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3.55 Mb - Revista Revolución y Cultura

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<strong>Revolución</strong> y <strong>Cultura</strong> 26<br />

cos a los que siempre recordaremos con cariño y<br />

admiración. Increíble claustro aquél con profesores<br />

como Camila Henríquez Ureña, Mirta Aguirre,<br />

Roberto Fernández Retamar, Cira Soto, Adelaida de<br />

Juan o José Antonio Portuondo. Aquellos que estudiamos<br />

ruso recordamos en especial a Igor V. Ivanov,<br />

responsable entonces de las asignaturas de la especialidad.<br />

Por esa época muchos estudiantes comenzaban a<br />

viajar a la Unión Soviética para aprender el idioma<br />

en cursos intensivos de 18 meses; otros viajaron para<br />

cursar allí la especialidad en las universidades soviéticas.<br />

Ya en la primera mitad de la década del<br />

sesenta había muchos jóvenes estudiando en alguno<br />

de estos cursos la lengua y la cultura rusas, y<br />

a su vez la presencia de profesionales rusos en Cuba<br />

tenía un peso considerable, con la previsible cercanía<br />

que ello suponía en el contacto no sólo de<br />

las lenguas, sino entre maneras de ver y sentirse<br />

en el mundo. La imagen cubana del ruso<br />

–del ruso, de la rusa– debe haber comenzado a formarse<br />

por aquellos años, cuajando en un imagotipo<br />

donde se mezclaban tanto lo físico como lo<br />

psicológico, y en una gama que comprendía desde<br />

el olor corporal hasta atisbos de carácter o identidad.<br />

Y en sentido contrario –alejándose del estereo-<br />

tipo, yendo hacia lo concreto y puntual– resultaban<br />

cada vez más familiares los referentes culturales<br />

rusos, desde la literatura hasta el cine o el té.<br />

Ya en los sesenta la presencia cultural rusa en Cuba<br />

había alcanzado un nivel que sobrepasaba cualquier<br />

momento anterior, no sólo por el volumen<br />

de esa presencia, que se mantendría por décadas,<br />

sino sobre todo por las condiciones masivas de su<br />

recepción. Si bien había habido de siempre un interés<br />

hacia la cultura rusa –y en ciertos círculos<br />

intelectuales y obreros, hacia la Unión Soviética,<br />

ese interés había sido minoritario o en cualquier<br />

caso localizado, puntual; lo cierto es que los sesenta<br />

trajeron consigo una eclosión sin precedentes<br />

en la recepción del arte y la literatura rusos,<br />

que fueron incorporándose no sólo al discurso cultural<br />

cubano sino también al imaginario colectivo.<br />

Esa presencia era incluso física: un poeta como<br />

Evtushenko, por ejemplo, vivió una temporada en<br />

La Habana en la primera mitad de la década. Soy<br />

Cuba (1964), de Mijail Kalatosov, la excelente película<br />

de la que Evtushenko fue coguionista junto a<br />

Enrique Pineda Barnet, es quizá, uno de los mejores<br />

ejemplos de esa mezcla tan sui generis de entusiasmo<br />

y cercanía, de diálogo y a la vez distancia<br />

–de diálogo de sordos, por qué no decirlo– entre modelos<br />

culturales como el cubano y el ruso. Por supuesto,<br />

entonces esa mezcla más que pensarla la<br />

sentíamos: nos limitábamos a vivirla, y con no poco<br />

entusiasmo.<br />

Otro tanto ocurrió ya desde entonces con la literatura<br />

rusa. Además de los clásicos de la narrativa y<br />

la poesía rusas, por entonces se publicó en La Habana<br />

a autores rusos contemporáneos cuya obra indagaba<br />

en el presente soviético –Un día en la vida de<br />

Iván Denísovitch, por ejemplo, fue publicado en 1964<br />

por la editorial Cocuyo–. Cineastas rusos de la altura<br />

de Tarkovski o del propio Kalatosov se convirtieron<br />

en una presencia habitual en los cines –luego<br />

de la Lincoln, la Cinemateca: programa frecuente<br />

de muchas noches, entonces–, y de hecho probablemente<br />

el cine ruso haya sido el que, con mucha<br />

más fuerza o constancia que otras manifestaciones<br />

culturales, mayor calado haya tenido entre<br />

nosotros (las colas para ver cine ruso en los ochenta<br />

están entre las mayores que recuerdo en La Habana,<br />

y eso que la competencia en materia de colas<br />

cinematográficas sería a todas luces reñida).<br />

Puede que ello obedezca también a que esa eclosión<br />

literaria rusa de los sesenta se vio enfriada en<br />

los setenta con una literatura mucho más oficial,<br />

pero en cambio con relación al cine no pasó lo mismo<br />

o no en la misma medida. En cualquier caso, y<br />

es algo que quiero subrayar, ya a finales de los sesenta<br />

la presencia cultural rusa se había vuelto<br />

una costumbre.<br />

Volviendo a la enseñanza del ruso, que es lo que<br />

nos ocupa aquí: en 1969 se había creado la Escuela<br />

Formadora de Maestros de Idiomas, para personas<br />

que habían aprendido algún idioma por diferentes<br />

vías, entre ellos el ruso, y querían obtener conocimientos<br />

metodológicos para poder trabajar como<br />

profesores. Todos lo que accedían al magisterio por<br />

cursos de nivel medio debían luego matricular la<br />

licenciatura y concluir sus estudios de nivel supe-

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