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3.55 Mb - Revista Revolución y Cultura

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Zoia Barash nació un 22 de mayo de 1935 en<br />

Polonnoe, Ucrania, cuando esta nación aún integraba<br />

la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.<br />

Apenas doce años después, era una de las tantas<br />

adolescentes soviéticas que asistía al cine en<br />

el contexto de la Guerra Fría y podía recrearse, aunque<br />

parezca paradójico, con películas alemanas de<br />

la época hitleriana protagonizadas por Zara<br />

Leander y filmes estadounidenses que reflejaban<br />

problemáticas sociales internas como The Roaring<br />

Twentis, I am a fugitive from Chain Gang, Tobacco Road o<br />

The grapes of wrath, en gran medida porque sus críticas<br />

se ajustaban a los intereses de una campaña<br />

nacional diseñada para denostar a norteamericanos,<br />

ingleses y extranjeros en general.<br />

En 1953, el mismo año de la muerte de Stalin y los<br />

primeros pasos hacia una liberalización cultural<br />

conocida como «deshielo» debido a la novela<br />

homónima de Iliá Ehrenburg, Zoia comenzó a es-<br />

DECIR<br />

TODA<br />

LA<br />

Elizabeth<br />

Mirabal<br />

Llorens<br />

VERDAD<br />

tudiar alemán y español en el Instituto Superior<br />

Pedagógico de Lenguas Extranjeras de Moscú con<br />

tiempo suficiente para asistir al teatro, leer los clásicos<br />

de la literatura rusa (Pushkin, Turguéniev,<br />

Tolstói, Dostoievski), sin excluir autores de otras<br />

nacionalidades como Charles Dickens y Thomas<br />

Mann, y por supuesto, visitar las salas oscuras para<br />

disfrutar Cuando vuelan las cigüeñas, de Mijail<br />

Kalatozov o El 41, del innovador Chujrai.<br />

Un año antes del triunfo de la <strong>Revolución</strong> Cubana,<br />

Zoia había concluido sus estudios. Cantó, como<br />

tantos otros, Cuba, mi amor por las calles<br />

moscovitas. Se deslumbró cuando le aseguraron<br />

que en la lejana isla del Caribe estaba permitida la<br />

pintura abstracta y todos los ministros eran jóvenes<br />

como ella. Aquellas noticias insólitas y admi-<br />

rables, y el amor que comenzó a sentir por uno de<br />

los tantos cubanos que pronto arribaron a la Unión<br />

Soviética, fueron causas suficientes para que en<br />

1963 decidiera abandonar la estepa por el trópico y<br />

emprendiera un largo viaje hacia ese lugar ignoto,<br />

pero ideal y paradisiaco, llamado Cuba.<br />

Sus primeros trabajos fueron como traductora en<br />

la Junta Central de Planificación y en el Centro de<br />

documentación del petróleo. Pero ya en 1966 no<br />

era extraño que Paquito Cruz, el chofer de Relaciones<br />

Internacionales, la esperara en una esquina de<br />

la Habana Vieja y la llevara hasta el ICAIC. Trascurrieron<br />

diez años para que oficialmente fuese traductora<br />

en el Centro de Documentación y cuando<br />

en 1980 pasó a ser la especialista en cine de los<br />

países socialistas de la Cinemateca de Cuba, ya<br />

hacía mucho tiempo que se había percatado del<br />

valioso cúmulo de información que sobre el séptimo<br />

arte de la URSS llegaba al noveno piso del ICAIC.<br />

A la par que recibía a Larisa Sheptiko,<br />

Stanislav Rostotski, Alexander Mitta,<br />

Andrei Konchalovski y tantos otros<br />

cineastas soviéticos que visitaron La Habana<br />

por esa fecha, se dedicó a reunir numerosos<br />

datos sobre los directores que<br />

habían protagonizado desde sus orígenes<br />

la historia del cine en su país.<br />

Casi una década después de que terminara<br />

de escribir El cine soviético del principio al<br />

fin, La Habana:Ediciones ICAIC, 2008, sale<br />

a la luz este libro que tanto estimulara<br />

Reynaldo González. En la portada, una<br />

cámara con el emblemático símbolo de la<br />

hoz y el martillo, irrumpe desde el interior<br />

de una matrioska parecida a las que adornaron<br />

las salas de muchas casas cubanas.<br />

Resulta impactante este texto, aun tras<br />

naufragios y derrumbes, porque su autora<br />

se resiste a contar de forma aséptica.<br />

Renuncia a una perspectiva macro o<br />

generalizadora, convencida de que las vidas<br />

de los cineastas y las películas frutos<br />

de su pasión creadora debían ser el centro<br />

irradiante a partir del cual escribir un libro<br />

documentado y analítico, pero también<br />

conmovedor.<br />

Desde las primeras aproximaciones al<br />

cine prerrevolucionario ruso, que contienen<br />

la caracterización del star system de la<br />

época, se hace ostensible que la autora ha logrado<br />

dominar la cuantiosa información recuperada para<br />

que no subyugue la fluidez del texto. Casi de inmediato<br />

se sumerge en la inusitada etapa que marcó<br />

en el séptimo arte la victoria de la <strong>Revolución</strong> de<br />

Octubre, ese estremecedor punto de giro que iniciara<br />

el «glorioso, pero breve período» de la vanguardia<br />

soviética representada por Dziga Vertov,<br />

Serguei Eisenstein, Lev Kuleshov y Vsevolod<br />

Pudovkin. Junto a ellos, con su talento y sólida<br />

poética Grigori Kozintsev, Mijail Romm, Aleksandr<br />

Dovzhenko y Mijail Kalatozov también provocaron<br />

un vuelco artístico de proporciones gigantescas,<br />

al tiempo que preparaban el campo cultural<br />

para el arribo de los realizadores que Zoia ha bautizado<br />

como «los hijos del XX Congreso».<br />

43<br />

<strong>Revolución</strong> y <strong>Cultura</strong>

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