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Volviendo a la cuestión carnal, en la familia del fútbol, como en la familia<br />

fascista, el deseo por el otro siempre se ostenta desde la posición activa,<br />

aunque las variantes del intercambio privado luego indiquen lo contrario.<br />

La posibilidad de que un varón sea poseído por otro varón es tan incomu-<br />

nicable como el incesto. Si un varón de estas familias desea a otro varón, se<br />

lo debe culear: jamás ventilaría así como así su deseo de ser penetrado o su<br />

gusto por el fino simulacro del sometimiento. Algunos hasta sienten que la<br />

posición activa protege al hombre de un supuesto fenómeno homosexual.<br />

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El deseo que sí se acepta tal como nace, y se disfruta sin grandes obstá-<br />

culos sociales, es el que une al jugador con la pelota. La pelota (otra unidad<br />

de realidad) es la representación femenina más besada y respetada y, a su<br />

vez, la menos temida, sencillamente porque el jugador, en su juventud, cree<br />

que la pelota no habla. Cuando el jugador crece comienza a vislumbrar algo<br />

incontrolable en el ánimo de la pelota y, por esa incertidumbre, comienza a<br />

mezclar el deseo con el temor. Ése es el momento en que la relación madura.<br />

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