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Mujica Lainez, Manuel – El Escarabajo - Lengua, Literatura y ...

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castigos que sufrirían después que de vuelta se la trajesen? En ese momento reconoció<br />

a su mujer en una pareja que hacia él ganaba terreno por la calle penumbrosa, sin la<br />

decente sarta de esclavos robustos, con espadas y antorchas, imprescindible en la<br />

Roma contemporánea, que la protegería de ladrones y criminales. Como luego le<br />

aprendí al Senador las mañas y los impulsos, sé que a la sazón en su interior lidiaron el<br />

júbilo de recuperar a la bella Tulia y los celos avivados por quien, solitario, se la devolvía.<br />

No bien estuvimos frente al patricio, que había readoptado el continente aparatoso<br />

del cual se había desprendido en el alboroto con los siervos, su esposa se anticipó a las<br />

frases, a ciencia cierta altaneras y rimbombantes, que se aprestaba a declamar, para<br />

presentarle al poeta Cayo Helvio Cinna, amigo de César, y decirle que debía agradecerle<br />

que la hubiera salvado de los desmanes del tropel (con lo cual exageraba bastante, como<br />

en lo concerniente a la egregia amistad mencionada). Cambió en seguida la actitud del<br />

prócer, y más adelante entendí el porqué de la transformación: ella tenía origen,<br />

patentemente, en la gratitud, pero también y no menos en la magia del nombre del Divo<br />

Caesar, que la astucia de Tulia Mecila había esgrimido en el instante oportuno. Su<br />

resultado inmediato fue que Domicio Mamerco invitó a mi señor a honrar su morada. Ha<br />

sido aquélla, pues, la primera ocasión en que nos admitieron allí; otras la siguieron, pero<br />

aunque han transcurrido miles de años, jamás olvidaré el respectivo arte mundano con<br />

que el legislador simuló entonces conocer bien la obra del poeta al tiempo que se la<br />

sonsacaba, y con que el poeta fingió interesarse por la inflada vanidad oratoria del<br />

parlamentario, cuando yo sé que lo oía sin oírlo y que por quien se interesaba, ojeándola<br />

encubiertamente, es por su cónyuge. Por supuesto, el nombre rutilante de César<br />

tintineaba en el diálogo, como monedas de oro, y fueron admirables la maestría con que<br />

el autor de «Zmyrna» asentó la leyenda de la respetuosa intimidad que lo ligaba al<br />

héroe, y con que su interlocutor proclamó su propio fanatismo cesáreo.<br />

Muy distinta era la verdadera verdad. En efecto, tanto Cayo Helvio como sus colegas<br />

Quinto Cornificio y Marco Furio Bibáculo, habían pertenecido siempre a la fracción adicta<br />

al vencedor de Pompeyo, si bien eso no era óbice para que censuraran su insaciable<br />

ambición. En vez, como se averiguó en el correr de los días, Quadrato había oscilado de<br />

un partido al otro, según soplase el viento de la fortuna; había vivado con fervor sucesivo<br />

a Pompeyo como a César, a César como a Pompeyo; había pasado del uno al otro,<br />

retrocedido, tornado a mudar de frente, militado en la izquierda de César y por fin a su<br />

derecha; a ello adeudaba su senaduría; y lo típico es que Domicio Mamerco había<br />

efectuado esas reculadas y esos avances, esos traslados y esos abandonos, esas esperas<br />

de audiencias en opuestos palacios y esas efusiones contradictorias, sin perder nunca ni<br />

un ápice de su apabullante y sentenciosa superioridad, invariablemente fiel, eso sí, a la<br />

certidumbre de su excelencia, y que hubiera sido el primero en sorprenderse si alguien<br />

(pero ¿quién, quién?) hubiese osado insinuar delante de él las ventajas de sus<br />

camaleonas metamorfosis. Era, en la peor acepción y en forma cuyos efectos abundan,<br />

un político o, más bien, un beneficiario del aspecto práctico de la política. Con todo, tal<br />

vez en el trasfondo de su laberíntica psicología, continuaba agazapada una inseguridad<br />

fruto de la evidencia de sus vaivenes, y que le hacía requerir el soporte de aquellos que<br />

habían seguido sin variar una línea de conducta. Eso fue lo que lo impulsó a aceptar y a<br />

agasajar a Cinna quien, quizá por molicie, no había salido nunca de su rumbo, y cuya<br />

posición (¿habrá que llamarla «ideario»?), por suerte para él, coincidía con la más<br />

provechosa de la actualidad.<br />

Quedó establecida de esa manera la amistad previsible, fundada en distintos atractivos,<br />

que unió a Domicio Mamerco y a Cayo Helvio: el uno veía en el otro al amigo de César, y<br />

el otro veía en el uno al marido de Tulia. Pronto, Cornificio y Bibáculo explotaron también<br />

una conexión que se tradujo en obsequios y banquetes, a trueque de aparentar prestar<br />

atención al discurso incesante del dueño de la casa, halagado por la presencia y aplauso<br />

de intelectuales de tanta valía y de tan perfecta situación oficial. <strong>El</strong> tierno trato que<br />

enlazó al poeta y a la dama se organizó asimismo, con el socorro de una puertecita<br />

oculta del jardín de Quadrato, que abría entre follajes a la parte del Foro; con la<br />

complicidad de una criada, como en las comedias y en los dramas acontece; y con la<br />

<strong>Manuel</strong> <strong>Mujica</strong> Láinez 59<br />

<strong>El</strong> escarabajo

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