Nº 50 15/11/2009 - enfoqueseducativos.es

REVISTA DIGITAL ENFOQUES EDUCATIVOS Nº 50 15/11/2009
según lo estipulado por la etiqueta (al fondo y entre pilares, hay dos tribunas con
miembros de la nobleza dispuestos en graderío); en cualquier caso también resulta
magnífico para el conocimiento de la moda –el estilo imperio- que Napoleón instauró
no sólo en los usos vestimentarios sino, también, en el mobiliario y elementos
decorativos.
Como hecho histórico es tanto o más significativo que los alusivos a la revolución
francesa de los que empezó a encargarse igualmente David, estamos hablando de un
momento en el que, después de la lucha por instaurar los principios revolucionarios –
igualdad, libertad y fraternidad- Napoleón elimina la República e instaura un Imperio
con todas las implicaciones políticas sociales y culturales que pueda acarrear y ¿qué
mejor manera de ilustrarlo que con este lienzo?
Y, así pues, David, completamente adscrito al régimen político y a la figura de
Napoleón Bonaparte, realizó igualmente el siguiente retrato que sirvió de posterior
inspiración para los románticos de finales del XIX y el cual ponemos en comparación
con otro de tema similar realizado por un pintor de mediados del XIX, Delaroche.
El cuadro de David (Fig.1), representa a un Napoleón ya convertido en primer cónsul de
Francia de un modo absolutamente idealizado y, porqué no decirlo, contradictoriamente
romántico y rebosante de teatralidad. No es, pues, esto de extrañar, teniendo en cuenta
el origen del retrato y el momento histórico que plasma. Así pues, en primavera de 1800
y tras el 18 Brumario, Bonaparte se dirigió hacia Italia con sus tropas a través del paso
de San Bernardo con la intención de reforzar a las restantes huestes italianas que
permanecía aun allí y con la intención, igualmente, de reconquistar el territorio tomado
por los austriacos –apostados en Génova-. Pero al llegar, sus tropas estaban derrotadas,
no obstante Bonaparte siguió adelante y se libraron grandes batallas en Montebello y
Marengo (que resultó decisiva). Ahora bien, el encargo no fue hecho por el propio
Napoleón como cabría esperarse al comprobar la desmesurada idealización del retrato
ecuestre, sino que, al contrario fue encargado por el embajador español en Francia en
nombre de Carlos IV, como símbolo de amistad entre los dos países tras la victoria en
Italia –Carlos IV pretendía obsequiar al cónsul con este retrato- por tanto la idealización
es, si cabe, mayor de la que el mismo retratado quizás hubiese exigido al pintor.
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