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Cintio Vitier y Fina<br />
García Marruz<br />
<strong>Revolución</strong> y <strong>Cultura</strong> 6<br />
ra el libro tan polémico como fundacional de Lo<br />
cubano en la poesía. Pero antes, y también a la<br />
par, el poeta tiene una experiencia, o acaso vale<br />
decir con él, una aventura que lo marcaría vitaliciamente:<br />
la aventura de Orígenes.<br />
En este punto, la vida de Cintio Vitier en vez de<br />
alargarse como un camino, sin dejar de serlo, se<br />
ensancha como un horizonte. Allí, junto a la<br />
amistad consolidada de Eliseo Diego, a quien<br />
conocía desde los catorce años, y a la especial<br />
de Fina García Marruz, afianza las de José<br />
Lezama Lima, Gastón Baquero, Ángel Gaztelu,<br />
Octavio Smith, Virgilio Piñera, Lorenzo García<br />
Vega y Justo Rodríguez Santos. Precisamente de<br />
este grupo de diez autores, incluyéndose él mismo,<br />
fue del que Cintio realizó la antología Diez<br />
poetas cubanos. Ese acto le reveló al país, y quizá<br />
a los mismos poetas, el surgimiento de un grupo,<br />
el de Orígenes, así llamado por la revista homónima<br />
que circuló de 1944 a 1956, aunque<br />
muchos de estos poetas eventualmente por separado<br />
o juntos, habían marcado ya una estela<br />
en las publicaciones de Verbum, Espuela de Plata,<br />
Nadie Parecía, Clavileño y Poeta; que no fue la misma,<br />
es cierto, que la de Orígenes.<br />
Más allá de la larga historia que pueda hacerse<br />
de este Grupo, vale esta vez citar las palabras<br />
que en el Coloquio Internacional «Cincuentenario<br />
de Orígenes» pronunciara Cintio Vitier<br />
después de haber dicho: «Permítaseme ahora algunos<br />
esbozos, reflexiones y aforismos sobre el<br />
taller que la memoria visita en su esperanza»<br />
(Vitier, 2001: 498), y que pueden ser resumidas<br />
en los dos párrafos siguientes, de los que el primero<br />
recuerda esa especie de «pequeño taller de<br />
linotipistas, cajistas y maquinistas de Teniente<br />
Rey 15, con sus ruidos, voces, olores, penumbras<br />
y trasluces cariñosos. Con su ritmo: el ritmo<br />
del taller (alegre y avivado también con<br />
pastelillos y cerveza, fraternidad de obreros y<br />
escritores) que era esencial para y en Orígenes»<br />
(Vitier, 2001: 499). El segundo dice «Orígenes es<br />
el único lugar en que a Fina y a mí nos ha gustado<br />
de veras publicar, el único espacio en que<br />
nos parecía que la «publicación» no rompía el<br />
silencio, o como si uno pudiera salir a lo exterior<br />
misterioso sin salir de la casa. Era la casa<br />
de nuestra expresión» (Vitier, 2001: 501).<br />
Más allá de la historia está, en los más notables<br />
integrantes de Orígenes, la sosegada paz de haber<br />
concretado un destino poético.<br />
Cuando en el transcurrir de los años, por azares<br />
económicos y otros que no vienen al caso, acabe<br />
esta experiencia conjunta en 1956, Cintio<br />
Vitier podrá seguir ostentando, sin embargo, muchos<br />
de los frutos que cultivó dentro de ella.<br />
Uno de estos será la amistad de Lezama Lima,<br />
que tendrá expansiones en el terreno de la literatura.<br />
Una de las primeras sobreviene incluso<br />
antes de la conformación de Orígenes, cuando<br />
en enero de 1939, el autor de Muerte de Narciso<br />
(1937) le dirige un carta en que le escribe: «Ya va<br />
siendo hora de que todos nos empeñemos en una<br />
Economía Astrológica, en una Meteorología habanera<br />
para uso de descarriados y poetas, en<br />
una Teleología insular, en algo de veras grande<br />
y nutridor» (Vitier, 2001: 419). Como comenta<br />
Cintio, con estas palabras Lezama, dejando a<br />
un lado el humorismo de frases como «Meteorología<br />
habanera», apuntaba al intento de restauración<br />
de la finalidad (la teleología) en la República,<br />
«desde los predios de la creación poética»<br />
(Vitier, 2001: 419).<br />
Aquel fue el primer impulso, de quien podía hacerlo,<br />
a lo que sería un anhelo largamente soñado<br />
y finalmente logrado en 1958: Lo cubano en<br />
la poesía. Antes probablemente le habían impulsado<br />
ya, aunque por otros caminos y no precisamente<br />
el de la poesía, Jorge Mañach con sus<br />
ensayos Indagación del choteo (1928) e Historia y<br />
estilo (1944); Fernando Ortiz con sus estudios<br />
antropológicos, en particular, Contrapunteo cubano<br />
del tabaco y el azúcar (1940); y Medardo Vitier,<br />
sobre todo con Las ideas en Cuba (1938). Pero de<br />
seguro las palabras de Lezama significaron la<br />
mano de apoyo amiga, el destello de luz inicial<br />
que respaldaría la hazaña de descubrir, desde la<br />
poesía, un país invisible, que, sin embargo, estaba<br />
delante de los ojos de cada cual, y que a pesar<br />
de la turbamulta política de la época, era<br />
posible y preciso salvar.<br />
Otra de las secretas expansiones de la amistad<br />
de Lezama en Vitier también le llega a través de<br />
una carta. Se trata de la que le escribe Lezama<br />
en 1947, y sobre todo, de las siguientes líneas:<br />
«Está Ud. tocando una poesía donde la novela<br />
tendrá que ir a buscar la otra realidad. Ya se lo<br />
he dicho en otra ocasión, ahora Ud. ofrece esa<br />
novela: De Peña Pobre» (Vitier, 2001: 427). A lo<br />
que dice Cintio:<br />
Juro, si hace falta, que tenía olvidadas tales<br />
palabras cuando, meses después de la muerte<br />
de Lezama, en noviembre de 1976, empecé a<br />
escribir mi memoria-novela De Peña Pobre […]<br />
Y me asombró, no sólo el anuncio, casi treinta<br />
años atrás, del título de la novela que nunca<br />
pensé escribir, sino también las correspondencias<br />
simbólicas y hasta literales de algunos<br />
contenidos de esa memoria-novela con<br />
las palabras de la carta. (Vitier, 2001: 427)<br />
Una de las últimas expansiones lezamianas hacia<br />
Cintio Vitier, dentro de la literatura, parece más