Mujica Lainez, Manuel – El Escarabajo - Lengua, Literatura y ...
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todos al caldarium, donde la temperatura provista por subterráneos hornos se intensificaba, y donde era tal el vapor arrojado por las tuberías, que nos esfumamos completamente, y apenas de vez en vez, al abrirse la puerta y suscitarse desgarrones efímeros en la sofocante cerrazón, renacían las formas, ahora al natural, lustrosas, rollizas y desdibujadas, de Cornificio y Bibáculo. Pese a que cualquiera lo hubiera estimado imposible, por el ahogo que el ambiente imponía, y a que menudearon las toses y los resuellos, pusiéronse los dos obesos a dialogar, y el simultáneo cotorreo no versó sobre literatura, como se me ocurrió que iba a acontecer, sino sobre temas erótico-sentimentales, en una enumeración chismosa y anecdótica que mixturaba los nombres de las mujeres preclaramente fáciles con los de los muchachos nada difíciles, de acuerdo con una tendencia ecléctica tan pertinaz y difundida en aquel período romano, como la de construir carreteras. Sin despegar los labios, los oía Cayo Helvio. Resbalaban sobre mí las gotas de sudor de su cara. De repente alzó la cabeza y, distinguiendo con mucho trabajo a sus interlocutores, les preguntó qué podían contarle de la esposa de Domicio Mamerco Quadrato. —¿De Tulia Mecila? —deletreó Cornificio entre jadeos—. Pertenece a la gens Valeria, como el pobre Catulo. Familia de prosapia, ya lo sabes. —El marido, el Senador, regresó hace poco de la Galia Cisalpina —añadió, sollozante, Bibáculo—. Debe de ser rico, muy rico. —Ella —prosiguió el otro, y su voz parecía provenir de ultratumba— era amiga de Clodia... ¿te acuerdas?... la «Lesbia» de los poemas de Catulo... la que tanto lo hizo penar... Estornudó ruidosamente, se sonó y gimió: —También Clodia es de familia ilustre... y ahora... ahora se prostituye en el Pórtico de Pompeyo... entre las cien columnas... con las meretrices de peor calaña... —Y tuvo amores con el hermano —interrumpió el gordo Marco Furio. —¿Quién? —demandó, impaciente, Cinna. —Clodia. —¡Pero Clodia no me interesa en absoluto!, ¡la conozco!, ¿quién no conoce a Clodia? ¡Te pregunto por Tulia Mecila, por la mujer del Senador Quadrato! Además, el incesto, el amor por el hermano, es un asunto de mucha sutileza. En mi poema «Zmyrna»... No lo dejaron a Cayo Helvio explayarse. Los rollizos tetudos y nalgudos se habían puesto de pie y tropezaban hacia la puerta, tambaleándose, como a punto de caer desmayados. Los siguió Cinna, estirando los brazos en la bruma. De esa suerte entramos al frigidarium, y la sensación fue tan intensa que los tres gritaron. Ateridos por el aire y las duchas, les castañeteaban los dientes, y sus pieles heladas habían perdido color. No sé cómo lo podían resistir. —¡Vamos al tepidariurn! —rogó, hipando, Cornificio. Y allá nos fuimos, a la feliz tibieza, al masaje acariciante de los esclavos hermosos que me ponderaban. Los poetas, estirados en lechos vecinos, cerraron los ojos y se dejaron mimar. Temblaban, tiernamente agradecidas, las panzas de Quinto y Marco Furio, en tanto que Cayo Helvio, entregado al peinador, analizaba en un espejo de plata la estrategia con que éste distribuía hacia adelante sus bucles, para disimular el progreso de la calvicie. —¿Qué tienes con la tal Tulia Mecila? —inquirió Bibáculo—. La he oído nombrar, pero jamás la vi. Sé que es bastante menor que su marido. —Cuarenta y cinco años, exactamente —dijo mi señor—: ella tiene veinte, y Domicio Mamerco sesenta y cinco. —Dicen que cuenta veinticinco la egipcia —murrnuró Cornificio, bajando la voz y espiando a los lados—. César le lleva diecinueve. —También dicen que la egipcia viene ya camino de Roma, desde Alejandría —agregó Bibáculo en el mismo tono—. Que Cleopatra viene para asistir a los triunfos de César, a su vuelta de África... —Pero... pero... ¿y Tulia Mecila? —Si ha sido amiga de Clodia —resumió la lógica de Bibáculo—, no creo que conseguirla te cueste. ¡Quién sabe! Acaso a ella, como a Clodia, se la encuentre al anochecer en el 56 Manuel Mujica Láinez El escarabajo
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todos al caldarium, donde la temperatura provista por subterráneos hornos se<br />
