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Mujica Lainez, Manuel – El Escarabajo - Lengua, Literatura y ...

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las termas) más aislado, más irónico y más seguro. Un último brote levantisco germinó<br />

en España y, sin vacilar, no obstante la enfermedad y los problemas infinitos que se<br />

acumulaban en Roma, allá partió Caius Iulius Caesar, con su soberbia flamígera, dejando<br />

llorosas a Cleopatra, a Calpurnia, a veinte otras mujeres y a algún varón, como ese<br />

Mamurra de quien se mofa Catulo. Desbarató a los hijos de Pompeyo y regresó a la<br />

capital, a festejar de nuevo un triunfo de romanos sobre romanos, con los consiguientes<br />

odios y críticas, y finalmente ordenó que se restablecieran en las vacías bases las<br />

estatuas de su gran enemigo, porque podía darse ese lujo a costa de alguien cuya<br />

sombra no le importunaría ya. Pero la hoguera de las pasiones estaba encendida, y nadie<br />

ni nada era capaz de detener su furiosa crepitación. ¡Cuánto incendio! Que se me tolere<br />

el estilo, la inflamativa retórica de ese cuadro que reclama bomberos: no en vano<br />

frecuentaba yo entonces, en el izquierdo anular de Cinna, a Domicio Mamerco Quadrato,<br />

y él vivía en un Olimpo de combustibles metáforas. También vivía entre inquietudes, por<br />

aquello que ya dije de que ninguno presentía qué iba a pasar, y él tenía en juego,<br />

además de tantas prebendas pingües, su banca de Senador, regalo de César.<br />

Si bien es cierto que la ambición del jefe adquiría proporciones de vértigo, hay que tener<br />

en cuenta que sus conciudadanos rivalizaban en estimularla. ¿Qué no le concedieron a la<br />

sazón? Hasta formaron una especie de guardia real, formada por legisladores y patricios,<br />

que debía escoltar el carro similar al de los faraones, en el que se trasladaba a las<br />

ceremonias. Hubo bravas refriegas para alcanzar el honor de formar parte de esa guardia<br />

y, sin falta, nuestro Domicio Mamerco fue uno de los dignatarios que, descubierta la<br />

cabe/a y los ojos fijos en el cielo, como si entreviesen la corte de Júpiter, logró contarse,<br />

a fuerza de persuasión y de sobornos, entre quienes caminaban a la vera del vehículo<br />

áureo, donde César se enderezaba, rígido, como una humana reliquia. <strong>El</strong> objeto de<br />

tantos homenajes era ya un semidiós: ¿qué le faltaba para ser, simultáneamente, un dios<br />

y un rey? Pero, en los meses que estrenaron el año 44 antes de la era cristiana ¡cuánto<br />

había envejecido! Torné a verlo en dos ocasiones, de cerca, y me sorprendió la rapidez<br />

con que los achaques y el tiempo lo roían; quizá también la codicia de laureles, esa gran<br />

tentadora; la avidez de dominar a los Partos, a Persia, a la India, al Mundo... La piel le<br />

había ceñido todavía más la boca y los pómulos, que surcaban las arrugas; propagábase<br />

su calvicie; la intensidad de sus ojos verdes había adquirido un tono turbio, aliebrado;<br />

decían que ni los íntimos conseguían serenar sus cóleras.<br />

Mientras que César daba la ilusión de elevarse hacia una atmósfera ilusa y espléndida,<br />

estremecida por terribles tempestades y alejada de la realidad, Cayo Helvio y yo<br />

vivíamos deleitosamente, indolentemente, a mil leguas de las desazones que consumían<br />

al aspirante irrefrenable a las angustias del poder. Bastábale a Cinna con añadir un par<br />

de versos a su eterno poema; con discutir con Crassisius, su comentarista, tal o cuál<br />

interpretación de su obra; con charlotear de arte y de frivolidades en las termas y en los<br />

banquetes; con tomar sol en la villa de recreo de algún amigo rico, en Tívoli, en Ostia, en<br />

Tusculum, en Pozzuoli, donde siempre había gente joven, de ambos sexos, anhelosa de<br />

que la acariciasen; sobre todo con introducirse a hurtadillas, a favor del Foro nocturno,<br />

en la cámara de Tulia Mecila... y éramos felices los dos, el poeta y el <strong>Escarabajo</strong>. Los<br />

desasosiegos de la política a nuestro lado fluían, como si paseásemos por la margen de<br />

un río tumultuoso, y nosotros insistíamos en calar la miel de la existencia, afiliados al<br />

epicureismo y sus sabias lecciones. Así transcurrieron nuestras semanas,<br />

agradabilísimamente, hasta el fatal 15 de marzo.<br />

Quadrato cenó la noche anterior, con amigos, en casa de Cayo Casio, un hombre enjuto<br />

y lívido a quien recuerdo bien, que había admirado frenéticamente a Pompeyo, y que<br />

luego de ser indultado por César, dio pruebas de modificar su planteo político y de<br />

incorporarse sinceramente a los prosélitos de su enemigo anterior: es decir un hombre<br />

de una trayectoria similar a la de Domicio Mamerco; así y todo, hay que convenir que<br />

con menos inconstancias. Conocedor de la ausencia del patricio, Cinna determinó pasar<br />

la noche en la residencia de Quadrato, no porque el hecho de que el Senador estuviese o<br />

no en el otro extremo de la mansión tuviera que ver en absoluto con lo que acontecía en<br />

el sector de Tulia, al cual no iba nunca, sino porque, mal que bien, lo habrá considerado<br />

<strong>Manuel</strong> <strong>Mujica</strong> Láinez 61<br />

<strong>El</strong> escarabajo

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