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3.55 Mb - Revista Revolución y Cultura

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<strong>Revolución</strong> y <strong>Cultura</strong> 10<br />

sus órdenes, cuando se sitúan en<br />

el decir más puro, entonces son<br />

el asesinato de las cosas. La estrategia<br />

de un libro como Trilogía<br />

sucia de La Habana, consiste precisamente<br />

en posicionarse en el<br />

«afuera», esto es –como diría Michel<br />

Foucault–, escapar al modo<br />

de ser habitual del discurso, para<br />

que sea justamente esa condición<br />

«disidente», por tanto garante<br />

del divorcio entre escritura y<br />

poder –como ciudad letrada y como<br />

Estado–, aquello que certifica su<br />

valor, pues los relatos, las novelas,<br />

los libros prohibidos, dicen<br />

–por antonomasia–, cómo es lo<br />

real. Se trataría entonces de percibir<br />

una tensión entre Estado y<br />

relato e incluso entre lectura y<br />

verdad estatal.<br />

Esa condición «subversiva» desorienta<br />

al lector, que no puede dejar de leer el texto<br />

bajo un efecto-ideología, es decir, con el binóculo de<br />

Freud: leer lo que la obra calla a través de lo que<br />

ella muestra. En su ensayo, «Texto e ideología: para<br />

una poética de la norma», 4 Philippe Hamon, rescribiendo<br />

una idea de Greimas, señala los dos ejes<br />

de posibilidades de dicho efecto-ideología, esto es,<br />

paradigmática y sintagmáticamente. Según Hamon,<br />

existe una dimensión paradigmática en la<br />

que el texto distribuye marcas y valores discriminadores<br />

estables que forman sistema, es decir,<br />

axiologías. Así, en Trilogía sucia de La Habana, es notable<br />

–por solo poner un ejemplo–, la percepción<br />

sexualizada del cuerpo de los negros, casi siempre<br />

«llenos de fibras, y músculos, con muy poca grasa,<br />

y una piel limpia, sin granos»; 5 la negra, «insaciable<br />

(…). Maravillosa. Es un prodigio de la Naturaleza»<br />

(«Estrellas y pendejos», p. 135), mientras los<br />

negros, «de grandes pingas –como en las revistas–<br />

templándose a unas rubias noruegas enormes y<br />

macizas, como odaliscas de Rubens» («Mucho ruido<br />

alrededor», p. 185).<br />

Bajo este tipo de imaginación hipostasiada entre<br />

lo idílico y lo abyecto, el Caribe ha ido –como en su<br />

momento lo hizo bajo la óptica colombina–, participando<br />

de un complejo proceso de alegorización<br />

cultural –quizás reminiscencia de la teratología–<br />

que se articula primordialmente, en la escritura,<br />

por medio de la sublimación de dos discursos fundamentales:<br />

el uno biológico, que tiene que ver con<br />

la fisiología; el otro teológico, que tiene que ver con<br />

el comportamiento y la moral. El primero se edifica<br />

sobre la transferencia, el deseo proyectado en el<br />

cuerpo, y establece una identificación –como antaño<br />

lo hiciera Cristóbal Colón en su tercer viaje–<br />

entre lo geográfico y lo corporal, bajo cuya égida es<br />

posible entender al Caribe como un espacio entre<br />

la vagina dentada de los antiguos: «Tú no sabes la<br />

fuerza que tiene este bollo mío. Hala más que un<br />

tractor» («Mucho ruido alrededor», p. 184), y el pene<br />

apotropeico: 6 «No era una pinga. Era un animal<br />

negro, gordo y salvaje (…) El tipo se sacaba aquel<br />

monstruo (…) y lo mostraba muy orondo, compla-<br />

cido de la admiración que causaba» («El bobo de la<br />

fábrica», p. 200). Mientras que el segundo –más bien<br />

ideológico–, se articula sobre las pulsiones del vicio<br />

y lo lascivo. Ambos, el cuerpo como espacio y el<br />

cuerpo como conducta –lasciva–, conforman la escritura<br />

axiológica, el bestseller.<br />

Existe también –retomando a Hamon–, una dimensión<br />

sintagmática en la que el texto encarna modelos<br />

que aparecen como potencialidades de procesos<br />

semióticos. En el caso de Trilogía sucia de La Habana,<br />

Pedro Juan opta por «el pacto autobiográfico: un protagonista<br />

que narra en primera persona y que se le<br />

acerca tanto biográficamente que llega a usufructuar<br />

su nombre. La estrategia contribuye a tejer la<br />

confusión entre verdad y ficción, entre personaje y<br />

autor real», 7 y el texto ostenta –adicionalmente–, una<br />

especie de «ley de distinción», basada en la falacia<br />

del estilo como grado cero, esto es, entre otras cosas,<br />

sin una difracción.<br />

Comencemos por dos proposiciones: que la idea<br />

del estilo como grado cero, en Pedro Juan<br />

Gutiérrez, consiste precisamente en la simulación<br />

de un no-estilo; y que existe un enlace entre<br />

la simulación de ese no-estilo y la escritura<br />

axiológica. Pensemos, por ejemplo, en uno de los<br />

dispositivos utilizados por la escritura en la simulación<br />

de su grado cero: la retórica, o acaso<br />

más ciertamente, la antirretórica. La primera se<br />

muestra tradicionalmente suspendida entre los<br />

intereses del Estado y la ideología, siendo la agente<br />

de la difracción, mientras que la segunda, se<br />

concibe a sí misma como contrapoder, esto es,<br />

en el «afuera» como posicionalidad. En el caso de<br />

Trilogía…, Pedro Juan opta por lo segundo para crear<br />

la ilusión de un lenguaje desnudo y ob/sceno que<br />

conduzca al lector fuera de la representación «oficial»<br />

de la realidad (léase, fuera de la representación<br />

hecha desde el poder) para adentrarlo en otra,<br />

ilegible o tradicionalmente vedada, que le propicie<br />

la condición de partenaire activo de la comunicación,<br />

por cuanto lo dicho en el texto, es dicho para<br />

él. Luego, no es que no haya un estilo en Pedro<br />

Juan Gutiérrez –que sí lo hay, y está determinado<br />

fundamentalmente por la poca adjetivación, la<br />

sintaxis sincopada y del punto y seguido, así como<br />

por el uso de determinados dispositivos de enunciación,<br />

que desde las palabras sucias, el cuerpo y<br />

lo escatológico, privilegian modos de narrar-leer<br />

«reprimidos», sedimentados en la cultura subalterna–,<br />

sino que su estrategia consiste precisamente<br />

en articular la falacia de un no-estilo garante<br />

del “realismo (crudo) que se propone a sí mismo<br />

como el intérprete adecuado de nuestro tiempo”, 8<br />

y que termina por instituir una escritura axiológica<br />

donde la referencia fenomenalizada –dada a la vez<br />

como descripción y como juicio–, no tiene más remedio<br />

que ser aberrante, y producir aberraciones<br />

ideológicas, es decir nuevas axiologías. Así, razón<br />

tenía Ricardo Piglia cuando en su ensayo «Teoría<br />

del complot», afirmaba: “Estado y complot vienen<br />

juntos. Los mecanismos del poder y del contrapoder<br />

se anudan”. 9 Luego, si aplicamos dicha lógica a lo<br />

anterior, es posible avistar en la falacia del estilo<br />

como grado cero, también aquella condición que<br />

Aristóteles notaba en la retórica: la facultad de

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