intensificaba, y donde era tal el vapor arrojado por las tuberías, que nos esfumamos<br />
completamente, y apenas de vez en vez, al abrirse la puerta y suscitarse desgarrones<br />
efímeros en la sofocante cerrazón, renacían las formas, ahora al natural, lustrosas,<br />
rollizas y desdibujadas, de Cornificio y Bibáculo.<br />
Pese a que cualquiera lo hubiera estimado imposible, por el ahogo que el ambiente<br />
imponía, y a que menudearon las toses y los resuellos, pusiéronse los dos obesos a<br />
dialogar, y el simultáneo cotorreo no versó sobre literatura, como se me ocurrió que iba<br />
a acontecer, sino sobre temas erótico-sentimentales, en una enumeración chismosa y<br />
anecdótica que mixturaba los nombres de las mujeres preclaramente fáciles con los de<br />
los muchachos nada difíciles, de acuerdo con una tendencia ecléctica tan pertinaz y<br />
difundida en aquel período romano, como la de construir carreteras. Sin despegar los<br />
labios, los oía Cayo Helvio. Resbalaban sobre mí las gotas de sudor de su cara. De<br />
repente alzó la cabeza y, distinguiendo con mucho trabajo a sus interlocutores, les<br />
preguntó qué podían contarle de la esposa de Domicio Mamerco Quadrato.<br />
—¿De Tulia Mecila? —deletreó Cornificio entre jadeos—. Pertenece a la gens Valeria,<br />
como el pobre Catulo. Familia de prosapia, ya lo sabes.<br />
—<strong>El</strong> marido, el Senador, regresó hace poco de la Galia Cisalpina —añadió, sollozante,<br />
Bibáculo—. Debe de ser rico, muy rico.<br />
—<strong>El</strong>la —prosiguió el otro, y su voz parecía provenir de ultratumba— era amiga de<br />
Clodia... ¿te acuerdas?... la «Lesbia» de los poemas de Catulo... la que tanto lo hizo<br />
penar...<br />
Estornudó ruidosamente, se sonó y gimió:<br />
—También Clodia es de familia ilustre... y ahora... ahora se prostituye en el Pórtico de<br />
Pompeyo... entre las cien columnas... con las meretrices de peor calaña...<br />
—Y tuvo amores con el hermano —interrumpió el gordo Marco Furio.<br />
—¿Quién? —demandó, impaciente, Cinna.<br />
—Clodia.<br />
—¡Pero Clodia no me interesa en absoluto!, ¡la conozco!, ¿quién no conoce a Clodia? ¡Te<br />
pregunto por Tulia Mecila, por la mujer del Senador Quadrato! Además, el incesto, el<br />
amor por el hermano, es un asunto de mucha sutileza. En mi poema «Zmyrna»...<br />
No lo dejaron a Cayo Helvio explayarse. Los rollizos tetudos y nalgudos se habían puesto<br />
de pie y tropezaban hacia la puerta, tambaleándose, como a punto de caer desmayados.<br />
Los siguió Cinna, estirando los brazos en la bruma. De esa suerte entramos al<br />
frigidarium, y la sensación fue tan intensa que los tres gritaron. Ateridos por el aire y las<br />
duchas, les castañeteaban los dientes, y sus pieles heladas habían perdido color. No sé<br />
cómo lo podían resistir.<br />
—¡Vamos al tepidariurn! —rogó, hipando, Cornificio.<br />
Y allá nos fuimos, a la feliz tibieza, al masaje acariciante de los esclavos hermosos que<br />
me ponderaban. Los poetas, estirados en lechos vecinos, cerraron los ojos y se dejaron<br />
mimar. Temblaban, tiernamente agradecidas, las panzas de Quinto y Marco Furio, en<br />
tanto que Cayo Helvio, entregado al peinador, analizaba en un espejo de plata la<br />
estrategia con que éste distribuía hacia adelante sus bucles, para disimular el progreso<br />
de la calvicie.<br />
—¿Qué tienes con la tal Tulia Mecila? —inquirió Bibáculo—. La he oído nombrar, pero<br />
jamás la vi. Sé que es bastante menor que su marido.<br />
—Cuarenta y cinco años, exactamente —dijo mi señor—: ella tiene veinte, y Domicio<br />
Mamerco sesenta y cinco.<br />
—Dicen que cuenta veinticinco la egipcia —murrnuró Cornificio, bajando la voz y<br />
espiando a los lados—. César le lleva diecinueve.<br />
—También dicen que la egipcia viene ya camino de Roma, desde Alejandría —agregó<br />
Bibáculo en el mismo tono—. Que Cleopatra viene para asistir a los triunfos de César, a<br />
su vuelta de África...<br />
—Pero... pero... ¿y Tulia Mecila?<br />
—Si ha sido amiga de Clodia —resumió la lógica de Bibáculo—, no creo que conseguirla<br />
te cueste. ¡Quién sabe! Acaso a ella, como a Clodia, se la encuentre al anochecer en el<br />
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