a Cayo Helvio,<br />

prosopopéyicamente, mi elogio (más aún cuando mi amo le insinuó la invención del<br />

regalo de Cleopatra)! Tanto es así que en una oportunidad el poeta me brindó en<br />

obsequio al marido de Tulia, y mi angustia fue grande, pero el Senador magnánimo<br />

rechazó el regalo, con el argumento de que su oratoria exigía que nada distrajera al<br />

oyente del discurso, y que una alhaja de esa proporción en su dedo, podía conseguirlo.<br />

Evidentemente lo desconcertó mi abandonada presencia en el baño de su esposa. Me<br />

estuvo inspeccionando, como si me viese por primera vez; luego, sin dejarnos ni a mí ni<br />

al puñal, hundió la mirada inquisidora en el espejo. Aunque entonces no hubiera podido<br />

jurarlo, tan honda era la oscuridad establecida en el dormitorio de Tulia y tan opaca la<br />

reflexión que el espejo ofrecía, es más que probable que los viera, como los veía yo, que<br />

los viera o que acaso adivinara, en el rincón del aposento a su mujer, la mancha<br />

blanquecina de los cuerpos enlazados y desnudos. Si así fue, ni siquiera parpadeó y nada<br />

delató el descubrimiento. Guardó la daga e hizo algo insólito: en lugar de devolverme a<br />

la mesita, me puso en su anular izquierdo, el mismo al que me destinaba Cayo Helvio<br />

Cinna, y salió conmigo, cerrando la puerta cuidadosamente.<br />

La aguda nerviosidad del Senador, que había regido cada una de sus absurdas<br />

gesticulaciones frente al espejo, se apoderó de mí por contagio, a través de los<br />

estremecimientos que lo sacudían. Sin disputa, Domicio Mamerco era víctima de una<br />

inquietud que lo atenaceaba y que por lógica atribuí a una deslealtad: tal vez la esclava<br />

confidente de Tulia le había abierto los ojos sobre la relación que existía entre su mujer y<br />

mi amo; lo había empujado, mordido por los celos, a trasladarse armado a las<br />

habitaciones de su esposa, y una vez ahí, al comprobar la veracidad de la acusación, no<br />

se atrevió a llevar a cabo la proyectada venganza, y la había reducido a una grotesca<br />

pantomima destinada a amedrentar teatralmente a los amantes. Empero, mi sensibilidad<br />

detectó algo más, algo distinto, en la extraña escena y en la alteración de Quadrato, algo<br />

que sólo más tarde comprendí. Entretanto, mientras corríamos por la galería hacia las<br />

habitaciones del marido engañado, su mano derecha me apretaba fuertemente, como si<br />

yo estuviera vivo, como si fuese un escarabajo de una de las seis subfamilias que<br />

integran las veinte mil especies de ese insecto, y pretendiera destrozarme. En su<br />

dormitorio, harto más sobrio y reducido que el de Tulia, Quadrato se arrancó<br />

violentamente la toga, echó a volar las sandalias, tiró el puñal en un cofre y se arrojó en<br />

la cama, sin más cobertura que el taparrabo, revelando al vacío las pobrezas de su carne<br />

y de sus huesos, y temblando, temblando y haciéndome temblar, hasta que el claror del<br />

alba se coló por el postigo, y la vida romana, que empezaba con el amanecer para sacar<br />

provecho de la luz, fue manifestándose con ruidos y voces. Retumbaron algunos carros<br />

en la calle, y el vocabulario nada cortesano de quienes los conducían; hubo relinchos,<br />

balidos y más de un largo mugir; y presto a la gritería y barullo crecientes externos, se<br />

añadieron los propios de la casa, con un afanarse de esclavos por doquier, que baldeaban<br />

patios, que apaleaban tapices, que movían muebles, que transportaban vajillas, y el<br />

grande hombre, cediendo a la tensión de la zozobra, se abalanzó sobre la ventana,<br />

empujó los tableros, y dejó que invadiese el cuarto la luz que anunciaba un día<br />

deslumbrante. Entraron el barbero y un servidor que traía un orinal decorado con piedras<br />

preciosas. Sentóse Mamerco en un banquillo; colocó el siervo el recipiente con<br />

estratégica exactitud, y el señor, aparentemente restaurada la ritual compostura, se dejó<br />

rasurar, al tiempo que un chorro resultante de la necesidad menor confirmaba lo<br />

oportuno de la artística vasija. <strong>El</strong> rapabarbas era hablador, como son los de su oficio, y<br />

en tanto jabonaba y afeitaba, sorteando con destreza de bailarín el riesgo encerrado en<br />

la bacinilla, cada vez más colmada, púsose a describir con entusiasmo los aprestos de la<br />

fiesta de Anna Perenna, una antigua y popular deidad latina, que ese día se invocaba, y<br />

en cuyo honor el Campo de Marte y ambas márgenes del río habían sido invadidos desde<br />

temprano por una profusión de cabanas y efímeros tenderetes, erigidos con ramajes y<br />

<strong>Manuel</strong> <strong>Mujica</strong> Láinez 63<br />

<strong>El</strong> escarabajo

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!