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3.55 Mb - Revista Revolución y Cultura

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Ensayista, crítica y<br />

profesora. Premio<br />

nacional de Literatura<br />

y Enseñanza<br />

Artística.<br />

<strong>Revolución</strong> y <strong>Cultura</strong> 22<br />

Graziella<br />

Pogolotti<br />

Hace alrededor de medio siglo, la nieta de<br />

Leonid Andreyev visitó Moscú para entrevistar<br />

a tres importantes escritores: Boris<br />

Pasternak, Ilya Ehremburg y Mihail Sholojov. Educada<br />

en Francia, el ruso había sido el idioma de<br />

hogar, espacio donde se construía un imaginario.<br />

Al llegar al aeropuerto, recibió el primer impacto.<br />

Percibió de repente que, sin preparación previa, la<br />

lengua de la intimidad pertenecía a todos.<br />

Mi experiencia personal fue diferente, aunque también<br />

para mí, desde temprano, lengua y literatura<br />

hubieran ido tejiendo un imaginario hecho de interminables<br />

estepas y de laberintos del alma. No<br />

sé ruso, pero el cantar melódico de la lengua, las<br />

tertulias alrededor del samovar y la taza de té me<br />

acompañaron desde pequeña.<br />

El imaginario procedía de muchas fuentes. La literatura<br />

rusa, surgida como cristalización milagrosa<br />

en el siglo XIX, se expandió rápidamente por el<br />

mundo a partir de su revelación deslumbrante en<br />

Francia, llevada de la mano por un antiguo embajador<br />

en San Petersburgo, quien estampó para siempre<br />

una etiqueta feliz: el alma eslava. Europa estaba<br />

sedienta de exotismo, invadida por chinerías y<br />

japonerías. Los hermanos Goncourt establecían las<br />

pautas del gusto. Por otra parte, de los confines de<br />

Rusia llegaban aristócratas y terratenientes refinados<br />

y cosmopolitas. Frecuentaban salones y<br />

balnearios. Aunque siguiera trayendo de los confines<br />

del mundo los ingredientes de su sablianka, Iván<br />

Turguenev compartía la vida literaria francesa.<br />

Los espacios infinitos –bosques y estepas interminables–<br />

llenaron mi imaginario infantil. Las fuentes<br />

originarias no eran rusas. Procedían de un tomo<br />

de la Biblioteca Rosa escrito por la francopolaca<br />

condesa de Ségur. A pesar de su resentimiento contra<br />

el imperio de los zares, forjó la simpática personalidad<br />

del general Dourakine, poderoso y mofletudo<br />

terrateniente que mordía goloso enormes<br />

muslos de ave mientras viajaba en coche desde los<br />

confines de Siberia, donde rescató a un prisionero<br />

polaco, hasta las fronteras de Francia. Ese relato<br />

iniciático introducía otro componente singular de<br />

la narrativa rusa, las pantagruélicas comidas que,<br />

junto al samovar hirviente, parecían ocupar, sin<br />

interrupción ni respiro, todas las horas del día.<br />

Miguel Strogoff, el correo del zar, de Julio Verne, reafirmaría<br />

la visión de extensas llanuras recorridas a<br />

caballo, siempre a caballo como Los cosacos del Don,<br />

según Gogol, y la Caballería roja, de Isaac Babel.<br />

Muy pronto dejé atrás las lecturas de la infancia.<br />

Me dejé hundir placenteramente en el oblomovismo.<br />

A las grandes cabalgatas se oponía el encierro<br />

en la apatía invencible. Goncharov revelaba un<br />

costado de la humanidad incapaz de forjar proyectos,<br />

atrapada en una voluntad enmohecida. Era la<br />

expresión del inmovilismo al estado puro. El talento<br />

de Goncharov se expresaba en la habilidad<br />

para construir un relato despojado de peripecias,<br />

LA ESTEPA<br />

sustentado en un protagonista inmóvil, encarnación<br />

de la extensa zona parasitaria de la sociedad.<br />

Como el bovarismo, el oblomovismo definía una<br />

actitud ante la vida, nuevas modalidades de la<br />

enfermedad del siglo.<br />

A los confines de Europa había llegado, con sabor<br />

byroniano, un mal du siècle que permeaba la insatisfacción<br />

y el espíritu crítico de una intelligentsia<br />

situada en sectores de un brillante cuerpo de oficiales,<br />

y emergía también entre las capas cultivadas,<br />

de más modesto origen, destinadas a cubrir<br />

los cargos de la hipertrofiada burocracia imperial.<br />

Pushkin y Lermontov, con sus breves trayectorias,<br />

intentaban fundir –en homenaje reverente a Lord<br />

Byron– vida y obra en un mismo proyecto. Del desajuste<br />

entre la ilusión romántica y el ser concreto<br />

del entorno social, surgió la peculiar perspectiva<br />

del realismo ruso, daguerrotipo iluminado de luces<br />

y sombras, ejercicio desmitificador de la risa y<br />

el grotesco gogolianos.<br />

Sobre ese profuso paisaje literario se levantaron<br />

gigantes. Ha sido frecuente contraponer, en la feria<br />

de los valores artísticos, las obras de Tolstói y<br />

Dostoievski. Yo también caí en esa trampa. En mi<br />

temprana adolescencia, descarté al predicador de<br />

Yasnaya Poliana en favor de la inmersión en los<br />

turbios entresijos del alma propuesta por<br />

Dostoievski. Para Raskolnikov, entre los laberintos<br />

del alma y los de la ciudad se establece una<br />

estrecha correspondencia. San Petersburgo no es<br />

la ostentosa urbe iluminista, abierta al mundo,<br />

diseñada por Pedro el Grande. Una humanidad menesterosa<br />

hormiguea entre callejuelas y ciudadelas.<br />

Semejantes a la ciudad, sembrada de sórdidas<br />

covachas, los laberintos del alma esconden insondables<br />

agujeros negros. En una mística proyectada<br />

hacia la búsqueda de valores absolutos, se<br />

difuminan las fronteras entre el bien y el mal. La<br />

suprema lucidez –la de Iván Karamazov– se envuelve<br />

en el azufre del Maligno, mientras los ángeles<br />

se entregan, resignados, al sacrificio. El lector<br />

se deja arrastrar por el vértigo, incapaz de distanciarse<br />

de la letra impresa. Así, entre Raskolnikov,<br />

Dimitri, Iván, Aliosha y el príncipe Mishkin, mis<br />

noches se llenaron de pesadillas. No lograba desprenderme<br />

de ese universo trágico, forjado en la<br />

incurable nostalgia de un dios implacable, sordo y<br />

ciego ante los reclamos de justicia. En su lugar los<br />

escritores cumplen el mandato de la compasión<br />

compartida al descubrir las llagas que todos pretenden<br />

ocultar.<br />

Tuve que madurar para percibir la densidad enmascarada<br />

tras la aparente transparencia de<br />

Tolstói, capaz de captar la singularidad reconocible<br />

en cada personaje integrado a un movimiento<br />

masivo. El sabio rejuego de los planos era anuncio<br />

premonitorio de la próxima aparición del cine. En<br />

mucha menor escala, gracias al empleo de la luz,<br />

podría encontrarse en la ronda nocturna de

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